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diumenge, 29 de juliol del 2007

Los Simpson



Empecemos con una declaración que nadie cree: nunca, hasta hoy, he visto las aventuras de la familia Simpson.

Naturalmente, sí he tenido conocimiento de su existencia, por comentarios en la prensa, y por haber visto algún que otro anuncio relativo a su emisión en la tele.

Por lo tanto, mis sensaciones frente a la película que acabo de ver estrenarse son las de un neófito, o, si se prefiere, de un ignorante total en lo que respecta a la famosísima familia mediática de ficción.

La película, con una duración de poco más de setenta y cinco minutos, nos presenta en forma de dibujos animados una familia compuesta de un padre con una mentalidad de niño egoísta, proclive a las gamberradas, sin respeto para los demás, mentiroso y despreciable, hasta que al final parece darse cuenta que debe cambiar de actitud; su sufrida esposa, inexplicablemente, le soporta; su hijo crece a imagen y semejanza del padre, aún reconociendo que, en ocasiones, quisiera un padre más atento y cariñoso y menos gamberro y metepatas; una hija con conciencia ecológica que descubre el amor por primera vez; y una bebé que, sin hablar, parece la más juiciosa de la familia, ya que el abuelo está majareta.

La historia que se presenta es algo lineal, adornada con algunas anécdotas y sucesos cabe que suponer típicos en las vivencias de la televisiva familia, que, al parecer, lleva ya más de quince años en antena.

A pesar de algunas puyas y chistes a costa de algún personaje conocido, este espectador ha quedado algo decepcionado, ya que esperaba un poco más de mordiente o, por decirlo en castizo, algo más de mala leche, probablemente por el desconocimiento e ignorancia de la idiosincrasia de la serie, o, quizás, porque, proviniendo de los U.S.A., en la película, claramente dirigida a todos los públicos, se haya edulcorado el potencial sarcasmo que, con unos personajes así, nada ejemplares, podría poner en tela de juicio muchos de los comportamientos que a diario vemos en nuestras relaciones sociales, siendo el tratamiento de lo contado un tanto superficial, con escasa ironía y poca profundidad, quedando el espectador novicio con la sensación que el humor es un tanto blanco, sobretodo después de las primeras escenas, prometedoras, entre un gato y un ratón astronautas.

De ese modo, si la pretensión de los autores es la de captar adeptos para la serie televisiva, quizá no hayan dado en el clavo; no obstante, la película técnicamente es muy correcta y su gramática cinematográfica también, por lo que, habida cuenta de la inteligencia de no alargarla mucho más allá de la hora y cuarto, entretiene, aunque no provoca demasiadas carcajadas y apenas alguna sonrisa cómplice.

Trailer de la película:


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Una de Teatro Musical

Vaya por delante, amig@ cinéfil@, que si no te gusta el cine musical, poco o nada te van a interesar estas pequeñas y personales reflexiones.

Hete aquí que nos hallamos ante un claro ejemplo de excepción a las reglas usuales en la cinematografía:

Primero, esta película rompe la tradición que nos dice que "nunca segundas partes fueron buenas"

Segundo, rompe la tradición, que me tiene por acérrimo defensor, que las películas con 90 minutos van sobradas.

Y tercero, rompe con la tradición -maldición, mejor dicho- que acusa a las obras teatrales reconvertidas en película.

No puedo decir que la película sea una gran película en el sentido literal que usamos cuando nos referimos a una obra cinematográfica notable. Pero cumple sobradamente con la intención de entretener al público, de divertirlo, de hacer que uno se olvide por un rato de los problemas que ha dejado fuera de la sala.

Todo gira en torno a las ideas de un personaje cinematográfico como pocos, un tipo neoyorquino, judío nacido en Brooklyn, que atiende al nombre de Mel Brooks , que lleva en el oficio del espectáculo, tanto teatro, televisión como cine, prácticamente desde mediado el pasado siglo XX, y sigue en la brecha: está acabando de pulir la versión cinematográfica de su memorable serie Agente 86 (Get Smart).

Con el historial del amigo Mel, que daría para mucha conversación, resulta evidente que es un personaje que se puede permitir, en su dilatada carrera, ofrecer distintas versiones de una misma obra, lo que en inglés llaman "remake".

Ciertamente, cuando el que rehace una obra de éxito es el mismo autor, la excepción suele estar cantada. No es el caso que nos ocupa único, pues varios han sido los autores que nos han ofrecido dos versiones de sus películas, como por ejemplo, sin ir más lejos, el amigo Alfred Hitchcok.

En el caso que nos ocupa, Mel Brooks se ha basado en la idea primigenia de su película de 1968 Los Productores , protagonizada por Zero Mostel y por Gene Wilder, cuya idea trasladó a comedia musical con gran éxito en Broadway, protagonizada por Nathan Lane y Matthew Broderick, quienes asimismo encabezan
el reparto de Los Productores , película rodada en 2005.

La nueva versión es casi una hora más larga que la primera, alcanzando algo más de dos horas, debido a la inclusión de números musicales que no están en la original.

Ello es debido a que esta versión es consecuencia del éxito obtenido en Broadway por la comedia musical basada en el mismo libreto original y puedo dar fe que casi el 80% del guión es el mismo en ambos casos, chistes y gags incluidos.


Creo recordar que en España, por lo menos, se nos ofreció la película con bastante retraso, a raíz del éxito de El Jovencito Frankenstein, allá por 1975, lo mismo que luego se nos ofreció Sillas de Montar Calientes, coetánea, un par de años más tarde.

Al ver la película que ahora me ocupa, constaté que el tema me era conocido (como siempre, no me informé antes de verla) y recordé, una vez vista, que la original no me gustó demasiado. Puedo decir que, antes de meterme en este comentario, he hecho lo posible por revisionar la original, y sigue sin gustarme mucho, prefiriendo la versión musical moderna.

¿Porqué? Porque Los Productores (2005) es un entretenimiento básicamente musical.

Porque, coincidiendo con la presentación en Madrid de la obra teatral, protagonizada por Santiago Segura y por José Mota, esta película nos permite, a los aficionados al género musical, comprobar cómo de bien se hacen las cosas en Broadway, con unos medios oportunos, tanto materiales como artísticos, con unos trabajos actorales que son para sacarse el sombrero.

Como decía antes, el amigo Mel Brooks, que de tonto no tiene un pelo, nos ofrece la posibilidad de asistir a una representación cinematográfica de la obra de Broadway, creo yo que mejorándola con la inclusión de una serie de artistas que bordan, todos ellos, sus papeles.

La trama, ya conocida por viejos cinéfilos que vieron la original, es la siguiente:

Max Bialystock es un productor de Broadway en franca decadencia, que nutre sus arcas con las aportaciones que obtiene de camelarse a viudas solitarias en busca de acompañante para sus fantasías sexuales; traba conocimiento con un contable mojigato, Leo Bloom, quien le hace ver que, con un fracaso sonado, un productor avispado y truhán conseguirá pingües beneficios, al no tener que abonar beneficio alguno a sus inversores. Entre ambos dos, urden la trama de conseguir la peor representación de una comedia musical, con la esperanza de sacar una buena tajada y retirarse a la buena vida.

Las actuaciones de Nathan Lane y de Matthew Broderick son sobresalientes, lo cual no sorprende cuando uno se documenta y se entera que su trabajo en las tablas recibió todos los parabienes, tanto de crítica como de público.

Ambos son comediantes redomados, para mí más acertados que los anteriores, siendo recomendable agenciarse el dvd para poder disfrutar de sus voces originales.

Son, como digo, grandes comediantes, y ha sido para mí una sorpresa comprobar el trabajo de Matthew, ya que a Nathan le recordaba como cómico en la película de Kenneth Branagh Trabajos de Amor Perdidos.

Ya desde el inicio de la película la comicidad se hace presente, tanto por el afortunado guión, repleto de humor e ironía, como por la oportuna gestualidad de los actores.

Ambos protagonistas dan lo mejor de sí mismos en la representación y no pueden descuidarse, pues el reparto de la película es sobresaliente, con unos secundarios de lujo, que son en su mayoría magníficos actores de la escena musical de Broadway, acompañados de alguna estrella del cine. Habiendo aparecido la idea de la trama del conocimiento contable de Bloom, instigado éste por Max a que se una a él en busca del cumplimiento de la argucia financiera, vemos a Leo en una oficina siniestro-ridicula y cómo sus pensamientos y anhelos de convertirse en productor teatral se plasman en un número musical al viejo estilo, "I Want to be a Producer", con pequeño homenaje a Cantando Bajo la Lluvia, donde comprobamos cómo Matthew sabe cantar y baila de forma aceptable, acabando por convencerse a sí mismo que se merece la oportunidad de convertirse en productor teatral. Hallada la peor obra a producir, Springtime for Hitler (Primavera para Hitler), se entrevistan con el autor de la misma, un nazi desternillante representado de forma eficacísima por Will Ferrell, con un número musical hilarante en una azotea. Después, conseguida la obra, acuden a convencer al peor director de comedias musicales, Roger de Bris, representado por Gary Beach, asistido por su secretario-concubino Carmen Ghia, representado por Rogert Bart, ambos contumaces comediantes de Broadway que devienen en roba-escenas en la más clásica tradición del añejo cine U.S.A. Agotados los protagonistas de tanto meterse en líos por su fin nada altruista, reciben la visita de quien acabará siendo su recepcionista//telefonista, la espectacular Ulla, que nos deja ver cómo Uma Thurman, además de saber empuñar la espada, también canta y se mueve con cierta gracia al son de la música. Luego, la cosa sigue por sus derroteros, hasta acabar como acaba, y no digo más, por no contarlo todo. Es el conjunto pues una película muy entretenida, con varios números musicales que no pueden ser calificados como sorprendentes, ni sobresalientes, pero sí de agradables y algunos muy divertidos, que nos permiten ver cómo algunos actores saben moverse con relativa facilidad al son de la música, sin que ello comporte que alcancen la categoría de estrellas de baile; son personas como tú y como yo, que, de repente, bailan, como -se supone- podría hacerlo cualquiera con unos ensayos. No esperemos pues grandes números musicales, ni por su novedad ni por su calidad; es un conjunto medio, que no aburre en absoluto, aunque no maraville, pero llevado a cabo de forma muy profesional. La virtud está en el equilibrio obtenido, en la inserción de los números musicales con el guión humorístico original, que resulta eficaz: las dos horas y cuarto se pasan volando, y eso, ya es una suerte. Y una dificultad. En resumen: si te gusta el musical, no te la pierdas. Mejor en v.o., sin duda, aunque el doblaje de Max lo haga Santiago Segura. Si se puede alquilar -o comprar, si estas líneas inducen a ello- el dvd, recomiendo repasar la película con los comentarios de su directora. Por cierto, no deja de ser curioso que Mel Brooks haya preferido ocuparse sólo de la producción (digo sólo por decir algo, creo) y cargar con la dirección a quien llevó a las tablas la comedia musical. Y, sea, como sea, no se le ocurra a nadie abandonar la película hasta que se detenga por sí misma. :-)
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dissabte, 28 de juliol del 2007

El Velo Pintado

No siempre, por fortuna, Hollywood yerra al retomar historias que ya nos ha contado, adaptando para la pantalla con éxito, a veces superior, a veces igual, asuntos que ya conocemos; suele coincidir con tramas que parten de una base sólida, que, con un poco de buena voluntad y talento por en medio, dificilmente van a causar tedio en el espectador, cada vez más desasosegado a la búsqueda de películas que le muevan sentimientos plácidos, que no placenteros, alejados de tremendismos, sustos y vorágine ocular.

William Somerset Maugham (1874 - 1965) fue un escritor prolífico del siglo pasado, hombre con una rica biografía personal, doctor en medicina, culto, viajado y refinado, que ejerció como espía en la Primera Guerra Mundial, habiendo dedica
do gran parte de su vida a escribir, al comprobar que podía vivir de ello, y muy holgadamente, por cierto, ya que acarreó la fama de ser el escritor mejor y más pagado por sus obras durante mucho tiempo. Sus relatos, tanto novelas como cuentos, en ocasiones transcurren en paises lejanos de Occidente y a menudo entremezcla en sus historias tramas románticas con labores de espionaje, siempre con un estilo detallado que nos permite revivir lo que, en parte, debieron ser sucesos vividos por él mismo.
Gran conocedor del alma humana y de su desarrollo en diversas civilizaciones, especialmente el Extremo Oriente, pues viajó por la China pre revolucionaria durante 1919 y 1920, ha sido llevado al cine en tantísimas ocasiones que merece más que un tratado una verdadera enciclopedia cinematográfica, tal es el número de películas basadas en sus escritos como basta la temática abordada en las mismas, y la simple búsqueda en Google con su nombre ofrece más de 740.000 entradas, 20.400 de ellas con sede en España.

Uno de sus relatos, El Velo Pintado, ha sido llevado a la pantalla, bien de forma directa, bien como inspiración de la historia, en tres ocasiones:

La primera, conocida en España como El Velo Pintado (The Painted Veil ), de 1934, dirigida por Richard Boleslawski, director de estudio de escaso talento, interpretada por Greta Garbo acompañada de Herbert Marshall ( quien, curiosa
mente, en 1946, actuando en otra película basada en una novela de Somerset, El Filo de la Navaja, encarnó al propio escritor como personaje de la misma ) y George Brent, fue un intento poco elaborado que se salvó por los pelos gracias a sus intérpretes.

La segunda ocasión, en 1957 un mejor artesano, Ronald Neame (dirigió Odessa, basada en la novela de Forsyth, con aceptable resultado), ofreció su versión bajo el título The Seventh Sin , con Eleanor Parker acompañada de Jean Pierre Aumont y George S
anders.

La tercera ocasión, más reciente, de 2006, presentada en marzo de 2007 en España nuevamente como El Velo Pintado (The Painted Veil), dirigida por John Curran e interpretada por Naomi Watts y Edward Norton, con el apoyo de Liev Schriber, es en la que nos detendremos unos instantes, con la venia del amable lector, que ya habrá intuído, sin duda, que nos vamos a enfrentar a una historia triangular, pues en todas las ocasiones es un terceto, o mejor una pareja, con el apoyo de un caballero, quienes encarnan los personajes de la historia.

Nos hallamos ante un melodrama de corte clásico, basado en la historia pergeñada por Somerset, que nos ofrece una relación amorosa precipitada, compleja, rota y recompuesta a lo largo de poco más de un año de la vida de unos personajes que se nos detallan meticulosamente, en la forma en que Somerset solía escribir, ofreciendo la cinematografía con excelente detalle visual todas las vicisitudes que ante nuestros ojos van sucediendo, en un marco natural de belleza incomparable, paisaje agreste, duro, de la China más profunda.

Parece ser que la idea de retomar la historia que se cuenta en El Velo Pintado partió de Edward Norton, quien debió convencer fácilmente a Naomí Watts, ya que ambos constan en los créditos como co-productores de la película.

La trama es simple y puede contarse en cuatro líneas: el doctor Walter Fane (Edward Norton), dedicado al estudio de las bacterias en Shangai, recala en el Londres de principios del siglo pasado en unas cortas vacaciones, entablando más que amistad conocimiento con el señor Garstin, quien le invita a una celebración en su domicilio, donde invita a bailar a la hija mayor, Kitty (Naomi Watts). Súbitamente,al día siguiente, la familia Garstin echa en cara a Kitty su desidia y falta de interés en contraer matrimonio como salida natural para una chica de su clase y condición, y al decidirse ella a salir de la casa para no oir más reproches, se encuentra con el Dr. Fane en la puerta; salen juntos de paseo, entran en una floristería, y Walter le declara su amor y la pretensión de convertirla en su esposa, ante el asombro de Kitty, pues apenas se conocen. El le jura su amor y le promete hacerla feliz en lo que pueda, solicitándole su compañía, casados, en su vuelta a Shangai como bacteriólogo al servicio de Su Majestad en China.
Cuando Kitty vuelve a casa, oye como su madre, por teléfono, sin verla, comenta con alguien su alegría por el compromiso de la hija menor, lamentándose de lo arisca que Kitty resulta frente al matrimonio.



Acto seguido vemos a Kitty y a Walter en Shangai, recién casados. El trabaja incansablemente y ella se aburre, porque las actividades sociales son reducidas, evidentemente, en comparación con Londres. Se deja seducir por un agregado de la embajada, Charlie Townsed, (Liev Schreiber), simpático, mundano, divertido, casado.

Walter se entera de la aventura extraconyugal de su esposa y le ofrece un dilema: O se va con él a una aldea perdida para estudiar un brote epidémico o se divorcia de ella acusándola de adulterio. Kitty, ante la alternativa, acude a su amante Charlie, quien se desenmascara, ofreciendo resistencia a divorciarse de su esposa, gracias a la cual está bien situado y visto en la microsociedad diplomática en Shangai.

Y entonces empieza la película, pues la historia hasta ahora se nos ha contado en sucesivos flashbacks intercalados pausadamente, mientras vemos como los protagonistas, Walter y Kitty, llegan a la aldea perdida y se instalan, con la ayuda de un avanzado diplomático en la zona, Waddington (Toby Jones), que les servirá de ayuda y de amigo ocasional de confidencias.

En el primer tercio de la película, Curran nos ha metido de lleno en la historia, con un ritmo pausado, tranquilo, que marcará el desarrollo de la acción, aprovechando una excelente fotografía que sirve a la trama, primero retratando una sociedad en los albores del siglo XX, con sus condicionantes sociales y sus costumbres hoy superadas, luego mostrándonos un paisaje idílico en el que viven unos aldeanos pobremente, maniatados todavía en sus prejuicios fruto de su cultura costumbrista, contra la que deberá luchar Walter con la ayuda del jefe de las fuerzas militares, hombre instruido, codo con codo occidental y oriental para tratar de conseguir erradicar la epidemia que merma, dia sí dia también, la población, que se resiste, por razones culturales ancestrales, a aceptar las medidas de higiene recomendadas por Walter, un intruso a sus ojos, quien mientras trata de combatir la epidemia con pobres medios y escasos resultados, se debate en el sufrimiento amoroso por el desengaño de la actitud de su esposa, que se siente, con razón, desterrada, en el convencimiento que su esposo la ha llevado consigo a un infierno ingrato como castigo por su infidelidad.

El personaje clave del melodrama es la mujer, Kitty, y la historia evoluciona alrededor de ella, primero como niña rica caprichosa, inútil en todo, luego como esposa insatisfecha en sus caprichos y luego como reclusa en un lugar perdido sin más personas con las que hablar que el diplomático Waddington y la Madre Superiora de una misión de monjas (representada por Diana Rigg, lejos ya de su televisiva época de Los Vengadores), única mujer con la que puede hablar, aunque se resista a confiarle sus cuitas.

La bella Watts está perfecta en su papel, lejos de los mohínes que nos deparó en su simiesca aventura, ofreciendo un trabajo interpretativo de alto nivel, con una expresión magnífica que nos hace sentir lo que piensa, soportando los primeros planos con que Curran explora su alma, tratamiento que, como ya es costumbre, Norton resiste sin esfuerzo aparente alguno, no en vano es uno de los actores privilegiados por el talento que podemos disfrutar en la actualidad, siendo opinión de este espectador que Watts acertó al aceptar el desafío que para cualquier intérprete representa compartir escena con el camaleónico Norton, siendo la labor de ambos intérpretes merecedora de elogios.

Curran cuenta con dos bases importantes para conseguir nuestra atención: una buena historia y unos buenos intérpretes. El único obstáculo serio es que lo que se nos cuenta, en su superficie, es que en la sociedad actual dificilmente podría un esposo obligar, bajo amenaza de divorcio, a viajar a una aldea condenada por una epidemia mortal a su esposa infiel. El tratamiento de la historia, acertado, pronto nos hace olvidar tal condición, ya que el director, hábil, alterna las escenas de la misión médica en la aldea, problemática por la angustiosa falta de medios materiales y personales, así como por la resistencia del pueblo frente a unas imposiciones de un extraño proviniente de otra cultura, muy ajena, con las escenas de corte personal, íntimo, en las que vamos viendo de forma paulatina pero inexorable, la transformación interior de Kitty, que, asumiendo la inutilidad de su vida hasta el momento, se esfuerza en ayudar a los demás, consiguiendo en el empeño una autoestima que acabará en la reconciliación con su esposo, al comprender, en su tránsito de niña bonita a mujer, que el amor albergado por Walter no se ha extinguido y que lo puede compartir de nuevo, integrándose en la decisión de actuar en beneficio de su entorno social, aún cuando éste se le manifieste, por la incomprensión, de forma verdaderamente hostil, trance que une a los esposos protagonistas.

Es esta tercera versión de El Velo Pintado una buena ocasión para disfrutar de un género antaño omnipresente en las pantallas, cual es el melodrama, género difícil, porque el director debe cuidar la tentación de caer en la lágrima fácil, huyendo de una sensiblería acomodada y acomodaticia; todo cuanto vemos en la pantalla está al servicio de la historia, equilibrándose los contrastes y las contradicciones, siendo paradigmática la comparación de paraíso perdido el bellísimo paisaje donde la aldea se aloja y los problemas que sufre de enorme mortandad, con la bella figura de ambos esposos, apuestos ambos, en un matrimonio hueco y vacío de contenido, falto de amor, que se recuperará en el titánico esfuerzo de intentar recomponer la armonía rota del paisaje y la gente que en él vive.

Película pues, altamente recomendable, rara avis en un panorama cinematográfico pletórico de acción sin sentimiento, ocasión para recordar las lecturas de William Somerset Maugham o, en su caso, para incitar al afortunado espectador a introducirse en una narrativa que, sobre la forma de una sociedad temporal, explora la condición humana en sus más profundos recovecos.

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divendres, 27 de juliol del 2007

Casi un Cuarto de Siglo

Calendario en mano, son veinticuatro años los que separan dos películas basadas en un mismo personaje, asesino a sueldo que se da a conocer con el mote de Chacal.

Vistas en el cine ambas películas y repasadas que han sido detenidamente años después, uno acaba por concluir que la máxima coincidencia entre ambas, es el mote que usa el mercenario.

La primera de ellas, con
ocida en España como Chacal (The Day of the Jackal ), vió la luz en el año 1973, dirigida por Fred Zinnemann, un buen artesano, capaz de haber alumbrado anteriormente películas como "Solo ante el peligro" y "De aquí a la eternidad", así como posteriormente "Julia".

La película de 1973, protagonizada por Edward Fox como Chacal y por Michael Lonsdale como su perseguidor el Inspector Lebel, se basa en un guión muy bien preparado por Kenneth Ross, quien fue nominado como mejor guionista por ese trabajo en dos certámenes, cuyo trabajo se basó en la exitosa novela superventas de Frederick Forsyth, autor británico cuyas historias han sido llevadas en varias ocasiones a la pantalla, caso de Odessa y El Cuarto Protocolo, con estimable resultado, y Los Perros de la Guerra sin tanto éxito comercial.














La
segunda versión de la caza del asesino, data de 1997, titulada en España como la anterior, Chacal (The Jackal ) y fue dirigida por Michael Caton-Jones, que recientemente ha presentado Instinto Básico 2, de la cual no puedo hablar en absoluto, pero que según parece, es una constatación del escaso talento del director-productor yo-me-lo-guiso-yo-me-lo-como, lo cual puede servir de advertencia para el futuro.

Esta segunda versión se basa, curiosamente, no en la novela de Forsyth, sino en el guión escrito por Kenneth Ross, idea brillantísima cabe suponer, tanto del director-productor como del mal llamado guionista, un tal Chuck Pfarrer, que ya había ¿escrito? los ¿diálogos? en las aventuras de la neumática Pamela Anderson en la pesadilla Barb Wire, prototipo de película que uno puede contemplar libidinosamente sin sonido alguno sin miedo a que le llamen erotómano o algo peor..... err.... sigamos, que nos estamos despistando....

Los intérpretes, por decirlo de alguna manera, de esa segunda versión, son Bruce Willis, como Chacal, y, dada la fama de súper-súper-yippee-ya-yee-ho del calvito Bruce, sus perseguidores son no dos, sino tres, a saber, Sidney Poitier (en sus horas más bajas, muy alejado del calor que pa
só con Rod Steiger, que da para otro post), como el superagente del FBI Carter Preston, Diane Venora como la super-mayor (aquí sería comandanta) de las fuerzas especiales del Ejército Ruso Valentina Koslova, ayudados ambos por la imprescindible ayuda talentosa, ingeniosa, super-hábil, especialísima de Richard Gere, como el terrorista del IRA Decland Mulqueen, que, tras treinta años en prisión, resulta ser un héroe de lo más lucido y lúcido.













Por si hubiera alguna duda, es opinión de este humilde espectador que la versión de 1997 es un fiasco total, solamente salvable para constatar con claridad diáfana, por si hubiera alguna duda, que una cosa es rehacer una buena película y otra, muy distinta, es plagiarla sin el más mínimo talento y con muy poca vergüenza. Opinión, por otra parte, nada original, vista la puntuación obtenida en IMDB por ambas, pese a la diferencia de votantes, 8.400 la primera y 20.800 la segunda.

Vayamos al grano: la historia que se nos cuenta trata únicamente ofrecernos un entretenimiento, siendo cine de acción sin más pretensiones. Las diferencias entre ambas películas, no obstante basarse en el mismo personaje, son enormes, máxime atendido el tiempo transcurrido entre la primera y la segunda, constatando como las circunstancias sociales de distintas épocas no quedan reflejadas en la pantalla, como veremos prontamente, ya que a partir de estas líneas se ofrecerán datos que quien no las haya visto quizá prefiera obviar.

De entrada, el sentido de la película difiere sensiblemente por un elemento, cual es el final, totalmente distinto en ambas. Y digo bien de entrada al referirme al final, ya que en la película de Zinnemann el inicio nos ofrece una voz en off sobre la excelente partitura de Georges Delerue, contándonos como una organización denominada OAS pretende asesinar al Presidente de la República Francesa General Charles De Gaulle, y vemos como, no siendo capaces por sí mismos de cumplir con su empeño, contratan al mercenario autodenominado Chacal.

Y todos sabemos que De Gaulle no murió asesinado. Por lo que, de entrada, somos conscientes que el asesino no podrá llevar a término el encargo recibido. ¿No hay misterio? ¿No hay inquietud? ¿No hay sorpresa?

De forma sorprendente, Zinnemann nos agarra del cogote y nos zarandea a su antojo, consiguiendo que olvidemos que De Gaulle no fue asesinado. El espectador acaba pensando: vale, De Gaulle murió en su cama, pero esto es una película, y nunca se sabe...

Con el ánimo prendido por el buen hacer de Zinemman, con un montaje sobresaliente, fruto de la labor de Ralph Kemplen, nominado al Oscar, el espectador se queda pendiente de la trama durante nada más y nada menos que 145 minutos, casi dos horas y media, en que nadie se mueve de la silla porque la acción es continua y estamos deseando que se acabe la película para saber cómo caramba el bueno del Inspector Lebel consigue atrapar a su letal y escurridiza presa.

En la versión de 1997, que empieza con unos lamentables títulos de crédito admonitorios de lo que vamos a soportar, el objetivo, primero aparente y luego real, es personaje sin historia real alguna, con lo que el éxito de la misión aceptada por el sanguinario Chacal permanece durante todo el metraje en la incógnita, una incertidumbre que en modo alguno ayuda a soportar los lastrados 120 minutos, dos horas, que dura esa penosa revisión. ¿Cómo? ¿Dura menos y es más lenta y aburrida? Ciertamente, la falta de talento imperante en la segunda versión en todos los elementos que la componen, coadyuva no poco a que Morfeo tiente al sufrido espectador.

Hay en la primera versión, digamoslo ya, en la buena, en la mejor, una modernidad que se echa en falta en la segunda, en la mala.

De entrada, las interpretaciones del elenco protagonista se balancean de forma escandalosa en favor de la cosecha de 1973: Edward Fox compone un asesino frío pero elegante, que sabe alterar su imagen con apenas un cambio de color del pelo, unas gafas y una gestualidad contenida pero eficaz; cuando sonríe, nos da escalofríos; le vemos asesinar de forma rápida y eficaz, sin malabarismos, incluso con alguna elipsis cinematográfica; le vemos seducir, tanto a mujeres como a hombres (recordemos que estamos en 1973); le vemos en escenas de sexo y le vemos levantarse de la cama de la forma más natural del mundo, es decir, desnudo, sin el recurso sobadísimo de agarrarse a una sábana o a una manta en la forma más antinatural de producirse que hemos visto en tantas películas. Fox confiere al personaje una distinción muy "british" junto con una eficacia y un ajustado desarrollo de su plan que se dirían de reloj suizo, marcando, implacable, paso a paso, su tránsito desde Génova hacia Paris, de forma inexorable, sin que nadie pueda detenerle, hasta conseguir su objetivo, disparar contra el General De Gaulle, con lo cual el personaje del asesino imparable alcanza una categoría que le inmortaliza en nuestra memoria...

Está también el Inspector Lebel, muy bien representado por Lonsdale, actor sólido de la buena cantera francesa, cuyo elogiado trabajo en Chacal al parecer motivó su inclusión en el reparto de la más reciente Munich de Spielberg, admirador de esa primera versión. El inspector Lebel es la mano derecha del Comisario Jefe de la Policía de París, un hombre callado, serio, un perro de presa que no abandona su empeño, que no ceja hasta conseguir atrapar a Chacal, con la ayuda estimable de su próximo detective Caron, interpretado por Dereck Jacobi, y vemos como ambos apenas duermen ni salen de su garito desde el que mueven todos los hilos a su alcance para tejer una tela de araña que acabe por apresar a Chacal, quien se escapa una y otra vez, siempre por escasos minutos, de los múltiples controles policiales que intentan detener su avance al corazón de Francia.

Y las mujeres: porque en la primera versión, hay mujeres; y mujeres que resplandecen, bellas, desnudas, practicando sexo, con distinta suerte: por una parte, una joven viuda antes de casarse, que se introduce en la alcoba de un alto comisionado y, a modo de topo de alcoba, va avisando a Chacal de los avances de la policía, y la vemos salir de la cama, desnuda, naturalmente, para comunicar los secretos de alcoba que ha obtenido en cumplimiento de su misión como miembro de la OAS, cual una Mata Hari, siendo el espectador consciente de tal acción desde un principio, nuevamente mostrando Zinnemann todas las cartas, sin miedo, cual mago de primera categoría, consciente que tiene en su chistera preso el ánimo del espectador. A eso se le llama oficio. Ni trampa ni artificio: todo a la vista, y nadie se mueve.

Y está la otra mujer, bella también, casada con marido rico pero ausente, cuya necesidad sexual es observada y explotada por Chacal, de forma inmisericorde, conforme a su propósito, librándose de ella sin pasión cuando le representa un estorbo, sabedor que ya la Policía ha trabado conocimiento de un primer encuentro nada casual para el asesino perfecto.

El sexo: de forma sorprendente, en la primera versión hay escenas explícitas de sexo, muy bien tratadas, de un sexo que aparece de forma onerosa, nada gratuita, como medio para obtener un fin, coincidiendo en beneficiar el cumplimiento de la misión de Chacal. Incluso hay sexo homosexual, elípticamente tratado, pues vemos como Chacal, con el único objetivo de disponer de alojamiento en París, sabiendo controlados los hoteles, pensiones y albergues, seduce a un homosexual en unos baños turcos y le vemos, al día siguiente, mientras su huésped vuelve de hacer la compra para preparar la comida de ambos, dándose por entendido que han dormido juntos. Recordemos: estamos en 1973.

En la nefasta versión de 1997, Chacal, interpretado por Bruce Willis, que no se esfuerza en absoluto, parece padecer de un fregolismo (palabra inventada, relativa a los incondicionales del arte del disfraz practicado por el famosísimo Frégoli ) hilarante e innecesario las más de las veces, hasta caer en el más absoluto de los ridículos; es un asesino tan mal representado, que llega a cerrar los ojos, en breve pestañeo, al disparar una pistola (cabe suponer que de fogueo) para asesinar al homosexual que ha seducido con un par de besos en los labios (¡oh! ¡estamos en 1997! ¡Qué atrevimiento!), sin que haya mediado entre ellos nada más (¡oh! ¿seguimos en 1997?), en una relación gratuita, metida con calzador por el inefable plagiario mal llamado guionista, ya que estaba en el otro guión, ¿recuerdan? el que casi ganó un Oscar...

Los oponentes modernos de Chacal son una amalgama de FBI, KGB e IRA, un pastel indigesto, con una guinda expresada en una ex-etarra, y a uno le sorprende que no hayan metido también al Mossad y a palestinos en el berenjenal. Las interpretaciones de Poitier, como detective del FBI, de Gere como terrorista listillo del IRA y de Venora como superwoman del KGB, son de muy poca consistencia, quizás porque sus personajes carecen de enjundia y porque la historia se cuenta con una pobreza de medios intelectuales tan alarmante que cansa al más animoso espectador, resultando en comparación mucho más pusilánime y modosa que la primera versión, quizá porque la primera va destinada a un público adulto y la segunda pretende ser una película para todos los públicos, deviniendo en un rompecabezas sin sentido que acaba por desinteresar al más aficionado.

Las mujeres de la segunda versión ni son bellas, ni se desnudan, ni tienen el carácter necesario para ostentar una fuerza sexual que tampoco hace acto de presencia en la película, reducidas a una mujer marcada por una cicatriz, sin que ello nos indique ser la razón de su aparente fiereza y determinación, y a una ex-etarra que, apareciendo reconvertida, acaba por aparecer, cual Némesis emergente vengadora, en el último minuto de la película, en un final lamentable donde los haya.

Hay también un traidor, un topo, que va avisando a Chacal, pero le restan toda importancia, hurtándosela al tiempo a la trama, que uno no llega ni a saber el porqué de la traición, conocida ya en el último tercio de la película, metida también con calzador, como acordándose que, ¡caramba! si tiene que haber un topo...

La intensidad del relato de Zinnemann es perfecta y uno puede comprobarlo fácilmente cuando revisa la película, pletórica de elementos lógicos bien presentados, siguiendo con bastante fidelidad la trama ideada por el novelista.

Por contra, la segunda versión es adocenada y no es de extrañar, ya que, aún usando parte de los mismos elementos, los presenta de forma deslavazada, alterando incluso el momento en que ocurren los acontecimientos, sin que en ningún momento alcance ningún atisbo de credibilidad la historia, lo que redunda en un aburrimiento generalizado, hasta llegar a la convicción que Chacal debe ser muy inútil, pues claramente como inútiles son presentados quienes se empeñan en darle alcance, y al final, lo consiguen, dejando en el camino escenas inconclusas, retazos de ideas que fueron y quedaron en el limbo de los inútiles.

La verdad: gastar casi un cuarto de siglo para empeorar una buena historia, como que no vale la pena :-(

Ahora sólo falta que algún avispado productor considere que ha llegado la hora de perpetrar otra revisión de Chacal.

Por suerte, siempre podremos volver a París. :-)

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diumenge, 22 de juliol del 2007

Oda a la Libertad


A finales de 1972, postrimerías del gobierno franquista, la televisión española, TVE, única en aquellos momentos, ofreció en horario estelar una producción propia, un corto basado en un guión de José Luis Garci bajo la dirección de Antonio Mercero, con el título La Cabina.

El cortometraje, con poco más de media hora, nos presenta lo que le ocurre a un ciudadano cuando, después de dejar a su retoño en el autobús escolar, intenta hacer una llamada en una cabina de teléfonos pública que hemos visto acaba de ser instalada en medio de una plazoleta de Madrid.

El hombre, representado por José Luis López Vázquez, intenta hacer una llamada, pero el teléfono no funciona; mientras manipula el aparato, la puerta de la cabina se cierra sola: No puede salir. No puede abrir la puerta.

En éstas, un par de hombres que van al trabajo pasan justo al lado de la cabina y observan cómo el hombre les hace señas o mejor, aspavientos. No se le oye palabra alguna. Intentan abrir la puerta, pero sólo consiguen arrancar el tirador, que cede a su esfuerzo. Se van, dejándolo dentro, alegando que van a llegar tarde al trabajo.

Pronto se reúne una multitud en torno a la cabina, con el hombre, desesperado, pidiendo por señas ayuda para salir, pues no sale ninguna voz de la impenetrable cabina. Los curiosos no hacen más que aumentar: señoras, niños, desocupados, chafarderos, etc., todos riéndose del hombre sin que nadie intente ayudarle.

Sólo lo intentan un operario que no puede meter el destornillador en hueco alguno y un fortachón que, tras vanos intentos, casi lastimado su hombro por los impactos intentando romper el cristal de la puerta, acaba por desistir, ante las burlas de todos.

Incluso hay un aprovechado que va desayunándose gratis a base de comer las rosquillas que un mozo holgazán de una pastelería pone a su alcance, absorto en la burla del hombre atrapado.

Aparece la Policía Nacional, ante el tumulto, procediendo a ordenar al hombre, desesperado, a que desaloje la cabina, constatando que ello no es posible. Nadie mueve un brazo para ayudar al hombre.

Cuando aparecen los bomberos y se disponen a descargar un mazazo en el techo de cristal de la cabina, todos expectantes, surgen los operarios de la compañía telefónica que hemos visto al principio instalándola, y, raudos, desmontan los anclajes de la cabina, llevándosela con su ocupante en un camión, ante las chanzas y vítores de todos.

Vemos al hombre viajar, dentro de la cabina, recibiendo miradas de pasmo y burlas de los viandantes y conductores de otros vehículos, al comprobar lo extraño de la carga que lleva el camión. Sólo unos payasos, malabaristas y enanos de un circo observan al hombre en silencio, con una tristeza en la mirada, cómplices en la soledad silenciosa.

La historia, cuyo final dejaré en suspenso, tuvo una gran repercusión en la España de los primeros setenta, hasta el extremo que obligó a Telefónica a modificar el diseño de sus cabinas telefónicas; muchos ponían un pie en la puerta para evitar que ésta se cerrara accidentalmente.

El cortometraje consiguió para sus autores el Emmy de 1973, galardón nunca más obtenido por ningún español.

Una trama compleja, de corte surrealista, de múltiples lecturas, que empieza como una chanza, una broma, pero que, tras el visionado, deviene en un canto a la libertad, precisamente constatando cómo, cuando extrañas entidades, ajenas al común de los mortales, deciden coartarla, reducirla, aniquilarla, de forma aleatoria, es decir, sin razón alguna, nadie, o casi nadie, mueve un dedo para ayudar a su prójimo, prefiriendo burlarse del cautivo, o sacar provecho propio de la ocasión; del conjunto de la sociedad, sólo unos pocos destinan una parte de su tiempo en ayudar a otro, y la compasión, la comprensión, la solidarirdad, tan sólo se manifiestan en los que en modo alguno van a ser tomados en serio, payasos de un circo.
De forma imprevista, el hombre se ve privado tanto de libertad como de voz para expresarse, pues ni puede salir de la acristalada cabina, prisión transparente pero prisión al fin y al cabo, y nadie le puede oir, por mucho que se desgañite reclamando, desolado, exasperado, su libertad, atenazado por unas decisiones, una metodología, una maquinaria impresionante que le sobrepasa, le excede, y que casi todos aceptan como inevitable consecuencia, a saber que habrá pasado....

Consiguen los autores crear un sentimiento claustrofóbico a plena luz del día, recordándonos que la libertad sí tiene precio y que éste es muy alto, sobretodo cuando se produce la pérdida de esa libertad a la que estamos acostumbrados como derecho adquirido, demostrando, magníficamente, que la libertad individual pende de un hilo cuando no todos estemos dispuestos a luchar por la propia y por la de los demás, como si fuera la propia.


Me recuerda aquel famoso poema corto de Martin Niemoeller :

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.

Altamente recomendable su visionado, que no ha perdido vigencia su mensaje, naciendo de una situación local y temporal para devenir en símbolo transnacional e intemporal.

Addenda: TVE ha tenido a bien ofrecer un vídeo comprensivo de documental y de la propia obra, que puede verse aquí.

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dissabte, 21 de juliol del 2007

Entresijos de la Globalidad

Un buen dia, Stephen Gaghan, aclamado y oscarizado guionista de Traffic, se puso a leer una historia de Robert Baer, titulada "See No Evil: The True Story of a Ground Soldier in the CIA's War on Terrorism", y cabe suponer que se puso en contacto con el autor, ex miembro de la CIA, que, con ese título y otros, cuenta de forma novelada, sucesos de un "soldado" de la agencia de espías más cinematográfica, ocurridos en sus acciones en Oriente Medio.

Fruto de ese contacto, Stephen Gaghan guionizó una historia que él mismo decidió dirigir, otorgándole el nombre de SYRIANA, realizada en 2005.

Tenemos como resultado un guión bien escrito y estructurado, interesante y muy complejo, que cuenta sucesos de la máxima actualidad.

La película nos presenta un mosaico de acciones que, al principio, desconciertan un poco, ya que el espectador no sabe si se trata de lo que conocemos como "flashback", es decir, sucesos ocurridos en otro tiempo.

Pero no: todo ocurre al mismo tiempo fílmico, pero en lugares diferentes, en ambientes diferentes, propios de las mal llamadas "altas finanzas", de las bien llamadas "cloacas de la política", de los "servicios especiales" de una nación, y del pueblo llano, sufridor siempre y destinatario de avatares que a simple vista pueden parecer casuales pero que, acabada la película, encajan a la perfección.

Son dos horas de acción, pues no hay un segundo de respiro para la atención del espectador: ante nuestra vista ocurren un cúmulo de sucesos que al principio parecen inconexos, pero que, poco a poco,ya transcurridos dos tercios de la película, empiezan a encajar de forma harto escandalosa, pues lo que dan a entender más bien repugna al mínimo sentido ético de la vida que uno pueda albergar.

La acción no es siempre simple, ya que en muchas escenas se basa en la fuerza de los diálogos más que en movimientos de los personajes que deambulan por la pantalla. Y todo tiene una explicación, un motivo, una razón de ser, aunque dicha razón, a la postre, no sea compartida por el espectador, atónito ante la envergadura de lo que se nos cuenta.

Hay personajes que acaban convergiendo, pero hay otros cuyo discurrir finaliza de forma muy cinematográfica, con un uso de la elipsis acertadísimo, como es, por ejemplo, la entrega como chivo expiatorio del Letrado Senior del bufete que gestiona la aceptación de la fusión de dos empresas: ni siquiera se dice claramente la intención de "venderlo", corroborada por la expresión atónita del personaje al entender la trampa y el asentimiento del "cliente" que, así, consigue su objetivo.

Es una película coral, como no podría ser de otra forma. Varios actores (George Clooney, Chris Cooper, Christopher Plummer, Jeffrey Wright, Matt Damon) [no existe, de nuevo, papel femenino que merezca la pena] dan vida a distintos individuos que, sin la consciencia plena de la trama que acaba teniendo el espectador, ofrecen unos buenos trabajos interpretativos, sin que la condición oscarizada de George Clooney, así como su propia fama, le otorguen a su personaje más que la relevancia de hilo conductor de tan espesa historia, donde sólo algunos parecen estar al tanto de todo lo que ocurre.

Es un verdadero mosaico que nos da una visión de la política al servicio de inconfesables intereses económicos, de forma desoladora, sin dejar títere con cabeza: no hay buenos; sólo hay menos malos. Nadie se salva de la "quemà", que dirían en Valencia:no hay falla que salvar. Ni siquiera el personaje del asesor (Matt Damon), superviviente ignorante de todo lo que nosotros ya sabemos, puede sentirse orgulloso de su actuación.

Nos recuerda pues la película la complejidad de la vida que conocemos, y lo hace mediante el uso acertadísimo de la técnica cinematográfica, deviniendo la presentación en "retales" en apariencia inconexos durante buena parte del metraje, un fresco al temple que nos permite caer en la cuenta que, cuando leemos el periódico, vemos el telediario, nada de lo que se nos cuenta es
simplemente como nos lo cuentan, verídico al cien por cien, ya que nunca jamás se nos dice porqué, quién y cuando ha tomado la decisión de que ocurra lo que ocurre, a menos que prefiramos mantenernos incólumes ante la información veraz y prefiramos tomar la ingenuidad como base de nuestro conocimiento.

Le falta a la película un mejor dominio del ritmo cinematográfico, aún reconociendo de antemano que, con tales condimentos, resulta harto difícil aligerar la película, que se conforma ante nuestros ojos en un espléndido ejemplar del Cine de Denuncia; género difícil de llevar a buen puerto, ya que, en muchas ocasiones, el afán por denunciar acaba con el interés cinematográfico de la obra.

No es éste por suerte el caso, pues Syriana, sobre remover la conciencia, entretiene.

Ciertamente no es una película "fácil" en ningún sentido, pero debemos reconocer que, no siendo la "dificultad" aparente de algunas películas más que una muestra de la fatuidad de sus directores, tampoco porque una película no sea fácil, es decir, requiera una participación mental activa del espectador, ello tampoco puede, en modo alguno, tacharse como defecto reprobable en la valoración del conjunto.

En resumen, abreviando, altamente recomendable :-)
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divendres, 20 de juliol del 2007

Memorias de una Geisha (2005)


La idea de ver una película dirigida por Rob Marshall (magnífico su trabajo en Chicago), con un elenco conformado por Ken Watanabe (sorprendente en El Ultimo Samurai), Ziyi Zhang (muy estimable y amable - en el sentido literal de la palabra - su trabajo en La Casa de las Dagas Voladoras), con la compañía de Li Gong y de Michelle Yeoh, resultaba seductora como pocas, ya que, sobre el éxito popular obtenido por la novela el mismo nombre, se añadía la convicción que, haciendo un símil culinario, con tales huevos mal no podría salir la tortilla.

Sin embargo, pese a la conjunción de tales virtudes, el plato, para mi gusto, ha quedado soso, es decir, falto de esa pizquilla de sal que da el toque preciso para que una película pase de ser un mero espectáculo a una obra del séptimo arte.

Sin dudar del buen oficio de Marshall, ya demostrado, ni de la sobresaliente calidad de los intérpretes escogidos -por mucho que duela a los japoneses, ya que sólo Ken es nipón - la película, a mi parecer, se queda a medias entre lo que pudo haber sido y no fue.

Parto del desconocimiento previo de la novela. Esperaba,ciertamente, un retrato dramático de la vida de una geisha, con el aderezo típicamente norteamericano de un romanticismo políticamente correcto.

También esperaba que, con un presupuesto elevado, la dirección artística fuera sobresaliente.

Sin ser un experto es vestuario, me quedé con la sensación que se hurta al espectador la supuesta munificiencia de los kimonos, cuyo valor se pondera en el relato en distintas voces: los vestidos no resisten la comparación con el precedente de La Casa de las Dagas Voladoras. en esto los nipones tienen motivos más que sobrados para lamentarse.

Como decía, desconozco la novela y por tanto me siento libre de criticar el guión literario de la película: el trazo de los personajes es correcto pero simple; el mundo de las geishas no es lo detallado que cabría esperar; la pasión amorosa de Hatsumoto queda en sólo un detalle en claroscuro, siendo como es detonante de acciones que sustentan la trama; los diálogos destinados a Ken Watanabe son tan simples como los de Ziyi Zhang, que resuelven sus
personajes con un par de miradas en escenas aceleradas por lo breves, ya que la morosidad impera en la película, con un ritmo lento apropiado pero carente de la pulsión que unos mejores diálogos hubieran compensado, otorgando al conjunto una lentitud, que no morosidad, perjudicial.

Finalizo opinando que Memorias de una Geisha es una película de tono amable, romántica, sin entrar en absoluto en la disección social que ofrece el entorno de las geishas, en una época histórica ya alrededor de la II Guerra Mundial, en una sociedad con claro contenido machista, donde la máxima aspiración de las protagonistas es conseguirse un amante poderoso, en el conocimiento de constituirse en queridas de lujo y con el futuro en la situación de llegar a regentar una casa de geishas, dando como resultado el cierre de un círculo vicioso que redunda en la falta de libertad para las protagonistas, reducidas a muñecas de conveniencia, elegantes y sumisas.

Le falta, opino, pasión a la película; pasión arrebatadora y liberadora; le falta el sentimiento del amor e incluso le falta, no habiendo amor, la desmesura que podría proporcionarle una fijación sexual, que es la que se supone existe y permite que perdure en quince años de la vida de Sayuri.

Dando por entendido que el guión no tiene porqué reducirse a la transcripción literal de la novela en que se basa -ejemplos de ello los ha dado a montones Hitch- presupongo que lo que se nos ofrece es la versión edulcorada, apta para adolescentes, estilo "american-way" , de lo que en U.S.A., muy en la línea políticamente correcta de la Gran Mayoría, entienden que debe ser una geisha.

Por eso acabo reafirmándome en la sensación que, con estos huevos, a
cualquiera de los nuevos directores orientales -coja cada cual el que prefiera- la tortilla hubiera tenido mejor sabor.

p.d.: seguro que la escena del baile de Sayuri la recortó el productor; y seguro que Marshall disfrutó de lo más al rodarla...:-)
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dijous, 19 de juliol del 2007

El Huésped

De las hemerotecas: En febrero de 2000 en una base militar estadounidense situada en el centro de Seúl, la capital de Corea, un empleado estadounidense ordenó a sus subordinados verter a las alcantarillas una gran cantidad de formaldehido, substancia tóxica que acabó en el río Han. Los subordinados, coreanos, denunciaron el vertido. La justicia coreana, que tropezó con todas las objeciones posibles por parte del ejército estadounidense, tardó casi cinco años en dictar sentencia condenando al imbécil de Mr. McFarland, que así se llamaba el tipo, aunque éste, con el amparo de su gobierno, escurrió el bulto y no cumplió condena alguna.
Quizá como ajuste de cuentas, el director coreano Joon-ho Bong, tomó la noticia y la guionizó junto con Chul-hyun Baek, con el objetivo de llevarla a la pantalla, con el título original de Gwoemul , traducido al inglés como "The Host", título que se mantiene en las pantalla de España, cuando lo más apropiado hubiera sido mantener el título original coreano o, en su defecto, traducirlo al castellano como El Huésped, mucho más acertado.

Se trata de una película indefinible o, mejor dicho, de distintas facetas, lo cual producirá, probablemente, que, siendo distintas las personas que la hayan visto, la puedan contar desde ópticas diferentes, tal es la amalgama que se nos ofrece.

Para este espectador, se trata de una obra que remite directamente a las clásicas películas de Serie B con temática de ciencia ficción, de la mejor cosecha, ya que el autor aprovecha la narración aparentemente dinámica y de acción para depositar un mensaje de contenido humano y político que deviene en carga de profundidad para el orden establecido.

Es una película con monstruo mutante, como lo fueron los insectos en la famosísima Them! presentada en España como La Humanidad en Peligro .
Es pues, una criatura que ha visto alterado su ser por la mano humana.

En el aspecto técnico, hay que decir que se ha cuidado mucho tanto la figura como los movimientos del monstruo, lo que condujo a que en el último Festival de Cine Fantástico de Sitges (Festival Internacional de Cinema de Catalunya, 2006) obtuviera el galardón a los mejores efectos especiales, con toda justicia. Pocas veces se ha visto un monstruo tan ágil y elegante al desplazarse, salvo cuando está con los pies en el suelo.

Por lo que hace a la historia que cuenta, en la superficie, es la aventura llevada a cabo por la familia Park, que lucha contra el monstruo de forma denodada y heroica, como sólo los héroes anónimos pueden hacerlo, sin obtener más que el desdén, la indiferencia, la incomprensión, la obstaculización e incluso la persecución por parte de las autoridades locales, con el "apoyo indondicional" del gobierno estadounidense, que, con toda desfachatez, actúa en defensa de sus propios intereses, para acabar de entorpecer el empeño de los ciudadanos, ya de por sí mismos nada aventajados para cumplir con sus escasas fuerzas en la misión en que se han comprometido, arriesgando sus vidas en ello.

Joon-ho Bong bebe pues directamente de las fuentes del mejor cine de ciencia ficción, al contarnos una historia mientras en realidad, nos está contando otra, de mayor calado. Es una gozada comprobar cómo todavía hay directores capaces de transmitir un mensaje serio por medio de una película que, amigo lector, podrías calificar de terror, de una de monstruos, de acción, cuando, en realidad, la idea que perdura, cuando todo acaba, es que, aún en el siglo que vivimos, todavía la distancia entre el pueblo y quienes lo gobiernan sigue siendo, en ocasiones, insalvable, acabando en ser héroes quienes más lejos están de la burocracia, constatando como ésta, representada por funcionarios inútiles, impide que la pronta solución de un gravísimo problema se pueda realizar, por ni siquiera escuchar al ciudadano que, legítimamente, solicita ayuda y apoyo, hallando, por respuesta, desdén, incomprensión y hasta tortura.

Algunas escenas lastran el ritmo de la película que, no obstante, se puede recomendar sin miedo.

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dimarts, 17 de juliol del 2007

John Coltrane

Tal día como hoy, 17 de Julio, en el año 1967, fallecía, a los 40 años de edad, uno de los más grandes saxofonistas que el Jazz nos ha legado: John Coltrane, que se inició con Miles Davis y que en una corta carrera, alumbró una nueva forma de entender la música.

Sus interpretaciones las hemos escuchado en diversas películas: Capote, Malcom X, Vanilla Sky, El Rey Pescador, Secretos Compartidos, etc.

Como muestra de su forma de tocar, dejo un enlace a una grabación en directo de John tocando con otro saxofonista célebre, Stan Getz, perteneciente a la gira europea de JATP (Jazz At The Philarmonic), organizada por el inolvidable Norman Grantz, en compañía de Oscar Peterson, Paul Chambers y Jimmy Cobb, un regalo para adictos al Jazz, que se disfrutó en la ciudad alemana de Dusseldorf, el 28 de marzo de 1960.


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dilluns, 16 de juliol del 2007

Perdido en Innisfree

Corría el año 1952 cuando John Ford presentó el resultado de unas vacaciones que se tomó con varios de sus mejores amigos, todos ellos gente del cine, en la isla de sus ancestros, Irlanda.

Parece que les convenció para que, ya que estaban allí, rodaran una peliculita que se traía en mente desde hacía tiempo.

Esa es la sensación que uno tiene cuando acaba el visionado de El Hombre Tranquilo (The Quiet Man ) ya que en el ánimo del afortunado espectador no cabe duda alguna que todos cuantos intervinieron en esa película se hallaban contentos, relajados, en fin, lo que podríamos decir "en estado de gracia", porque el resultado es una de las mejores obras de John Ford, y afirmar esto con rotundidad es toda una declaración de principios, atendida la magna obra fílmica de Ford. (Sólo como de pasada, recordar que, cuando le preguntaron a Orson Welles quienes eran sus tres directores de cine preferidos, dijo: John Ford, John Ford y John Ford. ¡Ahí queda eso!)

Ford se basó en una novela de Maurice Walsh, "Green Rushes" que guionizó Frank S. Nugent, habitual colaborador de Ford, con quien ya había trabajado, por ejemplo, en Fort Apache, en La Legión Invencible (She Wore a Yellow Ribbon) y que luego se ocupó de otras obras como Centauros del desierto (The Searchers), Dos Cabalgan Juntos (Two Rode Together), todas de Ford, por citar algunas y que el mismo año haría el guión de Cara de Angel (Angel Face) con Otto Preminger: un bicho raro, vaya, para entendernos: un guionista cabal.

Según cuentan, Ford había leído el relato corto de Walsh ya en 1933, y desde entonces no cesó en su empeño de rodar una película en la Irlanda de sus amores, pero, al tratarse de una historia de contenido romántico e idílico, tan alejada de las películas que Ford solía realizar (recordemos la paradoja: "Me llamo John Ford y hago películas del Oeste", dijo el mentiroso Sean Aloysius O'Feeney, al presentarse ante el Comité de la célebre caza de brujas para declarar en favor de su estimado amigo y colega Joseph L. Manckiewicz. John Ford ganó cuatro Oscar al mejor director, y ninguno de ellos por una película del Oeste), halló no pocos inconvenientes de financiación, ya que ninguno de los avispados productores de la Fox, la RKO ni la Warner supieron atisbar lo que iba a ser una obra maestra (lo cual da fe que no siempre, ni en el Hollywood de Oro, los estudios acertaban a la primera), hasta que John Wayne, que ya conocía la intención de Ford, convenció a Herbert Yates, de la Republic Pictures, quien aceptó la financiación, asegurándose la participación de John ford en otras dos películas más para su productora. a todo esto, habían pasado casi treinta años de madurar la película en la mente de John Ford.

La historia original, parece ser, tenía un cierto carácter vindicatorio relativo a los sucesos de la llamada Guerra de Independencia de Irlanda; Ford en principio estuvo interesado en una trama de contenido social y político, dramático, interés que, con el paso del tiempo y la intervención de Nugent, guionista conocido por su meticulosa forma de trabajar -le gustaba crear para cada personaje un a modo de currículum vitae en el que basar sus características- que con base en el relato y pensando en una historia a contar relativa a Irlanda, creó un riquísimo mosaico de personajes, donde casi todos acaban disponiendo de alguna frase con la que lucirse, componiendo un todo.

Con la historia preparada, Ford coge los bártulos, llama a los amigos, y se va a Irlanda, para mostrarnos, a través de una superlativa forma de entender el cine, una Irlanda mágica, existente sólo en su memoria de irlandés errante, en el rincón donde las fantasías son reales y los sueños se hacen realidad, donde las miserias materiales no alcanzan a entorpecer la felicidad alcanzable sólo en las buenas relaciones humanas.

Soy plenamente consciente que me dispongo a destripar buena parte del argumento de la película ofreciendo mis recuerdos de ella, pues hace ya unos meses que no me he perdido en Innisfree, aunque mis recuerdos son vívidos y, partiendo del hecho irrefutable de mi experiencia como habitual viajero a Innisfree, puedo decir que nada perderá el amable lector si aún no ha tenido el gozo de visitar la aldea, pues, en cada visita, como en una fuente mágica, la sed de cine no hace sino aumentar y las ganas de volver se incrementan.

Vemos los típicos parajes irlandeses mientras oímos una voz en off que nos cuenta una historia; es una voz serena, grave, de hombre, probablemente una persona con respeto; habla en pasado, así que inmediatamente Ford nos introduce en el relato de algo que ya ha sucedido; de forma subliminal, nos está diciendo: el narrador conoce la historia.

Nos dice: "Bien, vamos a ello. Empezaré por el principio. era un soleado día de primavera cuando el tren llegó a Castletown, con tres horas de retraso como de costumbre, cuando él llegó. No tenía el aire de un turista americano. No llevaba ninguna cámara; aún más extraño, tampoco caña de pescar."

(Curiosamente, Clint Eastwood emplea el mismo truco cinematográfico en Million Dollar Baby, cincuenta y dos años después. ¿un homenaje?¿como lo de aprender gaélico? Otro día lo comentamos....)

La historia empieza comprobando la forma en que los irlandeses se toman el hecho incontestable que su servicio ferroviario carece de las más elemental puntualidad, importándoles un ardite, frente a la enorme curiosidad que les produce la llegada de un extraño, por más señas extranjero, nada menos que proviniente de los Estados unidos: evidentemente, el foráneo, que pasa dos palmos por encima del más alto de los concurrentes, tiene que haber venido a Irlanda a pescar, no cabe duda, y, frente a la posibilidad de encontrar la trucha más grande, la discusión, y luego la pelea, está asegurada, algo a lo que ningún irlandés en su sano juicio puede rechazar.

Pero no: el americano, cuyo nombre nadie le pregunta, representado por John Wayne, no pretende ir a pescar: de hecho, los aldeanos se sorprenden por ello, extrañándose que ni siquiera lleva aparejos para ello. ¿A qué ha venido a Irlanda, entonces, si no viene a pescar?

Ford se ríe por lo bajo, sentando de una tacada que, para los irlandeses, los americanos sólo acuden a su isla para aprovecharse de la inmejorable pesca de la que presumen.

Buen principio. Una ironía muy "irlandesa", cabe suponer, ya que es bien conocida la innumerable aportación humana en forma de inmigración con que los irlandeses ayudaron, por fuerza, dada su necesidad, al fortalecimiento de los U.S.A. y la importancia que la comunidad irlandesa tenía -y sigue teniendo- en ese país. Un pequeño ajuste cuentas, vaya, vista la historia en perspectiva, ya que U.S.A. consiguió la independencia del Reino Unido mucho antes que Irlanda, sin merma alguna.

El americano, rodeado de todos los aldeanos, apiñados entorno a él, acaba por aclarar: "Yo sólo voy a Innisfree"
¿Pero cómo, a Innisfree? Si las mejores truchas están en.... ¡No! Las mejores truchas están en el otro río, que yo el jueves pasado pesqué una que ........ ¿Para que quiere ir a Inisfree?

Se enzarzan los aldeanos, con el americano en medio de ellos, en una fuerte discusión acerca de donde encontrará las mejores truchas: el americano, pasmado, sorprendido, insistiendo en su voluntad de ir a Innisfree. Luego, la discusión empieza por indicar al extraño cual es el mejor camino para ir a Innisfree:"Yo le acompañaría gustoso, pero tengo que conducir el tren..."

Constatamos, con el americano, que quizás a esos irlandeses lo que más les gusta es discutir y arremangarse buscando pelea.

A todo esto, aparece en escena un hombre bajito, con una especie de sombrero hongo y una pipa caida, que, decidido, recoje del suelo los fardos del americano, sin que nadie lo perciba, pareciendo que vaya a ser un ladrón, personaje interpretado por un experto ladrón, pero de escenas: Barry Fitzgerald, actor característico donde los haya, consumado robaescenas de la mejor época del cine, irlandés de nacimiento, irlandés de convicción, irlandés en su defunción.

El americano se da cuenta del movimiento de sus fardos, abandonando a quienes pugnan por indicarle el mejor camino a Innisfree, cuando el pequeño Barry le dice:¿Innisfree? ¡Sígame! y con un ademán de su cabeza, le indica un carruaje dispuesto, donde deposita los fardos.

Empezar una película con tales escenas sin acudir a la economía de medios que podría resultar en ver a un hombre bajar de un tren en una polvorienta estación y tomar el camino de Innisfree, apenas dos minutos de película, ya nos marca la pauta de un ritmo pausado que inunda nuestro ser al contemplar los sucesos que en la misma se cuentan. Es un ritmo tranquilo, pero no lento: se nos cuentan muchas cosas y ninguna está de más. Que no nos aburramos con una caligrafía morosa, está al alcance de unos pocos. De John Ford, por descontado.

Es su secreto, el más archiconocido por todos los cinéfilos: plantas la cámara, dices acción, y ya está. La invisibilidad de la puesta en escena.
Tan sencillo y tan difícil, que pocos logran contar una historia de esa forma sin dormir al espectador.

Sigamos. En el viaje a Innisfree, campiña irlandesa alrededor, el pequeño Barry procede a interrogar -nada sutilmente- al extraño que lleva como pasajero, hasta que éste acaba por definirse como Sean Thorton, nacido en Innisfree, a quien el conductor, Michaleen Oge Flynn, conoció cuando apenas era un bebé, constatando como de grandes y duros se hacen los irlandeses en las acererías de Pittsburg: "¿Qué os dan de comer a los irlandeses en Pittsburg? Acero y lingotes de hierro...."

De nuevo, alusión directa a la condición de los inmigrantes irlandeses, que pagan con su esfuerzo la acogida, trabajando hasta su fallecimiento, cual es el caso de la madre de Sean, que no pudo cumplir con su deseo de retornar a casa. Cabe señalar como un indicativo de la intención de Ford el renombrar al protagonista de su historia con su propio nombre: ford nació en E.E.U.U., de padres irlandeses....

El pequeño Michaleen se extraña del viaje de Thorton, quien asegura que vuelve de américa para instalarse en Irlanda, donde nació y, en un alto del camino, manifiesta su voluntad de adquirir la casa de sus orígenes, Blanca Mañana, casa abandonada en el páramo, tras un riachuelo, quedando sorprendido Michaleen de tal pretensión, suponiendo la mayor fortuna del pasajero, sugiriendo mayor comodidad en el pueblo.

Aparece entonces en escena el narrador y nos lo anuncia:"Ése soy yo, ese hombre alto, de semblante respetable", y surge la figura del Padre Peter Lonergan, no otro que Ward Bond, célebre actor secundario habitual a las órdenes de John Ford, otro robaescenas de muchísimo cuidado, a quien Michaleen presenta al recién llegado, produciéndose otra frase para los anales: "¿No fue tu abuelo Sean Thorton? Creo que falleció en Australia, en la prisión. Tu padre también fue un buen hombre. Mañana les tendré presentes en la Misa. Espero verte. No faltes"

De buenas a primeras, ya nos planta John Ford una postura que ahora llamaríamos eufemísticamente "políticamente incorrecta", que remite a la primigenia intención del relato de Walsh, que luego, afortunadamente, reconviirtió Ford, dejando el alegato político entre bambalinas, aunque asome en distintas ocasiones en la historia.

Lonergan pide a Sean que le deje tratar ciertos temas con Michaleen, alejándose Thorton unos pasos del carruaje, prendiendo un pitillo, y quedándose absorto en la contemplación de una hermosa mujer, pelirroja por más señas, que conduce, al otro lado del riachuelo, un rebaño de ovejas. La mujer le devuelve la mirada, sutilmente, casi de reojo, y en esa bucólica escena pastoril, Cupido hiere el corazón de ambos.

Inquirido Michaleen acerca de la pelirroja, ¿Es de verdad o estoy soñando? dice Sean, suelta: ¿Esa?¿Esa pelirroja? ¿Mary Kate Danaher? ¡Olvídate de ella muchacho!...... ¿Cómo has dicho que se llama? Mary... Mary Kate....

Michaleen mueve la cabeza, augurando problemas.... mientras Mary Kate, representada por una bellśima Maureen O'Hara, en el papel de su vida, se aleja lanzando fugaces miradas incendiarias a un Sean embelesado...

En esa escena bucólica, Ford saca partido de la excelente fotografía en technicolor de Winton C. Hoch, ayudado por Archie Stout, (ganadores ambos del Oscar por su trabajo) para iniciarnos en el romance con una intensidad que no abandonará ya toda la película: ¡Estamos en una película de amor!¡Una comedia romántica!

Acto seguido vemos cómo Sean Thorton consigue la adquisición de la casa donde nació, propiedad de la viuda Tillane (Mildred Natwick), con gran disgusto del grandullón del pueblo, Red Will Danaher, que resulta ser el hermano de su enamorada, representado por Victor McLaglen, que ganó un Oscar por su papel en El Delator, una de las películas en que también John Ford ganó el Oscar al mejor director, como lo hizo con El Hombre Tranquilo, resultando nominado McLaglen como mejor actor secundario por su caracterización de Danaher.

El nivel, observa el atento espectador, no hace sino incrementarse con el transcurso de las escenas, y el humor hace su aparición de nuevo cuando la menuda chacha de la viuda Tillane, al presentar al grandullón Danaher, que viene embravuconado, le espeta: ¡limpiate la suela de los zapatos!

En el primer tercio de la película, John Ford nos presenta de forma impecable la trama y los personajes que van a vivir en su Arcadia personal, en esa Irlanda de ficción, de deseos imposibles, como cuando, en la trastiende del bar público, el pequeño Michaleen, comentando lo extraño del saco de dormir que lleva Sean, al ser espetado: "No me llames Comandante, la guerra terminó. Ya no hay guerra" responde:"No pierdo mis esperanzas...Comandante", nuevamente reforzando la memoria del conflicto bélico de principio del siglo XX, apenas veinte años antes de filmarse la película.
Las escenas en el pub de Cohan, con todos bebiendo cerveza a raudales, sin ninguna mujer presente, como sucede en otras películas de Ford, probablemente alimentaron la fácil y débil teoría del machismo acendrado de Ford, que, como luego veremos, resulta sólo una suposición sin fundamento alguno.

La trama, pues, está presentada: chico quiere a chica, pero el hermano de la chica se interpone como un muro impenetrable. Un hermano grandullón, tiránico, que hace mantener a su lacayo Feeney una "lista negra" donde apunta los nombres de sus adversarios, remisión clarísima al antes citado comité de McHarty.

¿Eso es todo? ¿Tan sencillo?

No. Un Grande del Cine como John Ford no hace películas tan sencillas, aunque su apariencia, a primera vista, nos lleve a engaño.

Siguiendo el desarrollo tradicional, después de la trama sigue el nudo. Y Ford nos presenta un nudo gordiano, donde se oculta la virtud de su obra.

Después de una pequeña confabulación de "todos contra Danaher", Sean consigue el permiso de Danaher para poder cortejar a Mary Kate, bajo la atenta supervisión de Michaleen, ejerciendo las funciones de casamentero-carabina, ante la incompresión de Sean, que no acaba de comprender bien la clase de sociedad en la que pretende insertarse, con unos códigos morales para él ya superados: "En américa, tocamos el claxon y las mujeres suben al auto", lo que le va a causar no pocos inconvenientes. Es una sociedad distinta, incluso como le hacen saber: [Cohan, aquí lo pronunciamos "Cohan"].

El amor que sienten Sean y Mary Kate, que ya no son unos niños, hace que se escapen en una bicicleta tándem, acabando por guarecerse en unas ruinas cercanas al cementerio, con una tormenta que imprime sexualidad a la escena, mojando las ropas de los protagonistas, remarcando la masculinidad de Sean (recordemos que estamos en 1952), robando un beso prohibido por las reglas del cortejo pre-nupcial.Celebrado que ha sido el matrimonio de Mary Kate y Sean, el engaño perpetrado en Red Will Danaher queda de inmediato al descubierto, con el resultado que éste se niega a entregar la dote de su hermana: Unos muebles y trescientas cincuentas libras de oro.
Y de un puñetazo, deja sin sentido a Sean; vemos en un flashback a éste como boxeador, dejando tendido en el suelo, muerto, a un contrincante en el cuadrilátero.

A Sean la dote le importa un pimiento. No la necesita para nada. Pero Mary Kate insiste en ello. Si no hay dote, no hay boda. Si no hay boda, no hay noche de bodas. Ante la sorpresa de Sean, Mary Kate se niega a consumar el matrimonio, produciéndose una escena cabal: Sean derriba de una patada la puerta cerrada del dormitorio y le dice a Mary Kate: "Entre nosotros no habrá ni puertas cerradas ni barreras, salvo las que ponga tu corazón". Acto seguido la toma en brazos y la tira en la cama, que se desmonta por el impacto del peso de ella.

El problema está servido: las convicciones de Mary Kate, fruto de una forma antigua de entender la vida, chocan frontalmente con la visión que del matrimonio tiene Sean. Cuando los amigos, al amanecer, algo pasados de bebida, llevan a la pareja los muebles de Mary Kate, ella se extraña de la actitud de Sean, al quitar importancia a la negativa de Danaher de entregar las trescientas cincuenta libras, preguntándose en voz alta: "¿Con qué clase de hombre me he casado?", aludiendo a una supuesta cobardía de Sean, ante lo cual recibe como respuesta:"Con uno mejor de lo que crees, Mary Kate". Ella ha pedido a Sean, que ha dormido en su saco, que disimule ante sus amigos el no haber dormido juntos, y, cómicamente, Michaleen, al ver la cama destrozada, tiene la frase:"Impetuoso. Homérico", que mantiene la esperanza de una normalidad inexistente.

Se inicia así el último tercio de esta magnífica película, incrementado el interés del espectador por saber cómo va a acabar esa relación apasionada en un mundo idílico, en un pueblo donde nada parece coincidir con la realidad, sin referencia alguna al mundo externo, mostrandonos una confrontación de pareja que, para según qué miradas, representa una exaltación del machismo, aspecto éste que debo rebatir con todas mis fuerzas, después de haber estado en Innisfree muchas veces ya. Muy al contrario, es opinión de quien esto suscribe que, lejos de ser un alegato machista, el devenir de los hechos otorga una fuerza excepcional a la mujer, representada por Mary Kate, que, presa de unas convicciones anticuadas, logra, contra lo esperable, doblegar la voluntad de su marido, hasta conseguir que éste luche por su dote, a pesar suyo. Mary Kate se sale con la suya, no hay duda.

Todo lo que ocurre en el último tercio, ocurre porque ella así lo ha querido. Incluso contra el parecer del Padre Lonergan, con quien consulta, expresándole en gaélico la realidad de su relación sexual con su marido, recibiendo una severa amonestación.

Por su parte, Sean acude a solicitar consejo al Reverendo Playfair, de la Iglesia Anglicana, pese a ser católico, quien se manifiesta conocedor del secreto de Sean: mató a un hombre en el cuadrilátero y juró no volver a pelear, lo que explica su actitud, tachada de cobardía por Mary Kate.

No deja de ser curiosa la introducción del Reverendo Playfair, nacido en Inisfree, con pocos feligreses (no olvidemos de nuevo la fecha, 1952, y el carácter protocatólico de Irlanda, frente al anglicanismo de Gran Bretaña), pero muy estimado por todos, que le aprecian y respetan, dando una clara imagen de concordia lejana de fanatismos religiosos, meritando a las personas por encima de sus convicciones religiosas.

Aquí Ford se eleva por encima de las pasiones humanas, en concreto las de índole política, ya que, mostrándonos una microsociedad donde todos y cada uno de sus miembros tiene un pasado de fuerte raíz gaélica, más bien contraria a todo lo que suene como inglés (baste comprobar como cambia la actitud de todos los parroquianos de Cohan al saber que Sean es el nieto de Sean, el que murió en el penal de Australia: "Entonces sí que es un buen día"), vemos que el Reverendo Playfair es tomado, sin excepción, como un caballero amable y estimado por todos los aldeanos, pese a haber adoptado una opción religiosa poco popular. Es, ciertamente, una Irlanda idealizada: baste comprobar cómo apenas vemos a nadie trabajar y somos conocedores que, en aquella época, la economía irlandesa no era precisamente boyante.

Playfair pues, es el depositario del secreto de Sean, quien lucha consigo mismo para hallar una solución que le permita obtener la satisfacción sexual con su esposa sin romper su juramento de no pelear nunca más.

Pero la mujer no cesa en su empeño. Cuando por fin duermen juntos, al despertar, Sean ve a Michaleen a la puerta de su casa, fumando su pipa. Al notificarle éste que Mary Kate se ha ido a buscar el tren, llevándose la maleta, le pide: "Ensíllame el caballo mientras me visto" A lo que Michaleen se niega, ronzando, burlesco: "Que le ensille el caballo, dice, je, je, que le ensille el caballo" y se pone a tararear el estribillo de la película, obra del genial Victor Young.

De nuevo, Sean se halla preso de la voluntad de Mary Kate. La busca, la halla ya montada en el tren que la alejará de su vergüenza ancestral por la supuesta cobardía de su marido, la arrastra -seguido por todos los aldeanos del andén, por los maquinistas, que de nuevo se olvidan del ferrocarril, y por una multitud que se va incrementando a su paso por los diferentes lugares- y la arroja a los pies de Danaher, reclamando: "Dame la dote"; al negarse éste, le dice:"No hay dote, no hay matrimonio. Esas son vuestras costumbres, no las mías. Toma a tu hermana" Y se lo dice con todo el pueblo delante, Mary Kate en el suelo, como un trapo.

Danaher mira a la concurrencia: todos le contemplan expectantes; dice a uno: "¿También el IRA está metido en esto?.. "Si lo estuviera, no quedaría piedra sobre piedra de tu casa", obtiene por respuesta; "Yo no lo hubiera dicho mejor", apostilla Michaleen, sardónico.

Danaher le da unos billetes, de mala gana; Mary Kate se levanta, abre el portón de una especie de horno y Sean arroja dentro la dichosa dote. Mary Kate, más tiesa que nunca, orgullosa, se va entre el pueblo, que se aparta su paso triunfante, diciendo:"Te espero en casa, marido, voy a prepararte la cena".

El triunfo de la mujer sobre el hombre, no hay duda alguna. Una mujer orgullosísima de lo que ha conseguido, sabedora que, a sus espaldas, empieza la pelea más conocida de toda la cinematografía de John Ford, a puñetazo más o menos limpio, pelea con tintes de comicidad que nos libera de la tensión alimentada en los últimos minutos, pelea épica, con apuestas de todos contra todos, concitando el interés y la expectación de toda la comarca, incluso levantando de su cama de moribundo a alguno.

Una pelea magna que se ha producido por expreso deseo de Mary Kate que, orgullosa de su marido, le recibe después, en casa, abrazado con el cuñado, exhaustos los dos por el esfuerzo físico, felices todos por haberse cumplido con la atávica tradición, acabando la historia felizmente, pues ya sabemos que, en las películas de John Ford, las peleas sirven tanto para liberar tensiones como para reafirmar nuevas amistadas, creando, una vez más, la leyenda que los irlandeses son quienes mejor beben y quienes mejor partido sacan de una buena pelea.

Acaba la amable -muy amable, en el sentido más literal del término- película comprobando cómo la voluntad de todo un pueblo católico de convicción, con la dirección de su párroco, lanza hurras y vítores al Obispo anglicano, conducido por Playfair, con el único y declarado objetivo de evitar que éste vaya a ser trasladado a otro villorrio, lejos de la paradisíaca, arcádica y feliz comunidad de Innisfree.

Si algún día me pierdo, que me busquen en Innisfree.

(Dedicado a mi colega, compañero y amigo Manuel , en muestra de gratitud por sus elogiosos comentarios a mis reseñas)

Postdata: desafortunadamente, la empresa Sogemedia ha tenido una lamentable actuación con la edición de esta imperdible obra de arte y se ha limitado a producir un dvd en castellano e inglés pero sin subtítulos en castellano. Penoso.
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