Carregant el Bloc...

divendres, 30 de novembre del 2007

Arrebato de Ira


Este guapísimo perro que encabeza estas líneas es Llamp, mi amigo, al que adopté cuando estaba en una jaula del centro de acogida de animales abandonados hace ya más de cuatro años. No tiene pedigree, ni puñetera falta que le hace. Es el perro más guapo del mundo; y el más cariñoso; y el más tozudo, también; es mi perro y es mi amigo.

Uno no puede, no debe, fallar a sus amigos.

Por eso, ahora, la cosa no va de cine.

Va de atrocidades; va de miserias humanas.

He topado, blogueando, con una noticia que me hiela la sangre, un hecho que me asquea profundamente. Vaya por delante que he tratado, antes de ponerme a vomitar todo mi asco, conocer la realidad de la noticia, buscando un desmentido.

He leído que un desalmado, un imbécil engreído que se da vientos de artista de vanguardia, un tal Guillermo Vargas, "Habacuc", presentó el pasado mes de agosto una exposición "artística" con una serie de "performances vanguardistas", consistiendo una de ellas en atar a un muro un perro callejero, enfermo y famélico, al que bautizó el malvado Habacuc como Natividad, dejando que muriera de inanición, al negarle agua y comida.



Si lo que he leído es falso, retiro en el acto los epítetos escritos; si es cierto, como parece ser, mejor dejo de escribir pues la ristra de insultos para desahogar todo mi asco e ira mal contenida serían interminables.

Dejo aquí un enlace a una carta abierta al delincuente (en Catalunya, España, sería denunciado) y también otro texto solicitando la adhesión a la recogida de firmas para boicotear la promoción del imbécil Habacuc como artista de renombre; valga decir que, al parecer, el especimen no tan sólo consigue subvenciones con dineros españoles, sino que le promocionan en su país.

De los enlaces que dejo, el amable lector podrá sacar más información, así como de google, sólo poniendo el nombre del salvaje.

Los que tengan la sensibilidad canina a flor de piel, mejor que no busquen más fotos del pobre Natividad; avisados quedan.

Pido perdón por los inusuales exabruptos y vocabulario usados, pero ya que mi amigo Llamp no puede hablar, tomo su voz para decirle a Habacuc que, si lo tuviera al alcance de mi mano, se iba a llevar dos bofetadas, por lo menos, por cobarde y por cruel.

Si no lo digo, a ver con qué cara iba yo a pasear con Llamp esta noche...


Leer más...

dimarts, 27 de novembre del 2007

Chapeau

Uno de los clásicos de la publicidad en España es la campaña del cava Freixenet, que aparece por estas fechas, concitando expectación por comprobar "qué tal el de este año", en una especie de auto competición marca de la casa.

Este año 2007 la cota, en opinión de este comentarista, alcanza lugar de privilegio, elevando el listón.

Probablemente, será difícil disfrutar el spot publicitario en toda su duración, una lástima, a causa del coste del segundo televisivo.

Este año no hay burbujas, pero hay talento. El talento de Martin Scorsese , que afortunadamente accedió a la propuesta de Freixenet, realizando un sentido homenaje a lo que él más ama, el CINE

Que lo disfruten.


Leer más...

diumenge, 25 de novembre del 2007

La Dama Tiene La Mano


Como alma que huye del diablo vemos un tipo conducir un extraño carruaje por una angosta carretera del lejano oeste: no es una diligencia; es un coche fúnebre; los caballos, casi desbocados, son fustigados una y otra vez por el extraño conductor, que parece tener mucha prisa, desafiando curvas cerradas y pendientes inclinadas; para un instante en un pueblo, entrando en el edificio del juzgado, de donde sale, a su voz, otro hombre que, en silencio, sube al pestante del carro mortuorio que inicia al instante su alocada carrera, hasta que para de nuevo delante de una mansión: ninguno baja, pero el conductor saca su revólver y pega cuatro tiros: de la mansión sale un hombre que, sin decir nada, monta en su caballo y sale a galope tendido, acompañando al carricoche. Los tres hombres llegan a Laredo y, sin decir palabra al tumulto de aldeanos expectantes, junto con un cuarto, que se añade a pie, dejando con la palabra en la boca a un cliente ganadero, entran en un reservado del "saloon" donde un quinto les espera, reloj en mano.

¿A qué tanta prisa?

Fielder Cook, artesano del cine y la televisión, director, productor y guionista, tuvo la suerte de cara cuando decidió producir y dirigir una película basada en el guión de Sidney Carroll, adaptando su guión televisivo de Big Deal in Laredo, obra pues pensada primeramente para la televisión pero que luego se destinó a la gran pantalla:

A Big Hand for the Little Lady, presentada en 1966 y que en España recibió el título de El Destino También Juega, en una traslación, que no traducción, un tanto penosa, prefiriendo este humilde comentarista algo así como el título dado a este comentario, más acorde con la trama.

Los personajes apresurados que se han referido tienen como objetivo sentarse a una mesa para jugar sus dineros, cuantiosos, en torno a una mesa de póquer, "al estilo del oeste", y la cita es anual, despertando la expectación de los habitantes de Laredo y de toda la comarca, atendido el monto alzado de las apuestas; todos quieren saber cómo va la partida, jugada durante dieciseis años el mismo dia y a la misma hora, cada año, por el potentado Drumond (Jason Robards), el mayor sepulturero de Texas, Tropp (Charles Bickford), el Abogado Otto Habershaw (Kevin McCarthy) y los negociantes Buford (el fordiano John Qualen) y Wilcox (Robert Middleton).

El "saloon" está lleno a rebosar de curiosos que siguen de oídas la partida, comprobando, estupefactos, cómo el dueño del local va sacando una y otra vez fichas de juego que canjea por billetes grandes que guarda en su caja fuerte.

La expectación por la partida de póquer es total, cuando aparecen en el pueblo unos viajeros buscando posada: son el matrimonio formado por Meredith (Henry Fonda), Mary (Joanne Woodward) y su hijo Jackie (Jean-Michel Michenaud), que se trasladan con sus pertenencias hacia el pueblo de San Antonio, donde han comprado una granja de modestas dimensiones.

Al saber Meredith del juego, sus facciones cambian y, por la reacción de Mary, comprendemos que su esposo tiene problemas con el juego, que le atrae como el quinqué a las moscas, abrasándolo.

Consiguiendo que Mary le deje solo en el "saloon", Meredith acaba por entrar en la partida, plantando sobre el tapete mil dólares, luego más, hasta cuatro mil, todos los ahorros de la familia para establecerse en su nueva vida rural, lejos de casinos, garitos y partidas de póquer.

Meredith, enfrentado a duros jugadores, comete el error de mostrar alegría por su última mano, y sus compañeros de mesa empiezan a elevar la apuesta, estilo "salvaje oeste", hasta que el desgraciado queda sin fondos para seguir apostando, momento en que Mary le descubre jugando, desesperado, asegurando que su vida va a cambiar, que va a ganar esa mano con más de veinte mil dólares encima de la mesa, y, de repente, sufre un ataque de corazón, viéndose obligada Mary a proseguir la partida iniciada por su marido, so pena de perderlo todo.

Fielder Cook realiza con pocos elementos y un excelente montaje, pletórico de primeros planos, manteniendo un ritmo envidiable, pausado pero tenso, una película que podríamos sin duda calificar como excepcional, dentro del subgénero de "partidas de poquer en el oeste", manteniéndonos en vilo de principio a fin.

Excepcional, porque, pareciendo que el tema principal es la partida de póquer, en ningún fotograma se nos muestra más allá del dorso de las cartas: no hay ningún plano detalle, típico en el subgénero, mostrando las cartas una a una, para crear expectación e imbuir al espectador en el juego, y ello es debido a que no es el póquer en sí mismo objeto de la narración: son los jugadores, en principio, quienes concitan el interés del director y por ende, del espectador, ya que Cook sabe transmitirnos el interés de la historia escrita por Sidney Carroll.

Jugadores apasionados, que han sido capaces de viajar por horas hasta llegar al tapete; jugadores que han dejado a medias un juicio, desatendiendo un cliente, acusado de cuatrero y por ello quizás condenado a la horca; jugadores que han dejado en el altar a su propia hija, por no llegar tarde a la cita; jugadores, en fin, que abandonan sustanciosos negocios para sentarse frente a sus amigos y competidores en cita anual que rige sus vidas.

Hombres con distintos intereses y modos de afrontar la vida, burlescos para con el desgraciado Meredith, a quien despluman, mostrando desdén, aviesas intenciones sexuales y desprecio para la esposa, Mary, según el ser de cada uno de los jugadores, personajes muy bien aposentados en unos diálogos vivos, bien construídos, perfectamente representados por un elenco de intérpretes muy bien elegidos, que otorgan marchamo de veracidad a la historia, resultando creíbles todos ellos, orquestando una ficción muy bien dirigida, con un final sorprendente que otorga un sentido totalmente distinto a todo lo que hemos visto durante noventa y cinco brillantes minutos, de nuevo la mágica y clásica hora y media, acabando por ser esa pequeña joya que ningún cinéfilo debería perder la oportunidad de contemplar.


Leer más...

dissabte, 24 de novembre del 2007

Navegando a la Estima


En cualquier reunión de jóvenes cinéfilos, si uno empieza una frase diciendo: Ken Annakin....., lo más probable es que en la mente de muchos contertulios surja, inmediatamente, como continuación, la palabra "Skywalker"...

Es el resultado del homenaje que George Lucas rindió, a su modo, al verdadero y real Ken Annakin , veterano cineasta británico, director y guionista.

En el año 1965, la Twentieth Century-Fox decidió, con muy buen criterio, presentar una película de aventuras; también una película en clave de comedia, de humor blanco; una película con un reparto internacional, plagado de buenos intérpretes, aunque no grandes estrellas; con algún condimento romántico, y algún personaje decididamente libidinoso, por no decir lujurioso; pero, lo que dotó a la película de todo su ambiente, su característica más relevante, fue la decisión de contar toda esa amalgama en torno a unos pioneros, aquellos..., aquellos..., aquellos..., AQUELLOS CHALADOS EN SUS LOCOS CACHARROS (Those Magnificent Men in Their Flying Machines or How I Flew from London to Paris in 25 hours 11 minutes, 1965)

Se nos relata la historia de una competición propulsada por un magnate de la prensa británica, inducido por su hija y el muy "british" novio de ésta, en la idea de favorecer el contacto entre los pioneros de la aviación del mundo entero, en el año 1910, una época anterior a la Primera Guerra Mundial, en los albores casi de la aviación.

La convocatoria se abre a todos los audaces pilotos del orbe, con el reclamo de un jugoso premio y el ansia de todos los participantes de aprender de sus compañeros de afición y vocación, al tiempo de pretender el honor para su pais.

Es una carrera de Londres a Paris, con escalas, naturalmente, siendo una conmoción mundial la convocatoria al pretender cruzar volando el Canal de la Mancha, que había sido ya superado en viaje desde Calais a Dover por Louis Bleriot en 1909, lo que azuza, si cabe, más aún, el orgullo británico de superar la proeza.

Naturalmente, el reto concita de forma unánime el deseo de todos los aviadores que acuden desde toda clase de lugares y naciones, como Alemania, Italia, Francia, U.S.A. y hasta del lejano Japón.

Lo que otorga a la película un halo especial, aparte de un guión muy bien estructurado, en el que caben toda clase de chanzas entre los representantes de los diferentes paises, es el cuidado extremadamente lujoso con que se nos presentan las máquinas: de entrada, el coche del magnate de la prensa es un Rolls Royce Silver Ghost, todavía en activo, siendo modelo original.

Pero lo que colma de satisfacción al cinéfilo amante del aire es la impresionante colección de aviones de época, réplicas construidas amorosamente y con gran eficacia de modelos históricos de la aviación, que vuelan de verdad, permaneciendo algunos de ellos en colecciones que preservan la memoria de la aviación, participando actualmente, en forma ocasional, en algunas exhibiciones:

Vemos un AVRO, un impresionante BRISTOL BOXKITE, un bello ANTOINETTE IV, y un sorprendente SANTOS-DUMONT DEMOISELLE; este último, antesala de los actuales ultraligeros, no pudo elevarse en las pruebas previas a la filmación, pues su motor, réplica del original, no podía con el peso del piloto; entonces cayeron en la cuenta que su inventor era un hombre de pequeña estatura, y confiaron su pilotaje a una mujer, que consiguió volar sin problema.

Annakin nos introduce de forma amable en lo que podría ser el ambiente de los pioneros de la aviaciòn, gente con una pasión común: volar, elevarse por encima del terreno y del mar: sentir esa sensación de libertad que otorga el rodearse sólo de aire, desplazarse sin trabas. Volar.


Con la presentación de los caracteres, individualizados en arquetipos un punto humorísticos, estirados, marciales, enamoradizos, obsesionados todos ellos por volar, Annakin nos hace simpatizar con todos ellos, acabando por carecer de importancia cual de ellos vaya a ser el ganador de la competición, pues todos, con su idiosincrasia, pero con el común denominador de la pasión por volar, todos, digo, se nos hacen simpáticos, y lamentamos como propias las desdichas que a algunos puedan sucederles, incluído el militar alemán que se anima a sí mismo tarareando marchas marciales mientras lee el manual de vuelo.



Las imágenes de la competición son muy bellas para el amante de los aviones, ya que son reales, excepto los primeros planos, lógicamente, y puede el aficionado disfrutar de las evoluciones de unos aparatos que, en el mejor de los casos, alcanzan los cincuenta kilómetros a la hora en vuelo estabilizado.

El curso de la carrera lo realizan los pilotos navegando a la estima, naturalmente, al carecer de otro instrumento de navegación que no sea una simple brújula en algún caso: ya la organización, previsora, les ha facilitado un mapa, marcando las vías del tren que, ya en Francia, deberán seguir para llegar a Paris.


No todos llegarán a la meta y dificultades aeronáuticas aparecerán de improvisto, aunque, película amable al fin y al cabo, nadie sufrirá daño alguno.

Es pues AQUELLOS CHALADOS EN SUS LOCOS CACHARROS una película muy entretenida, placentera, que obtuvo gran éxito en su momento, al punto de promover una serie de dibujos animados que duró unas temporadas; su eficiencia se demuestra al comprobar que, pese a su duración de más de dos horas, al cinéfilo absorto, le parecerá un suspiro, y al amante de los aviones, corta.



p.d.: Dedico este comentario, con todo el dolor de mi corazón, a mi amigo Ferran Cardona, que me animó a emprender un cursillo de iniciación al pilotaje; luego él siguió adelante, quedando yo en tierra. Hace apenas dos meses, disfrutando de su título de piloto privado, su gran vocación, la mala fortuna me arrebató a mí al querido amigo y a su familia un esposo y padre ejemplar, siempre atento, siempre sonriente. No me hago a la idea de su ausencia. El multitudinario entierro que tuviste, Ferran, me parece una pesadilla.
Que tus alas, las de tu corazón y las de tu alma de piloto y buen hombre, te hayan llevado donde tú hayas querido.


Leer más...

dissabte, 17 de novembre del 2007

Examen de Cinefilia (parte I)

Debo pedir disculpas a quienes acudan a este bloc buscando un nuevo comentario, pero me ha entrado una pereza terrible y no me siento con ánimos de sentarme a redactar impresión alguna: como alternativa, para que no salgan totalmente defraudados y aburridos, se me ha ocurrido someterles a un tercer grado, digo, proponerles un liviano acertijo cinematográfico que confío les distraiga y ayude a evitar que caigan en un merecido amodorramiento sabatino o dominical.

Hay una persona en el mundo del cine que concurre en muchísimas peliculas, logrando con su aportación despertar el interés de los cinéfagos impenitentes, al tiempo que constituye elemento y detalle nada casual con el que presumir de conocimientos cinéfilos, ante cualquier juego tipo "trivial pursuit". ¿A que sí? ¿A que ganar al "trivial" es más fácil para un (confeso o no) cinéfago?

Vale, vale, no presumamos tanto. Veamos lo que saben, con una sola norma:

NO VALE, REPITO: ¡NO VALE! CONSULTAR IMDB NI HACER CLIC, antes de emitir la respuesta.




Y ahora vienen las pistas para averiguar de qué persona se trata: son algunas de las películas en las que ha intervenido la persona cuya identidad hay que descubrir a la primera de cambio:


THE VICTORS

CARMEN JONES

BUNNY LAKE IS MISSING

SECONDS

GRAND PRIX

IT'S A MAD MAD MAD MAD WORLD

COWBOY

WALK ON THE WILD SIDE







¡TIEMPO! :-)

¿Qué? ¿No? ¿Nada? ¿Más pistas?

Vale: otras más, para los más, digo, para los menos cinéfagos:


OCEAN'S ELEVEN

THE BIG KNIFE

THE SEVEN YEAR ITCH

WEST SIDE STORY

A PERSONAL JOURNEY

SPARTACUS


¡TIEMPO! :-)

¿Qué? ¿Todavía no? ¿De verdad que nada? ¿Seguro que ganas al "trivial"?

Vale, vale: más pistas: ahora ya, casi que daría vergüenza no acertar... :-)






¿Ahora sí, verdad? ¿Sí? ¿Sí o no?

¿No? ¿Cómo que no?

Bueno, bueno, tampoco es imprescindible saberlo todo, pero, vaya, habría que fijarse un poco más, digo yo, no sé. :-)

Ahora SI SE PUEDE cliquear en los enlaces...

Y no, no hace falta buscar en IMDB: bastará con ver

LA SOLUCIÓN


p.d. 1: Pensaba ahorrarme un tiempecillo al hacer esto, y ha resultado ser laborioso en exceso.
p.d. 2: Ahora sí que he roto el récord de enlaces a youtube en un comentario, post, o como quiera que se diga...

Leer más...

Pasión por la Danza

Hay gente que se apasiona por algo y desarrolla toda su vida alrededor de esa pasión: los más afortunados, triunfan; ese triunfo, empero, no lleva aparejada la felicidad, aunque sí proporciona momentos de éxtasis.

A mediados del siglo pasado, un joven bailarín se hallaba trabajando en unos estudios de Hollywood; admirador confeso de Fred Astaire, se hizo el encontradizo con el astro, que se hallaba rodando una película para la misma compañía; logró pasear unos momentos con Astaire, pidiéndole consejos; mientras paseaban, Fred, como quien no quiere la cosa, propinó un zapatazo, un chut, a un grueso tornillo para sujetar decorados que se hallaba abandonado en el suelo; el movimiento, elegante, simple, sencillo, lateral, apenas sugerido, lanzó al tornillo en línea recta, directa y veloz, hasta incrustarse en un decorado que se apoyaba en una pared a varios metros de distancia, como si lo hubieran proyectado con una escopeta.

El joven bailarín se dió cuenta de la inmensa fuerza que las aparentemente frágiles piernas de Fred Astaire albergaban, comprendiendo que la gracilidad y la ligereza provenían de eternas horas de riguroso ensayo.

Esta anécdota la contaba una y otra vez el joven bailarín, no otro que Bob Fosse, nacido en 1927 y fallecido en 1987, de un infarto.

Bob Fosse sintió por la danza una pasión absoluta: debutó en el cine como bailarín en 1953 en la película The Affairs of Dobie Gillis y el mismo año se estrenó como coreógrafo en Kiss Me Kate

En 1958 intervino también como bailarín y coreógrafo en la película Damn Yankees!, protagonizada por la actriz, cantante y bailarina Gwen Verdon, con la que contrajo matrimonio (su tercer y último) demostrando, en un show televisivo, lo que ambos eran capaces de hacer con su cuerpo al son de la música.

El bueno de Bob fue, toda su vida, artista: de bailarín pasó a coreógrafo y de coreógrafo a director de cine, aunque la expresión no sea correcta, pues tan sólo dejó de ejercer como bailarín, por razones de fuerza mayor tales como acumular en su historia fiestas de cumpleaños como protagonista. Otra constante de su vida fue la de ser un donjuan, mujeriego impenitente, acabando por ser la pobre Gwen portadora de una cornamenta que ríase Vd. del padre de Bambi

Como director de cine, Fosse nos proporcionó sólo seis películas, lo cual, visto el resultado, sabe a poco.

Haciendo buena la afirmación que todo artista se crece cuando relata su propia historia, y habiendo ya padecido algún que otro aviso sobre su deteriorado corazón, que tuvo que soportar grandes "performances" de todo tipo, Bob Fosse decidió, en 1979, ahorrarse las visitas al psiquiatra y proponer a todos sus fans una sesión colectiva en la que él, siempre protagonista, iba a deshacerse de sus demonios personales.

Pero, siendo como era un grandísimo artista, en vez de largarnos un melodrama serio y profundo, pleno de mensajes deprimentes sobre la condición humana, al estilo de Ingmar Bergman o de su acólito Woody Allen, el amigo Bob nos invitó a un festival de música y baile, para que, mientras nos contaba las perrerías de su vida, pudiéramos también disfrutar del esplendor de su arte.

Y así, en 1979, los pobres desgraciados que no pudimos asistir a sus espectáculos en Broadway, sí pudimos regocijarnos con una obra personalísima, una verdadera obra de autor:

All That Jazz , traducida correctamente para las salas españolas como Empieza el Espectáculo, es una película sobre Bob Fosse, de danza y para un público adulto, lo que la convierte en rara avis en el panorama cinematográfico actual (certificada=R).

La trama no puede ser más simple: retazos de la vida del coreógrafo Joe Gideon (alter ego de Bob Fosse), interpretado muy correctamente por Roy Scheider, que aparece en casi todas las secuencias.

En repetidas tomas, a lo largo de la película, vemos la rutina diaria de Gideon: se despierta, escucha a Vivaldi mientras se medica: ojos, corazón, prende un cigarrillo, se ducha fumando, sonríe al espejo, dice: ¡Empieza el espectáculo! y se pone a trabajar, fumando pitillo tras pitillo.

Gideon está trabajando en un nuevo espectáculo: le vemos en interminables sesiones examinando a los pretendientes a formar parte del elenco de bailarines y bailarinas, prestando atención a las más bellas; su ex mujer (alter ego de la abandonada -que no divorciada- Gwen) Audrey Paris (Leland Palmer), también bailarina y cantante, debe ser la estrella del espectáculo pero, claro, se llevan a matar, más viendo Audrey como Gideon flirtea con las jóvenes aspirantes, a pesar de mantener una relación con Kate (Ann Reinking), su amante, a la que también engaña, por partida doble, pues no piensa casarse con ella y además le es infiel con otras aún más jóvenes.

De las pruebas de examen a los aspirantes entendemos porqué luego, al ver los ballets, nos asombran los movimientos ágiles y gráciles de los danzantes, hombres y mujeres con cuerpos disciplinados, capaces de mover sus extremidades con una velocidad y flexibilidad que parecen cintas mágicas, detalle que se observa y disfruta placenteramente gracias a la posibilidad de repetir una y otra vez los espléndidos números musicales que contiene la película.



Las coreografías de Gideon/Fosse, casi treinta años después, siguen asombrando por su modernidad, alcanzando la categoría de míticas secuencias tan bien trabajadas, tanto coreográficamente como cinematográficamente siendo una feliz representante la que muestra a los atónitos productores del espectáculo, en vivo y en directo, y que todavía hoy fascina por su enorme calidad y por su expresividad :AEROTICA



Resultan proféticas las pocas frases de la escena:

"Creo que hemos perdido al público familiar" o
"Frank Sinatra no lo grabará jamás "

Fosse, no contento con ponerse en evidencia él mismo en sus relaciones de trabajo y personales, además ironiza sobre su precario estado de salud, mostrándonos a una parca llamada Angelique (Jessica Lange, con la que en la realidad mantuvo un sonoro romance), que le va acompañando mientras es atendido clínicamente por su decrépita salud, fruto de los excesos a que ha sometido a su pobre corazón.


Con una música excelente, arreglos y versiones de conocidas canciones, que componen una banda sonora (que guardo en mi estantería, en preciado vinilo) inolvidable, Bob Fosse expía públicamente sus pecados mientras nos entretiene, en una película rara, personal, muy personal, con tintes autobiográficos que dan fe de la vida apasionada por la danza de uno de los genios del pasado siglo XX.

Lástima que no hiciera más películas.

Leer más...

diumenge, 11 de novembre del 2007

El Talento de un Pionero

Nacido en el año 1902 en la región de Alsacia cuando ésta pertenecía a Alemania y fallecido en California -como ciudadano estadounidense- en 1981, William Wyler dejó, en su fecunda carrera cinematográfica, compuesta por setenta títulos, el primero rodado en 1925, el último en 1970, una muestra de saber hacer cine que debería, de una vez por todas, situarlo donde debería estar, al lado de los Grandes Maestros de ese Séptimo Arte que concita a un tiempo grandes pasiones y enormes beneficios a una industria que parece haber olvidado sus ancestros y el ejemplo que éstos grabaron con letras de oro en la memoria colectiva de los cinéfilos.

Sería exhaustivo mencionar en un sólo comentario algunos de los títulos señeros de la filmografía de Wyler y seguramente algún amable lector echaría en falta alguno: los géneros tratados son diversos y variados, muestra del dominio del Director iniciado en el cine silente.

Una de sus últimas películas, rodada en el año 1965, demuestra de nuevo que la edad de jublación de los genios es una entelequia imposible de aprehender para el resto de los mortales.

Al igual que Ford o Hitchcock, Wyler, contando a la sazón ya sesenta y tres años de edad y habiendo trabajado con las más famosas estrellas de Hollywood, emprendió la adaptación cinematográfica de una novela de John Fowles, perfectamente guionizada por John Kohn y Stanley Mann, ambos nominados al Oscar por su labor; Wyler asumió asimismo la producción, a través de la Collector Company, y nos legó una obra memorable:

El Coleccionista (The Collector, 1965), protagonizada por unos casi desconocidos Terence Stamp y Samantha Eggar, británicos ambos, que realizaron en manos de Wyler uno de los mejores trabajos de su aún incipiente carrera interpretativa, es una película densa, enorme, que puede suscitar múltiples debates, todos interesantes.

Se inicia la historia contemplando, a los sones de la música compuesta por el gran Maurice Jarre , a un joven corriendo por la campiña inglesa, armado con un cazamariposas enorme, persiguiendo un ejemplar de lepidóptero hasta conseguir atraparlo,delicadamente, encerrándolo en un bote de cristal; el joven descubre una señorial mansión de estilo Tudor, que está a la venta, y descubre unos sótanos de arquitectura antigua.

Y entonces oímos las primeras palabras, en una voz en off:
"Supongo que fue la soledad y el sentirme lejos de todo,lo que me impulsó a comprar la casa. Y despues de haberla comprado, me dije que no llevaria a cabo el plan, aunque había hecho todos los preparativos y sabía donde estaba ella a cada minuto del día..."

Acto seguido, vemos al joven Freddie (Terence Stamp) perseguir con su furgoneta a la bella Miranda (Samantha Eggar), en una secuencia perfectamente planificada, silente, hasta que, haciendo uso del cloroformo que Freddie lleva en la guantera, vemos cómo la adormece y la lleva hasta el sótano, ahora reconvertido en estancia limpia, iluminada y decorada, donde la joven descubrirá, al despertar, que dispone de ropas y de utensilios de aseo personal.

En el primer encuentro entre ambos, observamos cómo Freddie llama a la puerta del sótano, prisión para Miranda, antes de abrirla: Freddie luce un aspecto atildado, correcto, elegante. Siempre que entrará, llamará antes.

En el primer diálogo entre ambos, tomamos conocimiento de la situación: no se trata de un secuestro, pues no hay motivo de lucro económico; se trata, pues, de un rapto, aunque tampoco la definición encaje, pues Freddie niega la pretensión sexual, prometiendo respetar a Miranda.

Lo único que el atildado y frío Freddie pretende es que Miranda acabe por conocerlo, aspirando a su amistad y, porque no, a su amor.

La situación, para Miranda, resulta incomprensible, ante la constatación que el resultado de tal acción es asumido fríamente por Freddie, quien asegura que, a pesar de la posibilidad de una condena a cadena perpetua, habrá valido la pena.

Y entonces se produce un intercambio de palabras que resultará ominoso:
"Toda Inglaterra debe estar buscándome. Antes o despues acabarán por encontrarme. Nunca: porque si, te están buscando a tí; pero nadie me está buscando a mí."
Nada más empezar, comprobamos cómo Freddie ha previsto cualquier eventualidad, con una lógica aplastante, una lógica aterradora para Miranda.

Wyler, con una maestría ejemplar, hace uso del silencio para crear una atmósfera agobiante, claustrofóbica. Miranda está encerrada en el sótano, en medio del campo, y nadie la puede oir gritar ayuda. El silencio domina muchas de las escenas que transcurren ante nuestros ojos, abiertos, incrédulos, haciéndonos partícipes de la soledad de los personajes cuyos actos observamos atentamente.

Porque ambos están solos: Freddie carcelero servicial, está solo; Miranda, presa, privada de libertad, viviendo en cómoda prisión, está sola.

La pretensión de Freddie de alcanzar la compañía de Miranda a través de su forzada reclusión, la entendemos como vano y descabellado intento, fruto de las elucubraciones enfermizas de un joven que se autocalifica como entomólogo, liberado por un acierto en las quinielas deportivas de su triste trabajo en un banco, donde era objeto de burla por sus compañeros por su obsesión por las mariposas, cuya colección muestra orgulloso a Miranda:
"¿Ves? Esa colección es única en el mundo: yo mismo crucé las larvas, para obtener esa variedad de colores."
Miranda se da cuenta que se halla ante un coleccionista que no vacila en dejar sin vida a miles de mariposas para alfiletearlas, cadáveres, en un plafón, manipulando incluso la naturaleza para obtener ejemplares únicos: ¡Ella misma, viéndose reflejada en el cristal, sobre las mariposas, representa una parte de esa colección!

Wyler otorga a los personajes un tratamiento cinematográfico excelente, al punto que el atildado Freddie acaba por suscitar una cierta simpatía, sentimiento que aflora en el ánimo del espectador cuando, en una secuencia magníficamente filmada y montada, la intrusión de un vecino entrometido con un incidente que no voy a relatar, nos pone en tensión al suponer que el oculto rapto al fin va a ser conocido y por ende, finiquitado.

Raptor y raptada gozan, pues, de una complejidad que los hace veraces: Freddie es un personaje con todo el tiempo del mundo, que pretende a Miranda; él es un hombre retraído, acomplejado, esquivo socialmente, autoreprimido sexualmente; ella es una hermosa joven estudiante de bellas artes, abierta, moderna, que mantiene una especie de aventura amorosa con hombre de más edad, que podemos suponer está casado con otra, con el que ha tenido relaciones sexuales, siendo más liberal en su actitud frente al sexo que Freddie: de hecho, ella adopta la figura dominante, frente a un inhibido y reprimido Freddie, rozando muy levemente, en opinión mía, la posible consideración psicológica del conocido síndrome de Estocolmo, por el que el rehén acaba por sentir admiración por el captor, ya que las iniciativas de Miranda en modo alguno las entiendo de otra forma que ardides en búsqueda de una libertad negada. La sexualidad está presente en toda la trama, como señal inequívoca de la enfermiza obsesión de Freddie y de la ascendencia que Miranda ostenta sobre su raptor, en una época en la que se creó el conocido slogan "haz el amor y no la guerra", tiempo de liberación sexual con mayor protagonismo femenino, tiempo de cambios sociales en el que los roles pretendían alcanzar una igualdad antes inexistente, cuando la autoridad del varón era indiscutible; prolegómenos del mayo del 68, época pasada y superada; tiempo que vive intensamente Miranda, quien no comprende su prisión para obtener su amistad. Pero Freddie, que se considera a sí mismo por debajo de la clase social de Miranda, culta, liberada, no halla mayor posibilidad que la reclusión para forzar un entendimiento que acerque posiciones, cometiendo el error de creer que la privación de la libertad y la anulación del libre albedrío no será obstáculo para la consecución de su fin...

Las interpretaciones de Stamp y Eggar son, como he referido, asombrosas, probablemente fruto de la soberbia dirección de Wyler, veterano ya en esas lides, después de haber dirigido a grandes nombres de Hollywood, siendo sus deudos muchos poseedores del Oscar. Cuentan que Stamp no se sentía capacitado para tan compleja representación y que Wyler casi substituye a Eggar por Nathalie Wood, aunque luego Eggar fue la nominada al Oscar por su labor, menos lucida que la de su compañero de rodaje. Ambos consiguieron en el Festival de Cannes el premio a la mejor actuación femenina y masculina por su trabajo, aún hoy digno de encomio, declarando este comentarista su admiración por el trabajo de Stamp, con una expresión corporal y unas miradas pletóricas de fuerza y sentimientos, sobrecogedoras.

La película descansa enteramente sobre los hombros de ambos intérpretes, pues apenas hay dos escenas con otros personajes; no obstante, se podría decir que hay un tercer personaje: el sótano y la mansión que constituyen únicos decorados, perfectamente utilizados por Wyler, que saca partido de cada elemento para introducirnos en el ánimo de raptor y raptada, de forma angustiosa y eficaz, manteniéndonos en vilo durante las dos horas del metraje, hasta llegar a un final imprevisible, sorprendente, pero acorde con el tenor de una película sobresaliente que, pasados más de cuarenta años, sigue interesando y puede, perfectamente, suscitar variados e interesantes debates en todos sus aspectos, tanto de fondo como formales.

Película pues, El Coleccionista, demostrativa de la realidad del aserto que nos dice: "quien tuvo, retuvo". Pues si Wyler formó parte de los pioneros del cine, demostrado queda que, después de más de sesenta películas, el Gran Maestro William Wyler seguía teniendo, en su mano firme, una caligrafía cinematográfica excepcionalmente bella y eficaz como pocas.


Otrosí: según asegura Samantha Eggar, el final pudo pasar la censura de la época porque el censor, recién casado con una mujer mucho más joven, se durmió en el visionado y dió el visto bueno disimulando su falta de atención.
Leer más...

dissabte, 10 de novembre del 2007

Censura Cinematográfica

Los visitantes asiduos de este bloc (gracias, a todos) habrán observado, en algunos comentarios, la extrañeza que causa en este comentarista la memez timorata que ha invadido últimamente las pantallas de cine proviniente de los Estados Unidos de América, observada claramente en los llamados "remake" de algunas películas de éxito de hace más de una década, a veces incluso más de dos décadas.

El ejemplo paradigmático más reciente es el personaje protagonista de la saga interpretada por Bruce Willis en "Die Hard", policía con un lenguaje un tanto soez y vulgar que, en su última aparición, ha sido "refinado" en tal forma que parece otra persona, ya que su expresión más conocida, el célebre "fuck, fuck, fuck", o sea, "joder, joder, joder" ha sido totalmente eliminada del guión.

Al tiempo, la mayoría de las historias incluyen personajes infantiles que toman indebida prestancia, como es el lamentable caso de la última representación de Superman, también comentada en este bloc.

Lo que podría parecer como una predestinación a conseguir públicos infantiles y con ello mayor audiencia, rechazando lo que podríamos denominar como películas para adultos, puede tener mayor enjundia y alcance del que presentan a simple vista.

La figura latente de la censura cinematográfica no es ninguna novedad: ya en el siglo pasado, justo en el momento de máximo esplendor del cine made in usa, se aplicaba con cierto rigor el conocido "Código Hayes", moralizante y puritano, que directores con talento supieron sortear: veamos, por ejemplo, lo que el maestro Alfred Hithcock hizo en Encadenados, sorteando, brillantemente,la absurda prohibición que los besos durasen más de tres segundos, con escenas que han devenido en memorables, como ésta.

En España, donde reside este humilde comentarista, la censura, como otras cosas, ha dado bandazos considerables: hemos pasado de absurdos cambios de guión (célebre el de Mogambo, convirtiendo un simple adulterio en una relación incestuosa) que ahora comprobamos absortos, al revisitar obras célebres, viendo cambios en las voces y el texto, cual es el caso de Con la Muerte en los Talones, en la famosa escena del tren, por seguir las ideas de Don Alfred, a visualizar sin mayor escándalo películas en las que el amor entre personas del mismo género tiene lugar sin casi cortapisa.

Los cambios observados en España no tienen parangón en la cinematografía estadounidense que sigue invadiendo, fin de semana sí, fin de semana también, los estrenos de nuestras carteleras, como supongo debe ocurrir en todo el orbe.

He comprobado que, desde hace unos años, impera en la cinematografía que proviene de los U.S.A. una propensión a presentar obras cinematográficas con marcado carácter infantiloide, despreciando una sensibilidad adulta que, por la experiencia que conlleva los años vividos, permite aquilatar con tranquilidad unos parámetros artísticos que han desaparecido de la pantalla grande. Las escenas de sexo "real", que pueden presentarse como lógicas dentro de una historia, han desparecido; no hablo de las abundantes escenas totalmente gratuitas de una época en la que se buscaba un público ávido de las mismas; me refiero a que su tratamiento actual adolece de una cierta gazmoñería, frente a un desatino en las escenas de violencia extrema, abundantes por doquier, hasta hartar al personal con una mínima sensibilidad.

Pensaba dedicar parte de mi tiempo a investigar un poco más a fondo el tema, cuando, viajando por la blogosfera, he tenido la suerte inmensa de topar con un comentario que, con permiso de su autor, hago mío en todas y cada una de sus palabras y manifestaciones, declarando mi envidia por su calidad estilística y por su muy buena documentación; sirvan estas mis pobres palabras escritas hasta ahora como preámbulo e invitaciòn a quien pueda leerlas para acudir, raudo, al comentario de faraway publicado en su excelente blog Denmen Celuloide, cuyo enlace se puede hallar aquí, donde hallarán perfectamente explicadas, las respuestas que se puedan albergar respecto a las dudas que este comentario pueda suscitar

Leer más...

diumenge, 4 de novembre del 2007

Maligno Deforme

Los británicos pueden mostrarse orgullosos de haber contribuído al placer terrenal por varios motivos, algunos de los cuales podrán ser discutidos en función de los gustos de cada cual.

En lo que no cabe debate alguno es en la soberbia aportación calórica de sus famosísimos desayunos, los inigualables "breakfast" , que ya fueron acertada e irónicamente ponderados por el escritor W. Somerset Maugham, del que ya hablé aquí, mediante una ajustada sentencia:"La única forma de comer bien en Inglaterra es tomar un desayuno tres veces al día".

Otra aportación británica indiscutible es la figura y obra de William Shakespeare, cuyas obras teatrales, tragedias, dramas y comedias, consiguen interesar allá donde son representadas; quizás por haber mamado desde siempre los textos del bardo inglés, los actores isleños (los demás son continentales) se caracterizan por un rigor y un dominio de la técnica interpretativa que les permite descollar sobre sus compañeros de reparto, tanto en la tragedia, como en el drama, incluso en la más feroz comedia.

Uno de los más notables actores británicos vivos es Ian McKellen, renombrado intérprete shakesperiano que ha recogido excelentes críticas por sus trabajos en diversas obras y que, desde hace algunos años, está aprovechando, con buen criterio económico, unas oportunidades crematísticas que no le exigen esfuerzo alguno, colaboraciones estelares en productos comerciales que no mencionaré por lo recientes y abundantes.

No es sorprendente que el amigo Ian, en un momento de su vida, albergara la ilusión de protagonizar una obra de Shakespeare en la gran pantalla, después de diversos éxitos obtenidos en la televisión británica, intentando saciar ese gusanillo roedor de almas inquietas que acaba por penetrar en la sangre de algunos afamados intérpretes y, ya que no le surgió la oportunidad en ofertas aceptables, decidió el mismo dar el paso adelante, eligiendo para ello el lucido papel del malvado, contrahecho y conspirador príncipe Ricardo III, cuyo drama se había presentado en el cine cuarenta años atrás.

Así, en 1995, Ian tomó como productor ejecutivo las riendas del proyecto y encomendó la labor de director a Richard Loncraine, quizás una decisión poco acertada.


Como es habitual ya, desde que Kenneth Branagh presentara Much Ado About Nothing en 1993, la traslación cinematográfica de la representación shakesperiana de Ricardo III (Richard III ,1995) se apoya en un elenco de intérpretes de primera línea, todos ellos con papeles de carácter, importantes, pero alejados de sus posibilidades reales de ser protagónicos, lo que beneficia, indudablemente, al resultado final.

Lo cierto es que sobre todos ellos descolla Ian McKellen, tanto por ser el protagonista absoluto del drama, cuanto por su excelente composición del personaje, con un lenguaje corporal magnífico, sobresaliente incluso a la perfecta - y esperable, naturalmente- dicción del texto.

Dicho lucimiento, a ojos de este comentarista, resulta excesivo; la obra original, adaptada por el propio Ian McKellen y por el director Loncraine, es harto extensa como para suscitar dudas en su adaptación a un formato cinematográfico, normalmente más reducido y esa dificultad no ha sido bien tratada en el caso que nos ocupa, acabando por ser una confirmación a la regla que nos dice que pocos son los intérpretes capaces asimismo de tomar las riendas del conjunto sin desmerecer su labor. Da la sensación que Ian McKellen no supo reducir su extenso protagonismo y, evidentemente, el director poco tuvo que contar en el resultado final, dando la sensación que éste fue sólo una figura decorativa sin el pulso ni el nervio necesarios para acometer semejante empresa.

Las obras de Shakespeare, harto conocidas y representadas, han sido, son y serán, objeto de versiones más o menos afortunadas. En el caso de la pieza objeto de este comentario, RICHARD III, se hace una traslación del drama a una época moderna, en concreto finales de los años treinta del pasado siglo XX, modernizando pues el ambiente en que se desarrolla la conocida trama de corrupciones políticas, ambiciones y asesinatos convenientes a los fines del tullido aspirante a rey, que no vacila un instante en mentir, confabular y eliminar sin el menor escrúpulo a los miembros de su propia familia.

La ambientación es magnífica, como suele serlo en el cine británico, con un vestuario adecuado y una banda sonora acertada; a este comentarista no dejan de chirriarle, empero, las connotaciones fascistas en ciertos elementos ornamentísticos y de vestuario militar, en mi humilde parecer un tanto traídas por los pelos, sin ayudar en nada a la historia del pérfido Ricardo, pudiendo producir una cierta confusión entre regímenes autocráticos o totalitarios y la antigua monarquía parlamentaria que todavía rige los destinos de los británicos, dando por sentado que la obra de Shakespeare no versa sobre las formas de gobierno sino sobre la condición humana en su aspecto más evidente de la envidia y la codicia ante cuya satisfacción cede incluso la obligación de preservar en el otro el derecho primigenio a conservar la vida.

La película nos permite disfrutar de la excelente interpretación de Ian McKellen y de aquellos que llamó a su lado, pero nos deja la sensación que, esos mismos intérpretes, en ese mismo decorado, en otras manos más firmes hubieran logrado una versión inolvidable; la traslación al cine de la obra de teatro no es la adecuada, representando un lastre las escenas en que Ricardo, rompiendo el "cuarto telón" se dirige a cámara, es decir, a nosotros, para que sepamos lo que piensa; y resulta ridículo mantener la conocida frase "¡un caballo!¡mi reino por un caballo!", cuando se pronuncia en el fragor de una batalla moderna, con coches, carros blindados, trenes, pero ni un caballo a la vista en toda la duración de la película, que tiene la virtud de contenerse a poco más de cien minutos.


Leer más...

dissabte, 3 de novembre del 2007

Una del Oeste

William A. Wellman, nacido en 1896 en el seno de una dinastía importante en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, fue, durante varios años, una especie de oveja negra de la familia, que tenía en sus ancestros a Francis Lewis, uno de los prohombres que firmó la famosa Declaración de Independencia.

El joven Wellman, aventurero, acabó por recalar en los inicios del cinematógrafo, gracias a su amistad con Douglas Fairbanks, pasando de actor a ayudante de director y luego a director de películas, alcanzando la nada despreciable suma de 83 obras, algunas nada desdeñables.

En el año 1948, Wellman, que se estrenó como director en 1920, ya era un reputado artista; basándose en una obra del afamado escritor W.R. Burnet, guionizada por el siempre eficaz Lamar Trotti, quien a su vez ejerció como productor, realizó un western que, pasado el tiempo, podríamos calificar como de prototípico:


Cielo Amarillo (Yellow Sky), película rodada en el clásico Valle de la Muerte, con una muy buena fotografía en blanco y negro, fruto del trabajo de Joe MacDonald, y el acompañamiento musical de las composiciones siempre adecuadísimas de Alfred Newman, nos cuenta, de forma sobria, el devenir de unos hombres en una tierra áspera:

James "Stretch" Dawson (Gregory Peck) lidera un grupo de seis hombres que, después de la guerra civil, aparece en un poblado del lejano oeste:un elegante tipo, Dude (Richard Widmark), un pendenciero con hambre de sexo, Lengthy (John Russell), un orondo bebedor de whisky, Bull Run (Robert Arthur), un joven enamoradizo, Walrus (Charles Kemper) y un introvertido Half Pint (Harry Morgan): todos ellos se quedarán absortos contemplando un cuadro de una amazona en el saloon del poblacho, antes de proceder, limpiamente, sin siquiera desenfundar las armas, a robar descaradamente el banco del pueblo, llevándose los ahorros de los aldeanos.


Una partida del ejército les perseguirá hasta que alcanzan las blancas arenas del desierto del Valle de la Muerte, en el que se adentran, siguiendo libremente, pero con temor, la decisión del líder Stretch. El grupo alcanza el otro extremo del desierto tras varias penalidades, llegando a un pueblo abandonado, Yellow Sky, donde traban encuentro con la joven Constance Mae "Mike" (Anne Baxter), quien vive en una casa con su abuelo (James Barton), recibiendo ayuda de éstos al indicarles un pozo de agua.

La presencia de la joven despierta deseos en casi todos los componentes del grupo de fugitivos, tanto como el acabar por tener conocimiento que ella y su abuelo permanecen en el abandonado pueblo al haber descubierto un filón de oro.

La cohesión del grupo se romperá por causa de la codicia y del deseo de obtener los favores de la muchacha, acabando por enfrentarse y traicionarse, siempre manteniendo rehenes de su voluntad a la joven y a su abuelo, que, herido, ya les advierte del peligro de la codicia que despierta el preciado metal.

Los personajes, después de haber cruzado con éxito el mortal desierto, hallan lo que podría ser el edén de los forajidos: una débil pareja que amasa una fortuna en oro; una chica joven, inexperta en amores, guapa; un abuelo herido, guardando cama; se suceden las peleas por causa de la chica y el ansia de apoderarse del oro hace que afloren las ambiciones de cada cual; la determinación de Dude -espléndido, como siempre, Widmark- de apoderarse del oro para reconquistar un amor perdido, chocará con la voluntad de Stretch de mantener su palabra y llevarse sólo la mitad del botín, pretendiendo no perjudicar a la chica y a su abuelo, en quienes ve su pasado de hombre cabal; Lengthy, por su lado, sólo quiere satisfacer su obsesiòn sexual por la mujer, mientras Walrus, añorando su familia, no acaba de decidirse a seguir con su vida errante, ante la indecisión de Walrus y la postura ambigua de Half Pint, moviéndose todos ellos, según sus intereses, todos contra todos, aflorando su primigenio egoísmo con la voluntad de satisfacer sus propios deseos por encima de la supuesta camaradería del grupo, lo que redundará en su fin.


Manteniendo la regla de oro clásica de los noventa minutos, Wellman nos cuenta, con trazo preciso, la historia de unos forajidos surgidos de las desavenencias de la guerra civil, cuya desmoralización, en el sentido amplio, presenta como culpable de actitudes delictuosas y amorales, en hombres con una historia prebélica normal, abocados a la consecución de una riqueza fácil exenta de esfuerzo, dominados al fin por el deseo de obtener la máxima ganancia, terminando en un enfrentamiento ya típico en las sucesivas historias del oeste, con gran economía de medios, con un elenco actoral eficaz, y una fotografía adecuadísima, soporte de una buena caligrafía fílmica que cuenta, sin alharacas ni excesos, las cambiantes relaciones de todos los intervinientes en la historia, así como sus ansias y motivaciones varias, con un final acomodaticio y moralizante, edulcorado, que le resta, a ojos de este comentarista, valor al conjunto, sin que no obstante, atendida la escasa difusión de la película, deje de ser altamente recomendable para quien guste de las clásicas películas del lejano oeste, entendiendo que Yellow Sky pertenece, por méritos propios, al grupo básico del género cinematográfico "Una del Oeste", sin el que obras quizás mayores no habrían tenido ni su lugar ni su oportunidad.

Leer más...
Print Friendly and PDF
Aunque el artículo sea antiguo, puedes dejar tu opinión: se reciben y se leen todas.