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dijous, 31 de gener del 2008

Steven en Munich



Acabo de revisar Munich (Munich, 2005)

Prefiero no entrar en matices respecto al tema de la película, aunque, obviamente, nadie puede hablar de Munich sin dejar de observar su contenido político, que, si no recuerdo mal, en las fechas de su estreno causó cierto revuelo.

La ventaja de verla en dvd, aparte de ser en v.o.s.e., es que uno puede comprobar, vista la película, que el amigo Steven Spielberg nos hace una introducción interesante de su ánimo al emprender la empresa de recrear unos sucesos que algunos pueden haber vivido, en parte, en vivo y en directo. Sucesos que crearon gran conmoción en su época, mucho mayor si cabe, que la propia película que nos los recuerda y nos ofrece unos aspectos imaginados pero desconocidos.

Es de admirar la postura "políticamente incorrecta" que toman tanto el director como todo el equipo de producción de Munich, en un país, los U.S.A., con un poderosísimo lobby judío y pro-israelí.

Steve lo dice claramente: "yo no tengo la respuesta; tan sólo pretendo crear un debate sobre la oportunidad de los medios". (No lo dice así, pero más o menos)

Dejando aparte pues el valor que supone meter tanto dinero y esfuerzo en hacer una película como Munich, valor que no debe despreciarse, creo que, precisamente por su contenido de intención política y dramática, ese último aspecto, el dramático, está poco cuidado.

La entidad de los personajes, con fuerza, no alcanza la categoría de prototípico en ningún caso. Quizás son demasiados personajes los que, con importancia, vemos deambular por la película, resultando pues harto difícil otorgar suficiente personalidad a todos.

Pero tampoco el personaje central, bien interpretado por Eric Bana, acaba por suscitar el interés que cabe suponer en el protagonista de la película, y sus dudas sobre lo que en el curso del desarrollo de la acción hace parecen nacer espontáneamente sin mayor causa que la brevísima conversación que, en el piso franco, mantiene con un triste "colega" con ideario distinto al propio; esa conversación hubiera debido disfrutar de mayor extensión y el cuidado de su repercusión en la conciencia del individuo debiera ser, creo, más detallado.

Ciertamente, Spielberg nos da cuatro pinceladas para dibujar los personajes del equipo ejecutor y demuestra su oficio, de forma espectacular, sobre todo en las acciones del comando, con una técnica cinematográfica excelente, por otra parte esperable en Spielberg.

Pero esperaba algo más. Steven se queda en un muy buen artesano, pero, pero, le falta esa magia conmovedora, ese detalle recordado que suscita una emoción y nos hace meternos en la piel del personaje.

Y el desarrollo de las acciones ejecutivas se nos presenta de forma algo confusa, ocultando detalles, probablemente porque son varias y no hay tiempo para definirlas apropiadamente.

Creo que le falta garra, carece de fuerza, que reside en el debate que de forma posterior otorga el conocimiento popular de unos hechos ocultos durante años.

Quizás se deba a que la realidad de los hechos relatados impresiona, pero no puedo olvidar que, como dice Steven en su introducción, no ha pretendido en forma alguna hacer un documental, sino una película que recrea los hechos, debiendo aguardar a que la publicidad de los archivos secretos, algún día, arroje mejor luz sobre los mismos.

Spielberg nos relata el itinerario de una venganza y lo hace con un ritmo en ocasiones encomiable y en ocasiones atropellado, pero se queda sólo en una notable cinta de acción.

No es que la película defraude, pero sí que esperaba algo más de Steven Spielberg, puesto, ocasionalmente, a tratar un tema serio y verídico.


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diumenge, 27 de gener del 2008

Bajito y gruñón


Hace 25 años que el cine francés perdió uno de sus personajes emblemáticos; un actor capaz de arrollar en taquilla, con independencia de la historia -normalmente lo que castizamente llamaríamos "un fregao"- en la que se le veía metido, normalmente contra la voluntad del personaje que representaba.

Un actor, descendiente de padres españoles, que, según cuentan, marcharon de la soleada Sevilla para instalarse en el frío Paris de principios del siglo pasado, para poder casarse; fruto de esa unión fue Louis de Funès que, con sus inacabables recursos histriónicos divirtió al personal en incontables películas, siendo adorado por el público galo, que le rindió homenajes diversos, habiendo recibido la distinción del César de manos de otro cómico, americano, un tal Jerry Lewis, que se confiesa admirador del pequeño francés .

Una de las películas de mayor éxito en las que intervino, aparte de las sagas de El Gendarme de Saint Tropez y de Fantomas, ambas iniciadas en 1964, fue una curiosa película que contempla hechos de la Segunda Guerra Mundial desde un punto de vista de comedia; dirigida por Gèrard Oury, e interpretada al alimón por dos grandes cómicos franceses de la época, el ya referido Louis de Funès, y su amigo y compañero del alma Bourvil, La Gran Juerga (La Grande Vadrouille, 1966), alcanzó un récord de recaudación en Francia que no fue superado hasta hace pocos años por Titanic de James Cameron.

En La Gran Juerga dos hombres de distinta condición, el pintor de fachadas Augustin Bouvet (Bourvil) y el director de orquesta Stanislas LeFort (Louis de Funès) sin quererlo ni desearlo, se ven complicados en la contienda que asola Paris, al recibir, caídos del cielo, unos aviadores británicos de un bombardero pilotado por Sir Reginald (Terry-Thomas, otro gran cómico -británico- de la época).

Los tres protagonistas se encuentran en unos baños turcos y los dos franceses, por las circunstancias, se ven abocados a convertirse en héroes de la resistencia al acompañar a los británicos a la Francia libre, desde donde podrán volver a su país.

Oury maneja con soltura la trama, alternando escenas de acción con escenas de corte cómico, mezclando acción bélica con el más puro vodevil de errores disparatados, como cuando, por casualidad, nuestros héroes acaban durmiendo con sus enemigos.

El tratamiento que da Oury a todos los personajes no deja de ser curioso, ya que distingue en los alemanes a aquellos que son soldados y aquellos que son nazis redomados, llevando éstos la peor parte al recibir las chanzas más ridículas.

Hay en la película una alegría que proviene en buena parte de las buenas actuaciones de Funès, Bourvil y Terry-Thomas, cada uno en su papel, bordando, el bajito Funès, como de costumbre, un carácter de hombre despótico, truhán de buen corazón, gesticulante y pillo, asumiendo magistralmente la contradicción de un mal carácter con la risa que producen sus actos, sus gestos, sus ruidos.

No es La Gran Juerga una obra llamada a considerarse grande, valga la redundancia, pero sí muy interesante y entretenida, formando parte de la historia del cine francés con todos los honores, consiguiendo lo que pocas: divertir y mantener la atención constante en sus 132 minutos, algo más de dos horas, que pasan en un suspiro.




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dissabte, 26 de gener del 2008

Homenaje



Esta semana nos ha sorprendido con una luctuosa noticia, supongo que por todos ya conocida: el fallecimiento del actor Heath Ledger, cuyo penúltimo trabajo ante las cámaras nos mantiene pendientes del calendario, deseando que ya llegue el verano y podamos asistir, en plena canícula agosteña, al estreno de The Dark Knight, que parece va a ser traducida en su título como "El Caballero Oscuro", muestra, una vez más, de la penuria intelectual de los jerifaltes de las distribuidoras, escualos fruto de escuelas de alto nivel económico que no entienden de cine ni de nada que no sea dinero en cuenta corriente.

La falta de respeto de esos tiburoncejos parece haber llegado al extremo de proponer un doblaje del trabajo de Ledger verdaderamente lamentable.

Véase un trailer en versión original subtitulada:



Y véase, de nuevo, y escúchese, el lamentable doblaje al castellano:



Desde este humilde bloc dedicado preferentemente al Cine, permítanme, quienes esto lean, que proponga, en homenaje a Heath Ledger, que llegado que sea el mes de agosto, asistamos, dentro de lo posible, sólo a la exhibición de The Dark Knight únicamente en las salas que lo ofrezcan en versión original, como homenaje póstumo a ese joven actor que no ha sabido - o podido - resistir los embates que la popularidad extrema aplica a los que triunfan en un medio tan poderoso como es la actual industria cinematográfica.

Si el doblaje es un mal necesario, por lo menos, que se esmeren en el trabajo a realizar: esta muestra es deleznable y nos hurta, inmisericorde, de la mitad de lo que, a priori, parece ser un excelente trabajo del fallecido Ledger, mal que le pese a su antecesor, que debe estar mordiéndose los puños por sus desafortunadas declaraciones de hace unos meses.

Movámonos y actuemos en consecuencia, como el mejor homenaje que podemos, desde la lejanía geográfica y temporal, tributar a ése joven cuya trayectoria se ha truncado de forma tan miserable.


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dijous, 24 de gener del 2008

Uno de los Grandes




Vemos a un apuesto joven, Johnny Case, bajar de un taxi rogando al conductor que espere; lleva dos maletas y se introduce en un edificio; llama a una puerta, sin obtener respuesta; en el interior, sentados confortablemente, Nick Potter y su esposa Susan, están leyendo, rodeados de libros y papeles; oyen el timbre repiquetear; Nick asegura oir el timbre, pero no espera visita alguna; Susan, tranquilamente, afirma no tener mayor interés en la llamada, que arrecia. Johnny, en la puerta, impaciente, a voces les llama y golpeando con los pies la puerta, reclama le abran.

Los esposos Potter, al reconocer la voz, jubilosamente se precipitan a abrir la puerta, abrazándose y besándose con Johnny, que llega de unas vacaciones: "os dejo aqui mis maletas y me voy, pues me espera mi prometida"

"¿Cómo tu prometida? pasa y cuéntanos; no te habrás precipitado... debes tener cuidado con esas cosas; le retienen, abrazándole, hasta que Johnny, dando un brinco y una voltereta, asegura haber hallado al amor de su vida y se va, prometiendo regresar para contar todo con calma.

Johnny, en el taxi que le ha llevado, pregunta al conductor: "¿esa es la dirección que le di? Debe trabajar aquí; no me lo explico" Y, ante una mansión más que señorial, casi un palacio de cuatro plantas, opta por llamar a la puerta de servicio, preguntando por su amada Julia Seton: el mayordomo, sorprendido, le asegura: "los amigos de la señorita Julia no suelen entrar por aquí: entran por la puerta principal."

Con este inicio tan inteligente el Gran Director George Cukor sienta las bases de lo que va a ser una comedia romántica con tintes de crítica social nada soterrada; aunque algo amable, provista de cargas de profundidad revestidas de sofisticados diálogos fruto de la labor de Donald Odgen Stewart, que guionizó la obra de teatro ideada por Philip Barry, que tomó en España el título Vivir para Gozar (Holiday, 1938 )

Cukor, que pechó con la fama de "director de actrices", quizás por su condición de homosexual confeso, es el único director que, con su excelentísima forma de dirigir intérpretes, consiguió nada más ni nada menos que cuatro galardones Oscar para cuatro actores diferentes, en cuatro diferentes películas, récord no alcanzado por ninguno de sus colegas.

Hoy, 24 de enero de 2008, se cumplen 25 años del fallecimiento de Cukor.

Habiéndose iniciado en la dirección en 1930, ya en 1938 Cukor sabe adelantarse a su tiempo y construir una crítica social bajo el empaque y la apariencia de una alta comedia, preludio de otras obras posteriores y más conocidas.

Johnny (Cary Grant) se muestra completamente azorado cuando comprueba que se ha prometido en matrimonio con una joven de la alta sociedad neoyorquina que vive en un palacio con unas dimensiones que le hacen parecer, según su apreciación, un museo; sin vergüenza alguna, le confiesa a Julia (Doris Nolan) su error, asustado por la perspectiva de haberse enamorado de una mujer fuera de su alcance. Julia le presenta a su hermano Ned (Lew Ayres), dipsómano por convicción y necesidad y a su hermana Linda (Katharine Hepburn), quien se autocalifica como la "oveja negra" de la familia, joven independiente y rebelde contra las costumbres burguesas de la acaudalada familia.

La cuestión está en darse a conocer al patriarca de la familia, Mr. Edward Seton (Henry kolker) y pedirle la mano de su hija menor en matrimonio; Johnny coge el toro por los cuernos y, sin ambages, le cuenta a su futuro suegro que, desde los 10 años de edad ha trabajado incansablemente, en diferentes ocupaciones, hasta que en la actualidad dirige una división de una importante empresa, manifestando estar seguro de conseguir la felicidad de Julia.

Pero antes, hemos visto como Johnny hablaba con su futura cuñada Linda y le aseguraba que su máxima ilusión era ganar "unos miles" y abandonar todo, para averiguar quién era él, qué ocurría en el mundo y qué debía hacer en un tiempo tan cambiante, pleno de oportunidades, prefiriendo disfrutar un tiempo de su juventud y luego, ya maduro, emplearse a fondo en un trabajo cuya condición ignoraba por completo al presente.

Cukor tira torpedos a la linea de flotación del estilo de vida americano, el archisabido y archisobado "american way of life" y lo hace aplicando puño de hierro con guante de seda.

Provista la comedia de diálogos elegantes e inteligentes, vemos una clara confrontación entre el ideal calvinista de hacer dinero como única meta (Julia le dice: "verás lo divertido que te resulta hacer dinero") y la necesidad de disfrutar de la vida al tiempo que de búsqueda de una propia identidad, adornado todo ello con mordaces críticas a la alta sociedad, hueca de sentimientos, rígida en sus convencionalismos, que aprisiona a sus componentes en un mundo pleno de apariencias hipócritas (magnífico travelling lateral de los consortes Cram, primos de Julia, criticando ferozmente a quienes, distantes, saludan con amables palabras), lo que acabará en huída distorsionadora de la relación de Johnny con la familia Seton, pues la "oveja negra" quedará prendada de su independencia y libertad ("¿tanto se me nota? Sólo lo notamos los que te queremos") y decidirá amarrarse a él, encantado, para buscar la felicidad fuera de la cárcel de oro dominada por los intereses de los propietarios de la banca, presos ellos mismos de sus propios condicionantes sociales y de su afán por tener más y más.... dinero.

Con un trabajo actoral sobresaliente de la pareja Grant-Hepburn, muy bien acompañados por el resto del elenco, en la línea de los secundarios magníficos del cine clásico, Holiday, o Vivir para Gozar, es una muestra del talento que ya no abandonaría al recordado y llorado George Cukor


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diumenge, 20 de gener del 2008

Tradición






Tradición; costumbres; normas ancestrales; modos de vida.

En ocasiones, una revisión permite percibir aspectos de una película que, por su carácter formal, o por el estado anímico o de conciencia y experiencia del espectador, han quedado como meros elementos de un todo, siendo así que vienen a constituir, en la realidad, la base, el entramado, sobre el que se construye una obra.

Es frecuente que, ante una película musical, los fastos de la música y la coreografía hagan palidecer el libreto y sea preciso una segunda oportunidad para captar la intención de la misma. Hay quien tiene la suerte de captarlo todo a la primera: afortunados son.

A primeros de los años setenta del siglo pasado se estrenó en cine la versión de una comedia dramática musical llamada a perpetuarse en los escenarios, un éxito que ha vencido el paso del tiempo.

Sobre una historia pergeñada por Sholom Aleichem, Joseph Stein construyó una obra teatral que, ante su enorme éxito, propició, como es habitual, su traslación a la gran pantalla.

El cineasta Norman Jewison, una de cuyas obras se ha comentado aquí, vio la oportunidad y se lanzó a producir y dirigir esa traslación, que tomaría el nombre de El Violinista en el Tejado (The Fiddler on the Roof, 1971) y tuvo, como productor, el gran acierto y suerte de contar con todos aquellos que intervinieron en el éxito teatral.



Las excelentes composiciones de Jerry Bock, arregladas y orquestadas por John Williams, todavía sorprenden y encantan, así como los solos de violín ejecutados para el cine por Isaac Stern.

La película ganó merecidamente tres premios Oscar por la música y el impresionante sonido, así como por la fotografía, espléndida, de Oswald Morris, en un año muy reñido.

La historia, contada con profusión de piezas musicales, canciones y bailes coreografiados por el gran Jerome Robins, adaptados para el cine por Tommy Abbott , nos muestra los avatares de la comunidad judía que vive en el poblado de Anatevka, en Ucrania, Rusia, a principios del siglo pasado, durante las postrimerías del imperio del Zar.

Tevye (Topol, en el papel de su vida) es un aldeano sencillo que vive de una pequeña granja y de la leche que sus vacas producen, que va repartiendo a sus congéneres; como ya hemos visto en el video que encabeza este comentario, su vida se rige por la tradición; es un hombre de escasos conocimientos, sencillo, que se comporta por los principios consuetudinarios de su comunidad: nos dice: ¿Que seríamos sin tradición? Seríamos como un violinista en el tejado.

Sin embargo, la acción se desarrollará, de forma inexorable, contra esa tradición a la que apela Tevye, forzándole a aceptar cambios inesperados.

Tevye dialoga con su Dios; alza la mirada y suplica ayuda; no se queja, pero pide mejor fortuna; su caballo se lastima, empeorando su día, y sueña con ser un hombre rico, entonando una canción "Si yo fuera rico" (If I were a rich man) que alcanzó gran popularidad en su tiempo, siendo versionada por miles de artistas

Tevye tiene, con Golde (Norma Crane), cinco hijas y ningún varón; su esposa se afana en buscar un marido para las tres mayores, Tzeitel (Rosalind Harris), Hodel (Michele Marsh) y Chava (Neva Small), y para ello acude a la casamentera Yente (Molly Picon)

La casamentera Yente encuentra para Tzeitel un buen partido: el carnicero Lazar Wolf, viudo, ha puesto sus ojos en Tzeitel; pero ella ama, desde niña, a su compañero de infancia, el sastrecillo Motel (Leonard Frey, que realiza una actuación soberbia) y, después que Tevye haya llegado a un acuerdo con el carnicero, debe echarse atrás, rompiendo su palabra, al comprobar que su hija está profundamente enamorada del pobre sastre.

La tradición se rompe para Tevye, que, movido por el amor a su hija, le permite contraer matrimonio por su gusto (¡inaudito!) y todos, en la comunidad, están invitados a la boda



En la ceremonia, un huésped de Tevye, el joven estudiante Perchik (Paul Michael Glaser, antes de ser Starsky), osa ¡bailar con las mujeres! y, de nuevo, la tradición se rompe.

El pobre Tevye no hace más que alzar la vista al cielo cuando todo su mundo se le viene abajo: también su hija Hodel decidirá irse con Perchik, que está deportado a Siberia por agitador político; su hija le promete que se casarán en cuanto puedan.

La tradición hecha añicos. ¿Del todo? No, del todo no: aún queda Chava, que rematará el desmorone de la vida sencilla de Tevye al casarse con un gentil, de tapadillo, ¡y ante un pope!

El modo de vida de Tevye cambia constantemente, de mal en peor; a los males familiares, se añadirá la diáspora

La técnica empleada por Jewison, adecuadísima, nos permite disfrutar de la parte musical del conjunto al tiempo que nos transmite una forma de vivir que sabemos caduca, retazos antropológicos de una comunidad errante, aferrada a sus tradiciones en un mundo convulso al que intentan permacener ajenos, sin conseguirlo, compelidos por las circunstancias de su entorno a aceptar y modificar un estilo de vida que choca continuamente con sus vecinos; confrontación en la que llevan las de perder; modo de vida que deberá cambiar, deviniendo algunas de las tradiciones lastre que dejarán en su camino a una nueva vida. Tevye, al final, bendecirá la unión de su hija con el gentil, resumiendo con su gesto, musitado, la aceptación que el tiempo pasado ha finiquitado y se abren nuevas perspectivas, más modernas, quizás en otro lugar, quizás en otro país.

Jewison, cineasta todo terreno, consiguió con esta película un éxito clamoroso; aún dado su origen teatral, con buenos diálogos y excelentes piezas musicales y coreografías, más la decisión de conservar todas las piezas, causando una duración de tres horas (en la exhibición se hacía intermedio), el tratamiento cinematográfico es excelente, sin lastre teatral alguno. Después de más de treinta años de su estreno, siguen emocionando las diversas escenas, asombrando su esplendoroso sonido y entreteniendo al cinéfilo amante de los musicales, ofreciendo el conjunto de elementos bajo la dirección de Jewison una pieza indispensable a disfrutar, una muestra de cine musical ya intemporal; no en vano la comedia dramática musical sigue triunfando, después de tantos años




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dimecres, 16 de gener del 2008

Dos hombres y un destino


Lo peor de las guerras es que, quienes las sufren, son personajes anónimos; muchos, civiles, entendidos como tales quienes no actúan en la contienda pero la padecen; y muchos, soldados que pueden o no ser profesionales de la milicia, pero que se ven impelidos a actuar directamente en el combate.

Normalmente, quienes deciden las guerras, permanecen en sus casas, a salvo.

En el cine abundan las películas bélicas, muchas de ellas enalteciendo conceptos como patria y orgullo, valentía y honor, lealtad y amistad, buscando un maridaje interesado, no siempre natural.

También hay películas bélicas que oponen conceptos como humanismo y amistad, camaradería y necesidad, contra intereses patrios que ocultan deseos inconfesables.

Son películas de guerra y antibélicas, oxímoron cinematográfico por excelencia.

Estamos en una bellísima playa de un islote perdido en medio del inmenso océano pacífico. Un hombre, oriental, japonés por el uniforme militar que apenas le viste, escruta con sus prismáticos el horizonte marino que le separa de su hogar.

Deambula distraído, cuando observa en unas lianas que penden sobre la cristalina agua un extraño objeto: se acerca, y comprueba que son restos de una balsa neumática, destrozada, que proviene de un avión estadounidense.

El japonés, Kuroda (Toshirô Mifune), descubre, mediante un ardid, a un Piloto (Lee Marvin) que, sediento, intenta apropiarse del rústico recipiente, hecho con hojas de palma, donde hay recogida agua dulce.

Kuroda se interpone en su camino, impidiendo satisfacer la sed que le agobia. En unas imágenes que representan sus pensamientos, ambos, armados con un cuchillo y un palo, se ven a sí mismos derrotados y matados por el otro.

Se tienen miedo.

El uno del otro.

De esta forma inicia el siempre discutido director británico John Boorman una película extraña, atípica, de visión obligada para cualquiera que sienta en sus venas la droga perenne de la cinefilia: Infierno en el Pacífico (Hell in the Pacific, 1968), basada en una historia de Reuben Bercovitch guionizada por Alexander Jacobs y Eric Bercovici, con la afortunadísima intervención de Conrad Hall como autor de la excelente fotografía que plasma los paradisíacos paisajes y del compositor Lalo Schifrin, autor de unas composiciones musicales acertadas y oportunas.

Los dos únicos personajes (admirablemente compuestos por sus reseñados intérpretes -que soportan perfectamente el peso de la película-) se hallan, pues, de inicio, en una situación terrorífica: apenas hay alimentos ni agua; vemos al desesperado Piloto recorrer el islote en busca de agua para beber, hallando sólo charcos de agua salada. El nipón guarda celosamente el agua, sin poder dormir apenas, acechante su enemigo, dispuesto a todo...

Por suerte, una torrencial lluvia les permitirá saciar su sed física; pero no paliará su temor al contrincante. Se persiguen en la jungla, en medio del aguacero, hasta que el Piloto, exhausto, cae, desfallecido: Kuroda puede acabar con él; puede matarle fácilmente; pero le hace prisionero.

En un descuido, el Piloto consigue huir y, con la ventaja de la sorpresa, hace recluso a Kuroda, al que veja constantemente, pero no le mata.

Boorman, con arriesgado criterio (recordemos la fecha, 1968), permite que cada intérprete se exprese en su lengua propia: es decir, en japonés y en inglés, al objeto de poner de manifiesto la dificultad de entenderse de ambos hombres.

Ambos son prisioneros; el uno del otro, de forma alterna; pero ambos, de la guerra en la que se han visto inmersos; de la isla paradisíaca, lugar remoto, infinitamente alejada de sus correspondientes hogares, de los suyos; cárcel dorada de la que, al fin, comprendiéndose en su necesidad, acuerdan abandonar, construyendo una rudimentaria embarcación.

Los personajes son representados de forma eminentemente física por esos dos grandísimos actores, ya que los diálogos carecen de interés: son sus acciones las que emocionan, las que nos muestran sus miedos, sus anhelos. Ese aspecto físico viene apoyado por el escenario, el bello islote, su playa, su jungla. Paulatinamente, la necesidad impuesta por la realidad imbuye en los dos hombres la conciencia que sólo unidos podrán abandonar esa prisión natural. Por encima de su primigenia condición de enemigos pertenecientes a ejércitos al servicio de poderosos enfrentados, los hombres entienden que deben apoyarse mutuamente para sobrevivir, para alcanzar su destino en libertad, rompiendo la honorífica norma de hacer prisionero al otro.

Boorman consigue mantener la atención durante el metraje, algo más de hora y media, gracias a la concurrencia de todos los elementos relacionados y a una aplicación acertada de sus filias cinematográficas.

La huida de ambos hombres acaba en una isla mayor, donde hallan construcciones medio destruidas y toda una suerte de bebida y alimentos, así como desperdicios de toda clase, abandonados por las fuerzas de uno u otro bando: ambos gritan pidiendo que no se les dispare, pensando tanto en uno mismo como en el compañero de fatigas.

Pero no hay nadie: siguen solos. El hallazgo de una revista "Life" despertará de nuevo el sentimiento de patria en los dos hombres. Pero no llegará a aflorar, porque....

El final consecuente con el discurso antibélico de Boorman, no me acaba de gustar: queda como cojo, como improvisado; es un final pesimista; rompe con todo el metraje visto, dejándonos sin esperanza. Evidentemente, no siempre cabe esperar un final feliz; pero la simpatía concitada por los dos hombres, hubiera preferido un mejor destino para ambos.




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diumenge, 13 de gener del 2008

No es Casablanca



¡NO!

No y no: no es Casablanca. Tampoco es El Tercer Hombre .

Un periodista que se halla sirviendo en el ejército estadounidense justo acabada la segunda guerra mundial, un tal Jake Geismer (George Clooney), es trasladado al confuso Berlín; se le asigna un chófer espabilado, Tully (Tobey Maguire), quien lo primero que hace es birlarle la cartera a su superior y luego practicar sexo con su amante Lena Brandt (Cate Blanchet), que resulta por un lado ser la antigua amante de Jake y por otro la todavía esposa de un tal Emil Brandt (Christian Oliver), supuestamente fallecido, a quien buscan afanosamente tanto los americanos como los rusos, porque posee una información que todos quieren y que viene a ser como una especie de MacGuffin.

Pero un McGuffin pasado por agua, o, mejor dicho, pasado por el cedazo de las pretensiones fílmicas de Steven Soderbergh, que, basándose en un guión deslavazado de Paul Attanasio (que amenaza con una nueva versión de Al este del Edén: ¡que alguien haga algo para impedirlo, por favor!), basado en una novela de Joseph Kanon titulada, como la película a que da causa y origen, El Buen Alemán (The Good German, 2006 )

De hecho, no es una película: es un refrito del mejor cine del siglo pasado, tomando aquí y allá inspiración, por no decir copia o plagio descarado, de esas dos buenas películas que se han mencionado.

Cuando uno ve el trailer , piensa que quizás será interesante; pero no: la trama no es compleja: es absurda; los escenarios parecen copiados de El Tercer Hombre, incluidas las alcantarillas; la escena final, literalmente plagiada de Casablanca, con la excusa del homenaje cinematográfico.

Pero ni Soderbergh posee la capacidad de sorprender, insinuar y emocionar, ni los actores que convoca, con ser buenos, consiguen llevar a buen puerto una historia confusa, sosa, que no llega a interesar; los personajes están muy mal escritos y no suscitan pasión alguna; la química entre Clooney y Blanchett es inexistente y lo único que puede resistir es la fotografía en blanco y negro, sin aportar nada nuevo ni adecuarse a la emoción que debería provocar en el espectador la historia, con lo cual deviene en fútil, pudiendo haberse desarrollado perfectamente en color sin merma alguna, acabando por ser un remedo inaceptable de obras muy interesantes que el sufrido cinéfilo mantiene en su memoria, siendo inevitable la comparación con tan ilustres ancestros conforme va discurriendo la película,

Puede que para ojos jóvenes e inexpertos, que no han visto mucho cine, este fallido homenaje al cine negro en ambientes bélicos tenga algún interés.

Pero para quien ha gozado una y mil veces con la escena final de Casablanca, la decepción ante el engendro está asegurada.

Una pena gastar tanto dinero para nada. Otra muestra más de la endeblez de los guiones cinematográficos de este siglo.



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dimecres, 9 de gener del 2008

Nicole dijo no a Lars

Hace ya bastante tiempo que vi, en dvd, la primera parte de una ambiciosa trilogía anunciada a bombo y platillo por un cineasta europeo autollamado a revolucionar ese Séptimo Arte que nos emociona en muchas ocasiones; el espabilado danés Lars Trier, que astutamente, para epatar a sus adictos y darse aires de grandeza ha añadido e intercalado un "von" entre su gentilicio y su apellido, dando muestras de una megalomanía galopante, sustentada, ciertamente, en una inteligencia fuera de lo común.

Leí, en alguna parte, que la actriz Nicole Kidman, por la que siento una sincera admiración al tiempo que una sensación de lástima, a partes iguales, primero por sus dotes histriónicas y luego por su mala vista a la hora de elegir algunas de las películas en que ha intervenido ultimamente, después de haber intervenido como protagonista en Dogville (Dogville, 2003) , rechazó de plano la oportunidad de retomar el papel del personaje "Grace" en la que iba a ser la segunda parte de la cacareada trilogía, película que iba a llamarse Manderlay (Manderlay, 2005)

Hoy, que acabo de ver Manderlay, me parece que entiendo el porqué Nicole Kidman prefirió no repetir en la interpretación del personaje de Grace: por dos razones, discutibles, seguramente, aunque quizás ahora, cuando aparece ya anunciada la tercera parte, Wasington, supuestamente a estrenar el año que viene, los comentarios que van seguir sean más aceptables que hace pocos años, cuando la "fiebre dogmática" estaba en la mente de todo cinéfilo de "primera línea", apoyada por una legión de críticos profesionales que cobran a tanto la página.

Vayamos a la cuestión: la primera razón de la negativa:

Vaya por delante que Dogville me impresionó profundamente, efecto que se debe a la calidad de Lars Von Trier, que entiendo alcanza su propósito de emitir un mensaje inteligible para el espectador avezado.

Sabía de la película desde que empezó su rodaje, por la publicidad que se le dió y después, por haber leído algo referente a los varios galardones conseguidos en distintos certámenes. Recuerdo muchos comentarios de críticos de cine en revistas y periódicos respecto al uso de un sólo espacio con una peculiaridad que lo hacía, a priori, única.

Pues bien, creo que Dogville tiene una calidad cinematográfica más bien pobre.

A pesar de esa opinión, después de ver Dogville, me quedé con las ganas de ver Manderlay.

¿Entraña esta manifestación una contradicción?

Creo que no, pues también soy un gran aficionado al teatro.

Porque para mí, Dogville es teatro filmado, sin que ello pueda resultar peyorativo, aunque sí es un lastre que algunos directores han sabido sortear, unos con mayor fortuna que otros.

Pero creo que Lars von Trier no lo consigue con Dogville: si entendemos el cine como un medio de expresión artística, con su caligrafía, la letra de Lars no es muy buena: incluso la película adolece de graves fallos de racord, cuando, por ejemplo, Grace y su amante Tom Edison están hablando, tendida ella en la cama y él sentado, con unos planos cortos que dan la sensación que ella está haciendo flexiones abdominales, pues cuando habla está incorporada, y cuando le escucha a él, está tendida.

La profusión de planos cortos nos permite, eso sí, comprobar que el elenco es fabuloso, con una sobresaliente Nicole que aguanta impertérrita las actuaciones magistrales de sus compañeros de reparto, con un Ben Gazzara que, probablemente, deberá esperar su tránsito final para ser reconocido por Hollywood como el grandísimo actor que es.

El uso de un decorado prácticamente inexistente refuerza la sensación de asistir a una obra de teatro, con una escenografía ya pasada de moda, lo que se llamó en tiempos "cámara negra", es decir, ausencia de decorado y apenas atrezzo, forzando la imaginación del espectador, lo cual no beneficia en nada el desarrollo cinematográfico de la película.

Como transgresión de las leyes cinematográficas, prefiero, con mucho, planteamientos como la cronológicamente anterior Memento o la más reciente Sin City (entendiendo ésta última más como un juguete).

No veo, sinceramente, transgresión cinematográfica en la falta de decorados y el lenguaje de la película me parece nada: el uso de cartelitos antes de cada acto es una referencia al cine mudo y una total contradicción con la misma película, que es eminentemente (en el sentido literal, como luego cuento) hablada, resultando un exceso y una molestia la voz en off de un narrador totalmente innecesario para el buen desarrollo de la acción, por mucho que lleve el soporte de John Hurt.

No obstante, la película se sigue con interés, pero es en virtud de dos factores que tienen más de teatro que de cine: La magnificiencia del grupo de actores que sirven a un texto rico y bien construido, aunque el final en este caso me parezca tan precipitado como desolador.

Destriparé un poco la película, aviso por si alguien no la ha visto:

La poca virtud cinematográfica de Dogville contrasta con un guión casi perfecto: con una serie de pinceladas, Lars nos va presentando un grupo de personajes a los que otorga una complejidad que se nos va haciendo cada vez más rica, conforme avanza la acción, degradándose ante nuestros ojos de forma trágica e irremediable.

La heroína, Grace, se nos presenta como una mujer que huye de unos personajes mafiosos, que la persiguen, sin que sepamos en momento alguno el motivo de dicha persecución: vemos, al instante, que se halla necesitada, pues lo primero que hace al llegar a Dogville (pueblo de perros, un detalle que toma significado al final) es robar el hueso del perro del lugar.

Es vista por Tom Edison Jr. (una broma macabra de mal gusto de Lars, a mi entender,atendida la historia popular en U.S.A.), quien de inmediato, ante la presencia de los perseguidores, opta por ocultarla, procediendo de inmediato a presentarla al pueblo, total, quince habitantes.

Vemos como los habitantes pasan de un temor vencido que les impulsa a ayudar a la fugitiva, a tomar, poco a poco, una actitud que, probablemente, enlaza con Manderlay, pues, en actos sucesivos, llegan a esclavizar a Grace, al extremo de encadenarla por el cuello a una rueda pesada, cuestión no baladí, por el detalle, pues igual la hubieran podido encadenar por un pié. Y ya sabemos, amigos, que en el cine - se supone- no hay nada gratuito. Y a los malhechores se les cuelga del cuello, pero no del pie.

A todo esto, el personaje de Grace se mantiene, en su situación, haciendo un esfuerzo por soportar las continuas vejaciones de los ciudadanos de Dogville, viendo, gracias al magnífico trabajo de Nicole, su interés en perdonar las afrentas, entendiendo las limitaciones de aquellos que se las inflingen.

Incluso, la traición de su amante Tom, a la que ella le manifiesta que sólo en la libertad podrán consumar su acto de amor.

Hasta aquí, abreviando, el texto es sobresaliente, entendiendo, en mi humilde opinión, que Lars von Trier es mejor dramaturgo que cineasta: qué no pagaría yo por ver en un escenario ése montaje, tal cual, y con esos intérpretes...:-)

En el último acto -así es, porque así lo quiere Lars- hay un cambio desolador en todos los sentidos: vemos que la fugitiva huye de su padre, espléndido también James Caan, capo mafioso, que, en una breve intervención, sin conocer nada de lo ocurrido, acaba por convertir a nuestra heroína en una asesina a sangre fría: todos los habitantes del pueblo mueren como perros (en sentido figurado), algunos incluso de forma más que trágica sádica, como la madre que primero debe ver morir a todos sus hijos, uno por uno, resultando una horrible venganza ejecutada bajo las órdenes de Grace, a quien minutos antes compadecíamos y admirábamos por su entereza.

El cambio operado en Grace me parece mal resuelto y sin explicación alguna, en un guión por lo demás, como dije, excelente: carecemos de elementos que nos permitan suponer, asumir ó digerir tal cambio. Muy forzado.

Y muy desolador: Lars nos roba la esperanza; ya hemos visto que el pueblo carece de virtudes y sus defectos horribles se nos han mostrado, pero manteníamos, hasta el final, un atisbo de esperanza para Grace.

El final que nos presenta Lars duele, por excesivo, por cruel, por inesperado, porque hemos tomado afecto por Grace: la hemos visto padecer toda clase de ultrajes y podemos entender que tenga ansia de vengarse, pero en momento alguno se nos ha presentado como vengativa, sino como persona de cualidad superior a la meramente vengativa.

El cambio experimentado por Grace nos aleja de ella y la coloca, incluso, por debajo de quienes ordena matar o mata por su mano, pues, en su extrema vileza, llegando a tratarla como esclava, ni siquiera se han planteado, en todo el discurso, la posibilidad de lucrarse monetariamente con su entrega.

Lo deciden por el miedo, no por la avaricia. Por el miedo no a los otros, sino por el miedo que ella les ha hecho sentir, al ponerles de manifiesto sus penurias emocionales y vivenciales.

No digo que el final no sea correcto, pues Lars tiene la libertad de acabar la película -la obra, en realidad- como mejor le plazca, faltaría más.

Lo que digo es que, de forma poco elegante, nos ha hurtado la posibilidad de entrever, en la acción, el fatal desenlace.

Me pregunto si faltan escenas que apoyen la lógica que se debería observar en el desenlace.

Si no es así, entiendo, digo, la decisión de Nicole de no querer llevar a cabo una nueva interpretación de Grace en Manderlay, pues la negatividad del personaje es, como se dice vulgarmente, "de armas tomar". nunca tan bien dicho, y no habrá querido encasillarse en ella.

Lo que no entiendo -o sí, según cómo- es la polémica que al parecer se creó en U.S.A. por la película, pues, aunque Lars tiene el mal gusto de bromear con la historia popular de ese país, como el ya referenciado Tom Edisson Jr. y sacando a colación, sin cuento, a Mark Twain y su Tom Sawyer, lectura única de Tom Edisson Sr., tampoco es que se pueda pretender que la acción se pueda referir sólo a ése país, dando por bien entendido que Lars pretende mostrarnos su mirada más que ácida, agria, de la sociedad en la que vivimos y sus hipócritas e insolidarios sentimientos, salvándose, únicamente, el perro que al fin vemos...

Acabada de ver Manderlay, este comentarista se sorprende del declive observado en la famosa trilogía de Lars: el tratamiento cinematográfico es tan simple como en Dogville, sin que haya ninguna novedad al respecto, cabe suponer que siguiendo las ignoradas -para este cinéfago- normas del "movimiento dogma", con un uso elemental de la cámara, fotografía correcta, y gelidez en el ritmo y el tratamiento expresivo, sin presentar ruptura cinematográfica alguna ni acercarse al difícil arte cinematográfico clásico en el que la cámara apenas se movía.

Por añadidura, el elenco interpretativo obtiene un aprobado justillo, ya que la sobrevalorada Bryce Dallas Howard representa una Grace con escasa fuerza para sostener el pesado fardo que Lars le ha colocado en sus hombros, y sus compañeros de reparto tampoco están al nivel necesario para despertar interés, no pudiendo compararse (malditas comparaciones) con el grupo que les precedió, incluidos el omnipresente John Hurt como narrador, que llega a hacerse odioso, y el solvente Willem Dafoe como padre de Grace.

Pero lo que me ha causado la mayor decepción ha sido el texto: en Manderlay Lars parece haber perdido la fuerza que brilla incandescente en Dogville: las palabras carecen de emoción y fuerza; los personajes parecen deambular entre sombras; la heroína, Grace, carece de la fuerza interior que ya vimos, ofreciendo un discurso vital propio de una adolescente.

Lars intenta, sobre una historia basada en la esclavitud, reflexionar sobre la condición política del grupo humano, entendido como sujeto de la "polis" griega, con derechos y obligaciones que conforman una serie de normas políticas que rijan la libertad recién obtenida, con una paradoja final artificiosa, una trampa argumental de escaso calado, que únicamente puede dar lugar a comentarios a pie de barra, chocando con la supuesta pretensión intelectual -intelectualoide, sería más apropiada definición- de la cinematografía dogmática de Lars.

Si uno fuera un mal pensado, creería que el texto de Dogville no es totalmente original de Lars; pero como hay que intentar ser comprensivos, admitamos que cualquiera tiene un mal momento: y Lars lo tuvo al redactar el guión de Manderlay.

Manderlay la ha visto este comentarista en dos sesiones, porque en la primera, se durmió plácidamente a causa del sopor producido por el aburrimiento, y ha sido un esfuerzo ímprobo el terminarla para poder comentarla.

Dice el refranero popular que no hay dos sin tres: veremos si, dentro de un par de años, me atrevo con Wasington; porque al cine no creo que vaya a verla; si Lars no se enmienda, el fracaso puede llegar a ser sonado. El tiempo lo dirá, en todo caso.


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dijous, 3 de gener del 2008

El próximo viaje, en avión


En ciertas ocasiones, raras, el cine de Hollywood pone su mirada en películas de añejo éxito para obtener ideas en que basar sus nuevos proyectos. Incluso toman ideas de diferentes obras para hacer una mezcla nueva.

Vale, vale: dejémonos de ironías: lo hacen muy a menudo, sobretodo últimamente.

Lo raro es que consigan entretener con el resultado a gentes que ya han visto las fuentes de inspiracion, es decir, a alguien más que infantes ingenuos y niñatos imberbes con la testosterona a tope.

Con la honrada pretensión de divertir al público Colin Higgins, guionista, nada que ver con los Higgins de toda la vida, bebió nada más y nada que menos que en el prolífico manantial de Sir Alfred Hitchcock, tomando prestada la idea de Alarma en el Expreso (The Lady Vanishes, 1938), así como la figura del hombre corriente que se halla en problemas que le exceden, habitual en la filmografía de Hitchcock.

El trabajo del guionista no fue en balde, pues obtuvo una nominación en los anuales premios otorgados por la Writer Guild of America, U.S.A. en 1977

El guión fue a parar a manos del director Arthur Hiller, buen artesano de origen canadiense que en 1970 había perpetrado (¡uy lo que he dicho!) la empalagosa Love Story, y que, de forma sorprendente, dirigió con buen ritmo una comedia de suspense que en españa se tituló como El Expreso de Chicago (Silver Streak, 1976), protagonizada por el entonces actor de comedia en alza Gene Wilder, la frágil y elegante Jill Clayburgh y el siempre pasado de vueltas (y de líneas, según Wilder) Richard Pryor en los principales papeles, con el refuerzo de unos buenos y eficaces característicos.

Es una película que, básicamente, concilia tres géneros a un tiempo:

El viaje como eje sustentador de la historia, ya que todo transcurre en el recorrido ferroviario de Los Angeles a Chicago (en realidad, por oposición de los gerifaltes estúpidos de la AMTRAC, temerosos de la mala publicidad, rodados los exteriores en Canadá y con un tren "disfrazado"), trayecto que significará un profundo cambio en los planes de George Caldwell (Wilder), tranquilo editor de libros de bolsillo que hablan de jardinería y de sexo, que pretende descansar los dos días y medio que dura el viaje.

El suspense, que aparece cuando el amigo George está camelándose a su vecina de compartimento, Hilly (Clayburgh), mediante un travieso y picante diálogo muy bien escrito, que da fe de la época en que fue rodado (ahora es casi imposible oir algo así), y, en el momento más álgido, cuando ambos protagonistas han pasado de las azaleas a las petunias, después que George declarara su fascinación por el francés, ve, en la ventanilla, caer un hombre con un disparo en la frente; el hombre resulta ser idéntico a la fotografía del Profesor Schreiner, para quien trabaja Hilly, quien le hace ver que todo es fruto de su imaginación, acordando ambos seguir con lo iniciado, no en vano el tren penetra en la noche...

Al día siguiente, George, todavía acordándose de la imagen, decide presentarse en el compartimiento del Profesor Schreiner, acabando con sus huesos fuera del tren, arrojado que ha sido por el gigantón Reace (Richard Kiel)

Y la comedia: Como estamos en una comedia, una surrealista comedia, a nuestro pobre héroe no se le rompe ni uña con el impacto y hará los posibles para volver al tren, temiendo por su reciente enamorada.

Hasta en tres ocasiones el pobre George se vé apeado, contra su voluntad, del tren expreso que, impertérrito, prosigue su avance hacia Chicago. En una de sus expulsiones, acaba por trabar conocimiento con un ladronzuelo negro que decide ayudarle, un tal Grover Muldoon (Pryor), descarado delincuente de buen corazón pleno de ideas estrambóticas que George sigue con el fin de poder recuperar en sus brazos a Hilly.

La mezcolanza de ideas está servida de forma eficaz por Hiller, que da un tono acertado a la comedia de suspense, provocando carcajadas y sonrisas por un lado mientras por el otro se mantiene la incógnita de saber si y cómo el héroe, hombre vulgar y corriente, émulo de tantos héroes de Hitchcock, podrá salir adelante con el empeño.

La película cumple con su pretensión de entretener, adornada por diálogos irónicos y bromas de segundo sentido y el grupo de actores, sin ser primeras figuras, ofrecen un buen trabajo, logrando la conexión del espectador que, divertido, atiende las casi dos horas del metraje sin desmayar, aún sabiendo de antemano que todo acabará bien, lo cual no tiene, por otro lado, nada de extraño en las películas estadounidenses.

Ha soportado este viaje rocambolesco perfectamente el paso del tiempo, lo cual dice mucho en su favor.


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