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dimecres, 30 de juliol del 2008

MM 10 Muriel's Wedding


En 1994 llegó a las pantallas mundiales una película compleja, amarga bajo la capa de una comedia, que dio a conocer a la estupenda actriz Toni Collete, interpretando a Muriel, una chica poco agraciada, metepatas pasada de peso cuya mayor aspiración es casarse.

Muriel es una "fan" del grupo sueco ABBA, que en 1974 ganó el Festival de Eurovisión con una canción que, gracias a la película, volvería a ser, veinte años después, un bombazo:

Waterloo (Abba)



Un "playback" que ha quedado en la memoria cinéfila.




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dimarts, 29 de juliol del 2008

La Primera Traición


Orson Welles tenía tan solo veintisiete años cuando dirigió una película basada en un guión escrito por él mismo sobre una novela de Booth Tarkington que había conseguido el Premio Pulitzer en 1919.

Welles acababa de triunfar con su ópera prima Citizen Kane y el éxito le permitió afrontar un rodaje con unos medios de producción desacostumbrados en la RKO, que se puso al servicio de la Mercury Productions, compañía dirigida por Welles en su faceta artística y en su parte más crematística por Jack Moss, un judas don nadie que había entrado en el cine como secretario particular de Gary Cooper y ha pasado a la historia del cine como traidor a la confianza que en él había depositado Orson Welles.

La película, conocida en España como El Cuarto Mandamiento -muestra una vez más de la inveterada costumbre de faltar al respeto al artista- se tituló como la novela The Magnificent Ambersons y fue rodada entre 1941 y 1942.

La trama gira alrededor de una paradigmática familia burguesa de Indianápolis, los Ambersons, de vieja raigambre en la ciudad, siendo los dueños de la mitad del territorio: una familia poderosa con los típicos aires aristocráticos de los ricos inútiles que no trabajan y apenas sirven para otra cosa que festejarse los unos a los otros, creyentes que su situación se perpetuará por derecho propio. El retoño de la familia, un odioso George Minafer Amberson (Tim Holt), malcriado desde niño por su madre Isabel Amberson (Dolores Costello) es la personificación del orgullo e indolencia de la familia, afrentando con arrogancia la llegada a su círculo de amistades del inventor e industrial Eugene Morgan (Joseph Cotten), quien antaño estuvo enamorado de su madre, al tiempo que Fanny Minafer (Agnes Moorehead, fantástica), cuñada de Isabel, bebe los vientos por él.

Eugene Morgan aparece de improviso en la fiesta organizada en honor del fatuo George y lo hará acompañado de su hija Lucy (Anne Baxter), que romperá el corazón de George.

Lo que a primera vista parece un melodrama romántico con diversas ramificaciones de amores y desamores, es reconvertido por Orson Welles en una disección de unas gentes que se creen al margen y por encima de la sociedad; los diálogos, brillantes, caracterizan los principales personajes cebándose especialmente en el joven George que será primero presentado como niño maleducado y luego como joven inepto creído de la inutilidad del esfuerzo como origen de bienestar así como de la necesidad de ocuparse en algo útil para dar sentido a su vida, para él perfecta.

El retrato de Welles se apoya en todos sus trucos cinematográficos ya demostrados en su anterior película: la mansión de los Ambersons se construyó como real pero con la particularidad de las paredes que podían moverse en cualquier dirección para permitir que la cámara pasase de un lugar a otro sin corte en la escena, logrando la unidad de acción que hace más consistente la caligrafía wellesiana. Así como en Ciudadano Kane vemos planos asombrosos por desconocidos, en Los Magníficos Ambersons (¿ven que fácil es traducir un título con respeto?) la cámara pasa más desapercibida, sólo notable al revisarla, y estamos pendientes de los sucesos que ocurrirán en esa familia.

Con la muerte del marido de Isabel se descubrirá que no era tan bueno haciendo negocios, y el declive se iniciará para los Ambersons. Cuando Eugene, que se halla viudo, empieza a cortejar a la también viuda Isabel, reverdeciendo su amor de juventud, la intromisión de la despechada Fanny hará explotar la condición edípica de George que se interpondrá causando la desgracia de los viejos amantes, al tiempo que, despreciando el imbatible paso del tiempo y el advenimiento de la clase industrial como nueva dominante, el aristocrático George acabará recibiendo la lección que todos esperaban ver, aunque ya ninguno de los que la auguraron estén ya para comprobar la veracidad de su profecía.

El barroquismo usado por Welles para categorizar a los Ambersons constituye alegoría de una forma de vida caduca que cede ante la modernidad y el esfuerzo.

La magnífica voz en off de Welles nos ha acompañado en ocasiones puntuales ayudando los saltos temporales de la historia, que ocupa varias décadas, representando gracias a unos intérpretes soberbios un fresco de una sociedad que, cambiante, ve como los señorones falsamente aristocráticos e inútiles acaban por dejar su palacio para albergarse en una triste pensión, debiendo George aceptar trabajos peligrosos para poder subsistir.

La película rodada por Welles alcanzaba una duración de 148 minutos, a todas luces extensa para los usos de la época; después de un primer visionado con público, Welles, que a la sazón estaba en Brasil buscando localizaciones para un documental que nunca fue, aceptó cortes de escenas dejándola en una duración de 131 minutos.

El traidor Jack Moss para contentar a los gerifaltes de la RKO se ocupó de recortar aún más el metraje, con la ayuda de Robert Wise, que fue el jefe de montaje, quien más tarde aseguró que Moss tiraba a la papelera los telegramas urgentes remitidos por Welles dando instrucciones y que cuando Orson conseguía comunicar por teléfono con los estudios, desatendía las llamadas del director de la película. La audacia llegó hasta el extremo de cambiar el final previsto y escrito por Welles, presentándose un "happy end" descafeinado, en el que intervino también Joseph Cotten, quien solo obtuvo el perdón de Welles después de mucho tiempo y miles de cartas disculpándose por la afrenta. Orson nunca más volvió a hablar ni con Moss ni con Wise.

Maldito sea mil veces quien quemó los metros desechados alegando que no había sitio para ellos en el archivo de la RKO. Claro que ahora, cuando deben recordarlo, seguro que tienen un merecido dolor de tripas.

A pesar de la traición y olvidando el lamentable final que no casa con el espíritu de la película (aunque coincide con el de la novela, evidentemente de tono e intención bien distintos), una obra muy interesante y estimable, claro ejemplo de una caligrafía cinematográfica sobresaliente al servicio de una idea propia que luce por encima de la adversidad.



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divendres, 25 de juliol del 2008

El Bardo y Ken (2000) { II.- La película }



Kenneth Branagh puede ciertamente recibir toda clase de adjetivos pero nadie se atreverá a decir de él que es un cobarde; hay quien opina que adolece de una megalomanía galopante, hay quien le tiene por un iluminado, quien le adjudica una brillante mente y un lugar de privilegio entre los directores de cine de la actualidad.

Nadie podrá decir de él que es un vago. Trabajo y riesgo parecen sus enseñas.

En el año 2000 acometió la difícil empresa de trasladar a la pantalla la primeriza comedia de William Shakespeare Trabajos de Amor Perdidos (Love's Labour's Lost, 2000)

Difícil, porque ya hemos visto, al introducir la pieza teatral, que el texto de la misma es rico en referencias demasiado temporales, fruto de un humor contemporáneo, burlesco en relación a personajes hoy ignotos. De modo que Kenneth probablemente se vio en la tesitura de tener que recortar lo que podríamos denominar chistes privados, quedando un guión demasiado corto para la duración estándar de una película. Quizás entonces (son elucubraciones de este comentarista) se le ocurrió realizar una adaptación libérrima de una obra del Bardo. Ya había apuntado maneras anteriormente, pero seguro que cuando tomando un aqua vitae irlandés con su buen amigo el productor David Barron le explicó que pensaba reconvertir la comedia en un musical al estilo más añejo, el buen David decidió tomarse otra copita.¿Un musical basado en Shakespeare? dijo David; ¿Porqué no? fue la respuesta.

Hay que ser valiente: en la segunda mitad del Siglo XX las adaptaciones de Shakespeare se fueron haciendo más y más libres, primero en los teatros experimentales, después en las grandes salas; incluso en el cine. ¿Pero, un musical?

Claro que Kenneth, que de tonto no tiene un pelo, recabó el auxilio de los mejores compositores y letristas populares del pasado Siglo XX: Irving Berlin, George Gershwin, Cole Porter, Jerome Kern, Ira Gershwin, Oscar Hammerstein II, Desmond Carter, Jimmy McHugh, Dorothy Field y Otto Harbach son sus invencibles armas.

Manteniendo gran parte del texto original y por supuesto el núcleo de la trama shakesperiana, Branagh emprende la traslación a otro medio de la comedia del Bardo: un medio no sólo más moderno, sino diferente, otorgando a la música un valor predominante en la narración. Es evidente que Branagh tiene conciencia de la dificultad del empeño y del riesgo: de entrada, los partidarios acérrimos del clasicismo de Shakespeare abominarán del experimento, aunque muchos ni siquiera se hayan tomado la molestia de leer la obra original, porque lo que es verla representada, como ya se dijo, es harto difícil, por no decir imposible; por otro lado, el género cinematográfico musical, con personajes que, de repente empiezan a cantar y bailar para expresar sus sentimientos, está un tanto caduco para la mayoría de los espectadores (entre los que, afortunadamente no se encuentra este comentarista), aunque recientemente se han alumbrado algunas excepciones.

El ímprobo trabajo de Branagh merece ser considerado de forma detallada en cada una de sus vertientes, ya que, Juan Palomo siempre, dirige, escribe y actúa, cantando y bailando como añadidura.

Su labor como director me parece perfecta, salvo algún pequeño fallo de racord: los movimientos de cámara son elegantes y precisos, enérgicos de ritmo cuando conviene, demostrando que sabe filmar tanto una escena cómica de diálogo como una pieza cantada y bailada, homenajeando de paso a Busby Berkeley aunque sin llegar a tan barroca imaginación, tomando prestadas imágenes más propias de la recatada Esther Williams.

La fotografía de Alex Thomson es luminosa, alegre, sirviendo perfectamente los designios del director incluso en aquellas escenas en las que concurren elementos fantásticos y extraños en una pieza de Shakespeare, manteniendo siempre un cromatismo ejemplar para reforzar lo que se nos cuenta; el montaje de Daniel y Neil Farrell supera con creces la dificultad de las escenas musicales y tanto escenario como atrezzo y vestuario son idóneos para la función.

La ya conocida trama la presenta Branagh trasladándola de época, situándola en una especie de anteguerra europea, insertando unas escenas a modo de documentales "oficiales", forma cotidiana de comunicar noticias en los cines en el siglo pasado, dando pistas al espectador de la situación y entorno en el que se desarrolla la historia principal.

Para mí, esos insertos son lo más flojo de la película y se rematan muy mal con un final que altera el de la comedia del Bardo, conduciendo a un "happy end" que desmerece al conjunto: si las morcillas documentales obedecen a una supuesta necesidad de informar al espectador desconocedor de la pieza teatral, introduciendo a los personajes y explicando algunas de las acciones que van a tomar, entiendo que tal necesidad es una afrenta a la inteligencia del espectador, capaz de reconocer a los personajes y a sus motivaciones y acciones consecuentes con las mismas tan sólo siguiendo con atención lo que muy bien se nos cuenta. Y por lo que hace al añadido final, espúreo, con unas escenas de una contienda y un reencuentro feliz de las cuatro parejas, no puedo más que entenderlo como una enmienda atentatoria a la decidida intención del Bardo de proclamar en esta su primera comedia la supremacía del ingenio femenino por encima del masculino, dando la sensación que Branagh no se atreve a terminar la película dejando a los cuatro varones compuestos y sancionados por su perjurio a permanecer sin la visión salvífica de sus amadas en el plazo de un año. Se podrá objetar que ese final lo único que hace es representar lo que se supone va a ocurrir cuando termina la pieza cómica, pero lo cierto es que el final feliz, Shakespeare, que de teatro sabía mucho más que Branagh, lo orilló a voluntad. Puedo aceptar y acepto los cambios de situación, los bailes, etcétera; pero no que me modifiquen la historia. No que cambien el sentido de un final añejo mucho más moderno -por menos machista- que el que se nos ofrece, con los varones convertidos en héroes de guerra y las damas anhelantes de reencontrarlos.

Lo que sin lugar a dudas salva la película y engancha al espectador es la virtud del elenco: Branagh acostumbra a dar plaza en sus obras a actores estadounidenses, supongo que por cuotas de mercado y ciertamente la inclusión del cómico Nathan Lane dando cuerpo a Costard, el bufón de la corte, es un hallazgo; no diré lo mismo del también estadounidense Alessandro Nivola que cumple meramente su cometido como Rey de Navarra, al igual que Alicia Silverstone como Princesa de Francia y Matthew Lillard como Longaville está discreto.

Nuevamente los británicos se llevan todos los honores: si Branagh está como siempre perfecto en su papel del cortesano Berowne, la guapa Natascha McElhone como Rosalinda le da oportuna réplica, y Adrian Lester demuestra una versatilidad enorme, cantando y bailando con gracia; el atildado Richard Clifford destaca como el correveidile mayordomo Boyet al servicio de la Princesa de Francia y los veteranos Richard Briers como Nathaniel y Geraldine McEwan como Holofernia (en un papel muy oportunamente cambiado de sexo), se lucen en sus cortos papeles. Pero es un estupendo Timothy Spall quien se lleva la palma por su brillantísima interpretación del estrafalario caballero español Don Armado, esperpénticamente hilarante, enamorado de la bella Jacquanetta (la italiana Stefania Rocca) a la que tratará de conseguir con la ayuda de su fiel lacayo Moth, cómicamente personificado por Anthony O'Donnell, sin más que una frase, pero muy efectivo en su función de contrapunto.

Todos ellos muy bien dirigidos por Branagh, faceta en la que realmente descolla, no en vano ha mamado el teatro británico: se nota a poco que uno se fije en los muchos detalles de la actuación de cada uno de los intérpretes. Comprobamos además que disfrutan con su trabajo: desprenden alegría de forma muy natural y eso no se consigue tan fácilmente.

La perfecta conjunción entre la historia y la música sin apenas momentos de transición evidentes, con una continuidad envidiable, hace que la hora y media que dura la función pase en un suspiro, dejándonos con una sonrisa en los labios. El buen hacer de Kenneth Branagh consigue derribar los prejuicios y sólo una mirada shakesperiana intransigente, encastillada, impedirá al cinéfilo amante de los musicales, eso sí, disfrutar de un buen espectáculo: buena música y risas están aseguradas, porque el texto del Bardo es sobresaliente, la historia es divertida y la música está muy bien interpretada y aceptablemente cantada y bailada.

p.d.: señalar la lamentable presentación en dvd: los señores de la filmax han ahorrado tanto en los subtítulos, que, aparte de constituir un texto capado penosamente, si uno ve la película doblada al castellano, las letras de las canciones, cantadas por los actores en inglés, carecen de subtitulado, perdiéndose el trabajo de selección de Branagh al buscarlas por su intención e inserción en la comedia. Lamentable y penoso.



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dijous, 24 de juliol del 2008

Acuse de recibo



Me ha ocurrido algo que no esperaba.

Algo que, en buena parte, me llena de orgullo.

He recibido un correo electrónico de uno de los autores cuya obra he comentado en este bloc.

La base del comentario, que ocupó cuatro artículos, es el relato corto de Hemingway "The Killers" , que intenté comentar documentándome de forma exhaustiva; el autor en cuestión lo es del guión de uno de los cortometrajes reseñados en la entrada The Killers (Epílogo)

El autor, novel guionista, me corrige; y he obtenido su permiso para publicar su mensaje privado, que es el siguiente:

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Saludos, Josep. Mi nombre es Matías Nicieza y fui el guionista de uno de los cortometrajes adaptación de "Los Asesinos" de Ernest Hemingway que en su día comentaste en tu blog. Concretamente del realizado en la Escuela de Cine de Ponferrada.

Ante todo, mi más sincero agradecimiento por haberte tomado el tiempo de ver el corto y dar tu opinión sobre él, por negativa que ésta sea. Tal vez te parezca extraño, pero la opinión del que esto suscribe no está, en algunos aspectos, tan alejada de la tuya. El motivo de que te escriba es que me gustaría comentarte algunos aspectos de la producción del corto que tal vez te resulten esclarecedores.

En primer lugar, el hecho de que adaptásemos precisamente ese relato no fue decisión propia, sino del profesorado. A mí, personalmente, no me hizo demasiada gracia la idea. Y el motivo de esto es que, a pesar de que manifiestes que para ti el corto "demuestra un escaso conocimiento de la historia de la cinematografía mundial" (sic), yo soy un gran admirador de las versiones cinematográficas que del relato hicieron Robert Siodmak y Don Siegel, por lo que acertadamente consideré que, hiciéramos lo que hiciéramos, no nos acercaríamos a la calidad de las mismas. Por lo tanto, creí absurdo intentar remedarlas, y considero que el resultado hubiera sido peor que el existente. Por si fuera poco, una condición "sine qua non" para la práctica es que no podía durar más de seis minutos ni tener más de tres actores con diálogo (de ahí que, para poder tener un personaje más, tuviésemos que convertirlo en mudo), y que el rodaje había de efectuarse íntegramente en plató y en una única jornada. Así, la historia de Hemingway iba a verse drásticamente afectada hiciésemos lo que hiciésemos (ya sólo el tema de la duración estropearía el resultado, el relato pide una cadencia adaptada a una duración de al menos quince minutos), y había que eliminar personajes a lo bestia.

En esas fechas, acababa de estrenarse "Death Proof" (película que, dicho sea de paso, me parece un tremendo bodrio), que incluye un gag manufacturado de un "rollo perdido" con su correspondiente rótulo que provoca un agujero en la historia. Dado que ni a mí ni a mis compañeros nos interesaba hacer una adaptación "real" del relato, decidimos al menos divertirnos un poco, y se me ocurrió la idea de hacerlo a lo Quentin Tarantino para así poderme cargar de un plumazo toda la parte de Ole Andreson. Nos lo planteamos como una especie de cómic cinematográfico, con las interpretaciones exageradas aposta y unos cuantos toques "freak", como que, cuando ningún actor estaba disponible para el papel de Jorge, se lo dimos a una mujer pero manteniendo el sexo masculino del personaje, y sin preocuparnos de que fuese evidente que se trataba de una fémina. Eliminamos medio relato y, en postproducción, intentamos hacer un tratamiento de imagen a lo celuloide estropeado que nos salió muy mal porque tuvimos que utilizar unos plugins que nadie nos había enseñado a manejar. Nunca nos tomamos realmente en serio este proyecto, lo hicimos para divertirnos nosotros (está plagado de bromas privadas) y sin ningún tipo de pretensión ni para estrenarlo, de hecho sólo se puede ver en Youtube o descargarse de Internet. De todos modos, es evidente que nos salió el tiro por la culata.


De tus comentarios, el único que me molesta un poco es el de "producidas claramente con dinero público o subvencionado", ya que paso a desvelarte el presupuesto total con el que contamos para la práctica: 0 euros con 0 céntimos. El decorado está construido con materiales de desecho: las paredes son unos panós terriblemente combados y medio podridos pintados de negro, la barra es una estantería vieja, las botellas eran prestadas y el resto del atrezzo y el vestuario lo llevamos de nuestras casas. La cicatriz de la asesina nos la hizo una amiga, y, por supuesto, nadie cobró. Es curioso que asumas que para hacer el corto estafamos al erario público, cuando en realidad los estafados fuimos nosotros, pagando de matrícula cifras con muchos ceros para luego tener que trabajar en unas condiciones así de precarias.


A este respecto, concluyo con una vieja fábula que me contaron hace tiempo y que me parece apropiada para el caso:


"Un rey tenía tres hijos, y era incapaz de decidir a cuál de ellos iba a nombrar como su heredero y sucesor, el cual quería que fuese sabio y prudente. Entonces, se le ocurrió una prueba: echó unas naranjas a flote en el estanque de palacio, y mandó llamar, uno por uno, a cada uno de sus hijos.
El primero en presentarse fue el mayor, al que el padre le dijo:


-Hijo mío, ¿cuántas naranjas hay ahí?


-Hay tres, padre.


-¿Estás seguro?


-Totalmente, padre. Hay tres.


-Gracias, hijo, puedes retirarte.


Entonces mandó llamar al hijo mediano, y le hizo la misma pregunta.


-Hijo mío, ¿cuántas naranjas hay ahí?


-Déjame que cuente, padre. Una... dos... y tres. Hay tres.


-¿Estás seguro?


-Las contaré de nuevo. Una... dos... y tres. Hay tres, padre.


-Gracias, hijo, puedes retirarte.


Finalmente se presentó el hijo pequeño, al que el rey hizo la misma pregunta que a sus hermanos.


-Hijo mío, ¿cuántas naranjas hay ahí?


-No lo sé, padre. Espera un momento.


El hijo se marchó y volvió con una larga vara en su mano. Se acercó a la orilla del estanque y, alargando el brazo, alcanzó con la vara la primera de las naranjas y la volteó, observándo cómo rotaba sobre sí misma en el agua. Hizo lo mismo con la segunda, que también rotó sobre sí misma. Al repetir la operación con la tercera, ésta se volteó, revelando que había sido cortada por la mitad.


-Hay dos naranjas y media, padre.


El rey contestó:


-Hijo mío, tuyo es mi reino."


Sin acritud, recibe un fuerte abrazo cinéfilo.


Matías Nicieza


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Quiero agradecer públicamente a Matías Nicieza el haberse molestado en leer mi reseña y el haber tenido la gentileza de corregir mi error de apreciación con tanta elegancia. Es una cualidad extraña y poco corriente saber poner los puntos sobre las íes sin zaherir y está claro que Matías la tiene.

No sé lo que opinará el amable lector; pero me parece que alguien tendría que poner remedio a situaciones tan kafkianas como limitar el número de actores con diálogo, máxime cuando intervienen gratis et amore.


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dimecres, 23 de juliol del 2008

El Bardo y Ken (2000) { I.- La Comedia }





Los entendidos en la obra de William Shakespeare no se ponen de acuerdo respecto a la fecha en que fue escrita la que se considera normalmente como la primera de sus comedias, Love's Labour's Lost.

Parece claro que se representó ante la corte en las fiestas navideñas del año 1597, como consta en la portada que podemos ver reproducida a la izquierda, pero muchos aseguran que data de 1591, cuando todavía el Bardo no se había preocupado ni mucho ni poco de guardar sus manuscritos y recopilarlos en una edición; lo frecuente era que escribiera los diálogos entregando a cada actor su parte.

Sea como fuere, esa comedia es probablemente una de las menos representadas de todas las que Shakespeare escribiera. Y no porque su calidad sea menor ni en lo que respecta a la forma en que está escrita ni en el interés que despierta su trama: la dificultad proviene de su actualidad o mejor dicho, de su falta de eternidad relativa a los muchos chistes que contiene, en giros hoy inexplicados e inexplicables, sólo inteligibles por los espectadores de la época, ya que en el habitual juego de palabras que Shakespeare usa en sus comedias, recala frecuentemente, por lo que dicen los expertos, en alusiones a personajes que en 1591 era públicos y notorios y hoy nos pasan desapercibidos.

Compuesta de cinco actos, su lectura resulta estimulante y árida a un tiempo debiendo achacar la dificultad a lo expuesto. Sin embargo el tratamiento que el Bardo da a sus personajes no deja de sorprender por su modernidad: presentándose la trama en el entorno del Reino de Navarra, comparecerán el rey Fernando de Navarra y tres caballeros que forman parte de su séquito; pronto, aparecerán la Princesa de Francia y sus tres damas de compañía. Nada de moderno tiene el entorno de la obra, por supuesto: la presentación de los hechos como ocurridos en corte extranjera permitirá sus licencias y causará en el público el efecto de atención buscado, el mismo que ahora se produce por las revistas del corazón. Hay cosas que no han cambiado. Los debates amorosos de la gente famosa ya suscitaban atención hace siglos. Completarán el grupo de personajes los habituales representantes de la clase media y baja, con individuos un punto grotescos cuyas ínfulas, parejas a su ignorancia, harán las delicias del público provocando la risa.

La modernidad se refiere a la forma en que los personajes femeninos están construídos, mujeres bellas dotadas de inteligencia y valor para soportar chanzas a su costa e ingenio agudo para devolver el golpe sin compasión, aún a costa de sus enamoradizos caballeros por quienes suspiran las damas que sabrán mantenerles a distancia con su verbo fácil y sus artimañas certeras.

La Princesa de Francia acude como embajadora de su padre el Rey, a solicitar un acuerdo referente a la Aquitania.

Quiere la fatalidad -y la mala cabeza- que el Rey de Navarra, impulsado por el noble afán de mejorar, se haya autoimpuesto la obligación de estudiar tres largos años, con la compañía de sus caballeros, comprometidos en el empeño, dictando una ley que impedirá a toda la Corte ver a mujer alguna y tomar alimentos un día a la semana; alimentándose con una sola comida al día y durmiendo escasas tres horas. Todo ello por el empeño de convertir la Corte en una especie de Academia de la Filosofía.

La presencia de la Princesa provocará de inmediato la evidencia de la imposibilidad de mantener las normas juramentadas por el Rey y sus caballeros, aunque el monarca se resiste a dar su brazo a torcer, obligando a la regia visitante a pernoctar fuera de la Corte, al raso. El primer encuentro entre el Rey y la Princesa (recordemos, en plena campiña, a las afueras de la Corte) deja bien a las claras la forma en que Shakespeare presentará a la mujer:


Rey.- ¡Bella Princesa, bienvenida seáis a la Corte de Navarra!

Princesa.- Lo de "bella" os lo devuelvo, y lo de "bien venida" no lo soy aún. El techo de esta Corte es demasiado alto para que os pertenezca, y una hospitalidad en los campos desiertos, demasiado indigna para mí.

A partir de aquí, la guerra está servida: una guerra de sexos incruenta físicamente en la que el ingenio será arma arrojadiza que la mayoría de los casos producirá bajas en los cortesanos navarros. Cupido hará acto de presencia para incrementar la desazón de los conjurados a una vida casi monástica y causará su perjurio al romper, primero oculta y luego claramente, su juramento de no ver ni tratar mujer alguna.

El ingenio de Shakespeare brilla ya en esta su primera comedia transcrita al papel, aún en su traducción no versificada (por imposible mantener la belleza del verso) y de repente nos hallamos con algún párrafo "serio" colocado con verdadera elegancia en un texto en conjunto humorístico:

(La Princesa, mientras espera la comitiva real, se apresta a cazar un gamo. Las mujeres de la nobleza de la época cazaban igual que los hombres)

Princesa.- .../... ¡Oh herejía en el juicio de lo bello, que tan bien cuadra a los tiempos actuales! La mano que da, por fea que sea, tendrá siempre un bello elogio. ¡Dadme el arco! Ahora la bondad va a matar, y, en consecuencia, tirar bien será cumplir una mala acción. Heme aquí segura de salvar mi reputación de cazadora. Si yerro el golpe, se achacará a mi piedad. Si doy en el blanco, mi destreza se atribuirá más al deseo de atraerme cumplidos que al placer de matar. ¡Y esto es lo que, sin disputa, viene a acontecer en el mundo! La gloria engendra crímenes abominables cuando, para alcanzar el renombre y conseguir el elogio, cosas bien vanas, nuestro corazón realiza esfuerzos imposibles. Así yo, únicamente por ser alabada, voy a esforzarme en verter la sangre de un pobre gamo al que mi corazón no profesa mal.

La colaboración de los personajes secundarios será cabal en el desarrollo de la trama que de inmediato se descubrirá como antesala de las muy posteriores comedias de vodevil, demostrando, una vez más, que casi todo está ya inventado: cartas a enamoradas que se cruzarán por incompetencia del mensajero, bufón de la corte, evidenciarán el perjurio cometido y la resolución de anular el compromiso juramentado. Rey y cortesanos inventarán una artimaña para sorprender a sus queridas enamoradas pero éstas, advertidas, les darán oportuna réplica y les darán vuelta al calcetín, dejándolos en ridículo.

La mujer vence, machaca y ridiculiza al varón. Dos frases:


Rosalina.- ¡Jesús! mejores cerebros se hallarían bajo simples gorros estatutarios. Pero ¿queréis oírlo? ¡El rey es mi amante jurado!

Princesa.- ¡El vivaracho Berowne me ha prometido felicidad!


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Rey.- Berowne, van a cubrirnos de vergüenza. No los dejéis acercarse.

Berowne.- Estamos a prueba de vergüenza, señor; y parece político dar a estas damas un espectáculo peor que el Rey y sus compañeros.


Esta lid amorosa entre ambos grupos sería impensable con posterioridad, al presentar al varón en franca derrota ante las armas femeninas. Una batalla entre sexos que cobre sus víctimas en el lado de los varones es incluso hoy una excepción atendida como "moderna" pero Shakespeare la planteó de forma excepcional hace siglos; sorprende que los movimientos feministas no se hayan percatado de la inagotable fuente clásica donde beber agua ingeniosa que permitirá a las damas manejar a su antojo a sus prometidos, finalizando el Bardo la lucha mediante un aplazamiento impuesto por las féminas, en parte motivado por las circunstancias (el fallecimiento del Rey de Francia obliga el retorno) pero también con la reprimenda a sus caballeros de haber sido tan livianos en su voluntad que por causa de ellas mismas, han perjurado, rompiendo su compromiso, obligándoles a realizar diversos empeños durante el año de luto que piensan iniciar, dejándoles compuestos, tristes y anhelantes.

William Shakespeare ha presentado sus armas: con su espléndido verbo y su enorme facilidad para componer el personaje en base a réplicas y contra réplicas, tomamos conciencia de lo que ocurre en la batalla amorosa entre hombres y mujeres; es una comedia en la que el protagonismo se reparte en tres grupos: las mujeres, los varones, y los arquetípicos característicos shakesperianos dotados de rasgos humorísticos bien por su ingenio bien por su fatua o declarada ignorancia. Es lo que hoy denominaríamos una "comedia coral", ya que no hay personaje que brille muy por encima de los demás: aunque haya un monólogo a cargo de Berowne, la carga se reparte entre todos. Claro que es una carga leve, agradable de soportar por los hombros de cualquier actor que se precie, disfrutando el espectador -en este caso lector- de una muy buena comedia clásica, intemporal.




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diumenge, 20 de juliol del 2008

MM 9 The Magnificent Seven




Cuando yo era apenas un adolescente, en mi pueblo, a la sazón con unos 20.000 habitantes, había tres cines que ofrecían cada fin de semana sesión doble.

Recuerdo una época (no puedo precisar el año) que la entrada para una sesión doble me costaba 11 pesetas, o lo que es lo mismo, 0,07 euros, o también, al cambio del día de hoy, 0,10 dólares usa.

En uno de los tres cines, a la vuelta de la esquina, el Cine Monmari (propiedad de la familia Marimón, dueños del único cine que nos queda ahora, con 68.000 habitantes), las paredes estaban decoradas con pinturas que parecían enormes fotogramas de películas.

Mientras el público se iba acomodando, solíamos oir esta excelente composición de Elmer Bernstein:

The Magnificent Seven: Main Titles



Para algunos puede significar un anuncio de tabaco.

Para mí, el preludio de una gozosa sesión doble de cine.



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dissabte, 19 de juliol del 2008

Justa Correspondencia


El amigo Faraway, autor de un blog muy interesante, me hizo el honor de uno de sus comentarios en la reseña de la película Lenny que se publicó aquí hace unas semanas.

Sorprendido yo al comprobar como ese cinéfilo del otro lado del Atlántico no conocía la película, no se me ocurrió otra cosa que invitarle públicamente a que, vista, publicara sus sensaciones.

Fue un acto atrevido por mi parte y un abuso de confianza con la intención de averiguar qué sensaciones podía provocar esa película ya añeja para mí, en unos ojos nuevos e inteligentes como los de Faraway.

El resultado, recién salido del horno, lo pueden leer los interesados en esta magnífica reseña con la que Faraway cumple sobradamente el amistoso embite que le hice.

Sirva esta entrada para agradecerle su correspondencia y para animar a quienes no le conocen a descubrirlo.






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divendres, 18 de juliol del 2008

Talento condensado


Cuando estudiaba de adolescente la historia de la literatura recuerdo que mi profesor hacía hincapié en la importancia del llamado Siglo de Oro, referido a una época de especial apogeo de la cultura, a caballo de los siglos XVI y XVII; el profe insistía en el predominio de la literatura española, pero luego comprobé que en Inglaterra Shakespeare también andaba escribiendo y que en Francia Jean Baptiste Poquelin, alias Molière, hacía otrotanto. Una época prodigiosa y amplia en lustros.

Dado que en nuestro tiempo la celeridad e inmediatez producen un acortamiento de las modas y sensaciones (que seguramente dentro de cuatrocientos años se contemplarán de forma más relajada, si es que todavía hay planeta), podemos decir que, respecto al Séptimo Arte, la época dorada pertenece al par de décadas alrededor de 1950 donde cualquier buscador nos ofrecerá en pocos segundos no pocos títulos notabilísimos. Diríamos que, usando un símil astrofísico, existió una especie de agujero negro que condensó una enorme cantidad de talento cinematográfico.

Tanto, que incluso películas pertenecientes a la mal llamada despectivamente Serie B consiguen, por momentos, devolver al cinéfilo la confianza en que todo es posible en la gran sala oscura con la nívea pantalla iluminada por una suerte de imágenes que nos trasladan a otro mundo.

Películas que con el paso del tiempo han originado la definición de "película de culto", porque van ganando adeptos conforme se van descubriendo.


Nacido en la Rusia de los Zares, en 1904, Vladimir Leventon llegó a los U.S.A. con apenas cinco años de edad; en los años 30 se inició como escritor de novelas baratas y cuentos para periódicos y revistas, cambiando su nombre por el de Val Lewton, para esconder su origen ruso y por no disgustar a su familia, ya que también escribió algunos relatos pornográficos. Recaló en la industria cinematográfica trabajando para la Metro Goldwyn Mayer llegando a colaborar escribiendo partes del guión de Gone With The Wind: la famosa escena del travelling con grúa en Atlanta con los miles de heridos en el suelo fue idea suya.

Nacido también en 1904, en la Aquitania francesa, Jacques Tourneur se inició en el cine de la mano de su padre, Maurice Tourner, que emigró a los U.S.A. en 1913. El joven Jaques fue ascendiendo hasta llegar a encargarse de dirigir la segunda unidad en la famosa película A Tale of Two Cities, obra de Charles Dickens que constituyó un rotundo éxito para la M.G.M.

El ruso Val Lewton andaba por allí y ambos treintañeros trabaron amistad.

Cuando la RKO decidió crear una sección para producir películas de misterio y terror, encaminadas a completar como secundonas las añoradas sesiones dobles, solicitó los servicios de Val Lewton como productor encargado de las mismas. Val no lo pensó dos veces cuando decidió ofrecer a Jaques Tourneur la dirección de la que iba a ser la primera
película de la serie.

DeWitt Bodeen era un joven escritor a sueldo de la RKO que se tomó muy a pecho el encargo de pergeñar una historia de terror; las cintas de Drácula, Frankenstein y el Hombre Lobo aterrorizaban a los felices espectadores de la época y en la RKO ya sabían lo que era producir películas de éxito como King Kong. DeWitt, probablemente con la ayuda de Lewton y de Tourneur, pulió un guión propio en el que introdujo, bajo la forma de una maldición terrorífica, una historia de amor derribado.

La Mujer Pantera (Cat People, 1942), nos cuenta con una brevedad ejemplar l
a historia de la joven de origen serbio Irena Dubrovna (la francesa Simone Simon) que, emigrada a los U.S.A., trabaja como figurinista de moda; Irena se pasa las horas muertas en el parque zoológico que está a las puertas de su residencia, dibujando constantemente una pantera negra. Conoce por casualidad a Oliver Reed (Ken Smith), ingeniero naval, enamorándose ambos jóvenes. Cuando están en casa de ella, Oliver la inquiere respecto a una estatuilla que representa a un caballero medieval alzando una espada con un gato ensartado. Irena le explica la leyenda según la cual sus antepasados aseguraban que existían mujeres que, ante cualquier contacto sexual con un hombre, se convertían en grandes gatos y mataban a los hombres que las amaban.

Oliver le asegura que no cree en viejas patrañas y para demostrarlo se casará con ella. Pero ella, convencida de ser una mujer gata, se resiste a cualquier clase de contacto físico con su marido, ante el temor de que pueda causarle daño a su amado pero no amante esposo.

La preocupación de Oliver por la estabilidad del matrimonio le llevará a convencer a Irena para someterse a una sesión de hipnosis que le aplicará el Dr. Louis Judd (Tom Conway), reputado psiquiatra que le asegurará a la joven Irena que todos sus miedos son pura invención y que en varias sesiones la sanará. Cuando Irena regresa del psiquiatra se dará cuenta que su marido lo ha comentado con su compañera de trabajo, Alice (Jane Randolph), lo que causará un ataque de celos en Irena. Las relaciones del matrimonio se irán deteriorando por la negativa de Irena de aceptar que sus miedos son fruto de su imaginación, resistiéndose a consumar el matrimonio, produciendo el alejamiento de Oliver, que acabará cediendo al amor ofertado por Alice, secretamente enamorada de él desde hace tiempo, notificándoselo a Irena, que, presa de la desesperación, parece enloquecer, acabándose la historia de forma trágica.

En apenas 73 minutos, el gran Jaques Tourneur nos maravilla contando una historia repleta de sensaciones sugeridas: con la complicidad de una belleza gatuna cual es la de Simone Simon, de apariencia frágil pero con una mirada intensa y una fotografía en blanco y negro pluscuamperfecta obra del admirado Nicholas Musuraca ,otro pionero del cine; con la inestimable colaboración de un joven Mark Robson como responsable del montaje -que ya había aprendido con Orson Welles en The Magnificent Ambersons- antes de convertirse en estimable director y con una partitura musical adecuadísima compuesta por Roy Webb, la trama se desarrolla aportando de forma casi que subliminal múltiples datos que se convertirán en sensaciones para el espectador, impregnando su ánimo de un suave miedo fantástico al comprobar que quizás las ideas esotéricas de Irena sean conceptos inaprensibles pero ciertos.

Cuidadín: a partir de aquí, se relatarán aspectos que pueden considerarse SPOILER

El pavor manifiesto a las relaciones sexuales que aprisiona a Irena la ha conducido según confesión propia a alejarse de cualquier hombre al margen de sus relaciones laborales: así se lo confiesa a Oliver cuando le invita a tomar un té en su casa, encerrando esa contradicción una voluntad de superar el miedo ancestral causado por las leyendas de sus antepasados; la sensación de una doble identidad oculta en lo más profundo del ser de Irena se nos insinúa en la escena donde los esposos entran en una pajarería, alborotándose todos los pájaros con la sola presencia de la joven; los celos desatados ante la intromisión de Alice provocarán la aparición de una sensación de peligro inminente resuelta con brillantez en la escena del autobús, que acabó creando escuela, por la intensidad terrorífica del simple ruido del vehículo al aparecer de repente, pasando a denominarse "Efecto Bus".

Tourneur nos crea angustia y miedo sin dejarnos ver nada; será nuestra imaginación, ayudada por unos efectos sonoros impagables obra del trabajo de John L. Cass y Vernon L. Walker, la que nos hará sentir como poco desazón en la famosísima escena de la piscina, claustrofóbica como pocas, con apenas cuatro planos y mucho, mucho talento.

Detalles como dejados al azar : la hoja de dibujo rota que el viento recompone, figura repetida en la estatuilla del caballero medieval y que acabará por ser premonitoria del final de la historia, triste, de un amor que pudo ser y no fue por causa de una maldición que parecía no existir pero que toma realidad con la fría e inamovible presencia de la muerte provocada por la súbita e incontrolable aparición de una levísima actividad de contenido más que sexual, erótico; fábula gótica que nos dirige en pleno siglo veinte a reminiscencias de las brujas vírgenes con aires gatunos como la que aparece en plena celebración del infausto matrimonio contraído por la frágil, temerosa y letal demonomaníaca Irena Dubrovna.

Tourneur demuestra un profundo conocimiento de los resortes cinematográficos contando de forma exquisita y breve una historia que ha venido a ser eterna como enorme es la legión de seguidores de su obra, de visionado obligado para todo cinéfilo consecuente. Casi una obra maestra.





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dimarts, 15 de juliol del 2008

El bueno de George

Me he librado.

De matar.

A veces, uno suelta frases sin pensar lo que dice. Demasiadas veces. Y a veces, la suerte ayuda a que esas frases queden sin efecto.

En un comentario a un artículo escrito por la querida compañera del bloguerío Alicia, este cinéfago aseguraba que mataría por disponer de una sola oportunidad de obtener los dvd de dos famosas series televisivas, con subtítulos en castellano.

He disfrutado del visionado de casi trece horas con las andanzas y aventuras del bueno de George.


Smiley, por supuesto: George Smiley, el maestro de espías nacido de la fecunda pluma de John Le Car, cuya novela Calderero, Sastre, Soldado, Espía (Tinker, Tailor, Soldier, Spy, 1979) representó un hito para la BBC y mantuvo la audiencia televisiva en suspenso durante siete interminables semanas cuando se ofreció por TVE, pendientes todos de cada capítulo hasta ver como acababa la investigación que el meticuloso y frío George Smiley (Sir Alec Guinness) iniciaba y proseguía para averiguar la identidad de un topo que en el seno del Circus, cúpula de los servicios secretos británicos, había logrado introducir el astuto Karla ( un joven Patrick Stewart que no tiene una línea de diálogo).

Una serie televisiva muy bien cuidada desde su inicio, sin grandes medios materiales, pero contando con un guión robusto y una colección de intérpretes que saben dar cuerpo y alma a unos espías muy alejados del prototipo de las cintas de acción; una dirección muy ajustada al servicio de la historia y un gran equilibrio en las escenas confieren al conjunto un enorme interés.

Tal fue el éxito obtenido por la serie, que John Le Carré se vio compelido a escribir otra novela siguiendo con el personaje y naturalmente en esta segunda ocasión lo hizo ya teniendo en mente a Alec Guinness, con lo cual se puede decir que existe una relación simbiótica entre actor y personaje, a la que Sir Alec no pudo sustraerse pese a su pereza en regresar, quizás pensando que una segunda parte, más bien una continuación, sería un error.

Ya es historia que La Gente de Smiley (Smiley's People, 1982) supo concitar
de nuevo la máxima expectación de las audiencias televisivas, manteniéndonos de nuevo en suspenso durante los seis capítulos que desgranan, con la eficacia ya sabida, la continuación de la lucha que sin cuartel iniciará el bueno de George en su particular duelo con su antónimo Karla, su alter ego que maneja los hilos desde el otro lado del ya desaparecido telón de acero.

Retomaremos la magnífica presentación de un mundo gris y anodino que oculta alambicadas acciones encaminadas a ejercer el poder que la información y el conocimiento de secretos otorga y de nuevo, sin grandes medios, con una austeridad ejemplar, la forma en que la historia nos es contada y presentada por unos intérpretes excelentes, nos suspenderá el ánimo hasta el último minuto.

Dos mini-serie de excelente factura, subgénero casi olvidado, salvo honrosas excepciones, dedicadas a contar una historia sin el apresuramiento y concisión que la pantalla grande precisa. Dos productos señeros en su época que probablemente, si en las cadenas televisivas actuales hubiera alguien con un poquito de imaginación, no dudaría en reponer, como tampoco debería dudar en ofrecerlas como se debe en dvd bien editado alguno de esos espabilados gerifaltes de las casas editoras de dvd que, en muchas ocasiones, ya demasiadas, cometen despropósitos como el ofrecer películas en dvd sin subtítulos en castellano.

La idea es gratis, oigan.




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diumenge, 13 de juliol del 2008

KISS


El grupo coreano Kiss, formado por tres chiquillas que no supieron digerir un inesperado éxito, apenas duró un año.

Su canción Because I'm a Girl se publicitó con un video clip producido por la compañía J-entercom y después de haber sido visto por más de un millón de personas (sumando todas sus copias en youtube), descubierto que ha sido por este cinéfago, me parece interesante compartirlo.

Por más que he buscado, sólo he sido capaz de averiguar que la actriz se llama Goo Hye Jin, modelo que pugna por ser actriz, como su hermana Tae-Young que fue miss Corea en 2000. El actor es popular en Corea: se llama Shin Hyun Joon y ha participado en alguna película como característico.

No he podido conocer el autor del guión ni el director del clip, y es una lástima, porque saben contar una historia sin palabras sobre el texto de la canción.

Ahí va:







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dissabte, 12 de juliol del 2008

Demasiados bichos



Frank Darabont es un cineasta que anteriormente ha tenido un relativo éxito con sendas adaptaciones de novelas del celebérrimo Stephen King, prolífico escritor estadounidense.

El año pasado Darabont decidió acudir de nuevo a la fuente de inspiración de King, adaptando para el cine un relato corto publicado hace ya años, en 1980, sufriendo diversas reediciones, alcanzando la que he leído 88 páginas.

La película, titulada en España como La Niebla (The Mist, 2007), se basa en un guión del propio Darabont sobre el relato de King.

En un pueblo de Maine, una tormenta de verano produce la llegada de una niebla pertinaz que va invadiendo toda la superficie. Un árbol de Brent Norton (Andre Braugher), acomodado abogado que tiene una segunda residencia a orillas del lago, ha caido sobre el cobertizo de casa de David Drayton (Thomas Jane) y ambos, con el hijo de David, se trasladan al centro comercial del pueblo en busca de provisiones y material para reparar los daños de la tormenta.

Cuando están dentro del centro comercial, uno de los habitantes del pueblo entra, gritando, asegurando que hay algo dentro en la niebla que se acerca; algo que es peligroso; el vecino viene excitado y con arañazos e insiste en que cierren todas las puertas.

Pronto el recinto quedará rodeado por la espesa niebla y el heterogéneo conjunto de vecinos irá cobrando miedo en la situación desconocida, máxime cuando comprueban que uno de ellos muere de forma horripilante y extraña al salir del edificio.

David comprueba que en el portón de mercancías, cabe la parte trasera del comercio, alguien está dando grandes golpes y ante la burla de operarios con escasas luces, veremos cómo uno de ellos es capturado y arrastrado al exterior por unos misteriosos tentáculos.

Hay algo fuera; algo no natural, no explicable.

Una de las vecinas del pueblo, la Sra. Carmody (la siempre estupenda actriz Marcia Gay Harden), conocida como "chalada", empieza a recitar oraciones bíblicas asegurando que es el fin del mundo, el castigo merecido por tantos pecados cometidos.

Darabont, basándose en el libreto de King, sabe recrear perfectamente la atmósfera opresiva que la niebla como entorno amenazante crea en el grupo de gentes diversas que se ven forzadas a convivir y a luchar por su seguridad y quizás por su propia vida.

Las ideas místicas de la Sra. Carmody, enraizadas en el más rancio adoctrinamiento bíblico chocarán con la forma de afrontar unos sucesos extraños pero reales de un pequeño grupo; pronto comprobaremos cómo el mesianismo de Carmody gana adeptos a cada minuto, buscando los más ignorantes la explicación del fenómeno en raíces sobrenaturales. un pequeño grupo de escépticos que no se creen nada ya habrán desaparecido en la profunda niebla cuando quienes buscan una explicación más racional, sin dejar de ser fantástica, deberán enfrentarse al mesianismo alocado de la mayoría.

Darabont ofrece un ejercicio alegórico de la sociedad actual, aunque de forma nada sutil y bastante esquemática. La confrontación de ideologías es muy interesante, pero, por desgracia, apenas transcurrido medio metraje, cede ante los bichos: los bichos que, ciertamente, están en la narración original. Bichos que en el relato disponen de un protagonismo explicable, pero que en su adaptación a la gran pantalla resultan excesivos, por lo menos en opinión de este comentarista que, he de reconocerlo, no soy muy amante de ellos.

La presentación de cientos de bichos extraños por medio de trucos infográficos reconvierte lo que podría ser una película de terror psicológico en una especie de pesadilla con carácter físico. El uso del ordenador para mostrarnos la inmensa variedad de bichos extraños a nuestro mundo nos priva de inmediato del ejercicio de la elipsis cinematográfica, aquella que sugerente, refuerza nuestra imaginación y con ella el sentimiento de pánico ante lo desconocido; porque una vez conocido el aspecto del enemigo, sólo queda la incógnita de saber de donde viene y como vencerlo, pero eso son cuestiones de mero ejercicio, de acción, reduciéndose la trama a una aventura mezclada con un mal sueño.

De la misma forma que Darabont altera el final del relato para presentar un final muy bien pensado, mejorando el original, en opinión de este cinéfilo, también podría haber obviado la presentación tan clara de los cientos de bichos que interactúan con los sujetos presos de la niebla, para acentuar su prisión anímica, mucho más terrible.

En definitiva, una película de las de miedo, con bichos, desperdiciando las enormes posibilidades de las muchas sugerentes elipsis que podría haber ofrecido y que destroza con imágenes innecesarias.

Esa renuncia de Darabont al ejercicio de estimular nuestra imaginación es, pasadas dos semanas de ver la película, lo que sigue causándome mayor terror: ¿acaso ya nunca más se tendrá en cuenta la inteligencia del espectador como partícipe en la obra, aportando cada quien su imaginación para completar lo sugerido? ¿seguro que se nos tiene que dar todo tan mascadito?


Trailer






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dimarts, 8 de juliol del 2008

MM 8 GILDA



La película Gilda, rodada en 1946, ha pasado a la historia del cine por varias razones: una, por el bofetón que el apuesto y celoso Glenn Ford propina a la entonces llamada Diosa del Amor, joven actriz con raíces hispanas, la explosiva Rita Hayworth. ( a la sazón casada con Orson Welles, otro motivo más para envidiar al genio).

Otra, la seductora actuación de Rita Hayworth, que tiene su momento álgido en el conato de striptease en el club propiedad de su marido, el tenebroso George Macready.

La represiva moral imperante en la España de la época provocó que, aún años más tarde, en el argot popular se usara el apelativo "gilda" para señalar a las mujeres más liberadas, tildadas de casquivanas, por decirlo de forma elegante.

Put the Blame on Mame




p.d.: ¿podrá alguna amable lectora aclararme porqué el escote palabra de honor de Rita no se mueve un pelo por más que baila y el de la inefable Pe, gritando Pedrooo, a poco se viene abajo? Gracias.

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dilluns, 7 de juliol del 2008

Varsovia, agosto de 1939




"Hay mil lugares donde colocar una cámara pero en realidad, sólo uno vale"
Ernst Lubitsch


Estaba ayer dando un repaso a la lista de películas revisadas en los 365 días que han transcurrido desde que inicié esta aventura de plantar, blanco sobre negro, las sensaciones que me produce su visionado, cuando me di cuenta que, en todo este tiempo, había "dejado para mañana" el comentario de una pieza fruto del talento de uno de los mejores Directores que por la industria cinematográfica han pasado:

Ernst Lubitsch fue un genio del cine que brilló con fuerza en la primera mitad del siglo pasado y que la odiosa Parca Cinéfila quiso llevarse consigo cuando apenas tenía 55 años, de un repentino ataque de corazón, privándonos a todos de un buen puñado de películas que se llevó en su mente y corazón. La grandeza de Lubitsch, poco recordado por lo que se merece, no es cuestión que se base en opiniones de simples blogueros como yo mismo; el mucho más recordado Billy Wilder lo tenía por su maestro y cabe recordar una anécdota producida en el entierro de Lubitsch: Wilder dijo: "Se acabó Lubitsch", a lo que su intelocutor, William Wyler, le respondió:"Peor aún: se acabaron las películas de Lubitsch"

Lubitsch fue uno más de los directores de cine europeos que en la revuelta Europa de principios del siglo pasado tomaron sus bártulos y se largaron al otro lado del atlántico, donde sentaron las bases de la evolución y desarrollo de lo que ahora conocemos como cine de hollywood, aunque el actual, cierta y penosamente, parece haber olvidado las lecciones que dejaron escritas de forma indeleble en el celuloide. Directores que, sin perder su formación cultural europea, gracias a los medios que se les ofrecieron alcanzaron la cima de su arte. Pero eso podría ser tema de otro comentario. Centrémonos:

Nacido en Berlin en 1892, Lubitsch empezó como actor teatral dedicado al género de la comedia satírica y permaneció el resto de su vida como un adalid del uso del humor y la sátira inteligente para tratar los temas que le interesaban. Habiendo sido declarado enemigo del régimen por los dirigentes de la Alemania nazi, después de nacionalizarse estadounidense, el taimado Ernst les pasó factura poniéndolos en la picota de forma magistral.

Habían transcurrido 916 días ya desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial cuando se presentó en los cines de U.S.A. una película que, prodigios de la censura española de la época franquista, se demoró casi 30 años en aparecer (y en salas de "arte y ensayo" y en v.o.s.e., por si las moscas...) por mis lares, consiguiendo de inmediato un resonante éxito, lo que ahora se denomina pomposamente como "sleeper", o sea, taquillazo de los de corre ve y dile o de recomendación de boca-oreja, ya que su publicidad fue escasa:

Ser o no Ser (To Be or not To Be, 1942), película ideada, producida y dirigida por el alemán de nacimiento Ernst Lubitsch, basada en una historia del húngaro de nacimiento Melchior Lengyel, guionizada por Edwin Justus Mayer, nos traslada a la capital de Polonia, Varsovia, en el mes de agosto de 1939.

Ya desde las primeras imágenes, con una voz en off que introduce al espectador en el relato, observamos la definición de la forma de afrontar unos hechos reales mediante la broma, la sátira verbal plena de frases sugeridas que nosotros mismos dotaremos de sentido aprehensible, obligándonos el ritmo cinematográfico de Lubitsch a permanecer muy atentos, so pena de perder la oportunidad de creernos cómplices del autor, que, con su elogiadísimo "toque", esa sensación etérea que desprende su obra, nos hará adivinar lo que vemos en escena, produciendo la mayor de las sonrisas con un sentimiento de "yo ya sabía que iba a pasar esto", cuando en realidad vamos de sorpresa en sorpresa, una vuelta de tuerca más cuando todo parece ya acabado, marca indeleble del talento de Lubitsch.

En la agosteña canícula de la populosa Varsovia de 1939, los habitantes se quedan pasmados, atónitos, asustados, al comprobar como Adolf Hitler se está paseando por sus calles, deteniéndose ante el escaparate de una tienda de víveres, un suculento colmado, mientras la voz en off se extraña de que el Furher preste atención a las viandas, ya que es sabida su condición de hombre que no bebe, no fuma y es vegetariano, aunque a veces se traga paises enteros ¿Quiere zamparse a Polonia también?

La calma vuelve a los atemorizados varsovianos cuando una niña, adelantándose, pide un autógrafo al actor Bronski (Tom Dugan) que está caraterizado como Hitler.

Lubitsch nos hace recordar el cuento de Andersen "El Rey Desnudo" cuando es la ingenuidad infantil la que pone al descubierto los prejuicios y temores de los adultos.

Temores que, en el momento del rodaje, estaba ya demostrado que eran más que fundados, pues Polonia tuvo que sufrir las consecuencias del vergonzante pacto Molotov-Ribbentrop, firmado precisamente durante el mes de agosto de 1939, cuya puesta en práctica significó el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Pero eso ya es historia, poco conocida y expuesta, pero historia al fin y al cabo.

Hubiera sido muy fácil para cualquier cineasta recrear dramáticamente los pormenores de esos hechos, tan recientes, en 1942. Incluso, incidiendo en los horrores de la guerra y el sistemático y atroz exterminio de millones de personas.

Por suerte, Lubitsch toma una cierta distancia de la realidad y adoptando un tono sarcástico que en algún momento recibió críticas por su mal entendida levedad, carga en profundidad no tan sólo contra la Alemania de los nazis sino contra cualquier atisbo de beligerancia que promover pueda la invasión de un pueblo por otro, tomando partido por el invadido. Y lo hará por medio del humor, consiguiendo su falta de autenticidad histórica traspasar la época y permanecer incólume.

Bronski pertenece a una compañía de teatro polonés que se halla preparando, ese verano de 1939, una comedia en la que pone en solfa el vecino régimen nazi; cuando el director de la compañía, Dobosh (Charles Halton) pone en duda lo acertado del maquillaje caracterizador de Bronski como Hitler, asegurando que se parece poco a la fotografía de Hitler que preside el escenario (Bronski: pero si el de esa foto soy yo), decide salir a la calle con el resultado visto.

La compañía teatral dispone de una pareja de actores célebres, el matrimonio Tura: ella, Maria Tura (Carole Lombard), es una bella y elegante mujer enamorada de su esposo,Joseph Tura (Jack Benny), actor presumido y arrogante, manteniéndose entre ambos unos celos profesionales terribles compaginados por los celos amorosos de Joseph, no infundados, pues Maria coquetea con un joven admirador, Sobinski (Robert Stack), quien abandona la primera fila de la platea cuando Joseph, interpretando a Hamlet, empieza el famoso soliloquio To be or not To Be... para visitar a Maria en su camerino, lo que causa pánico y momentánea depresión en Joseph, al comprobar cómo en su momento álgido como Hamlet, parte del público abandona la sala.

La riqueza del guión es sorprendente, destilando un sinfín de frases afortunadas, la mayoría cargadas de vitriolo:" Lo que un marido no sabe no le hace daño a su esposa", dice Anna (Maude Eburne), la sarcástica doncella de María, cuando ésta conviene con Sobinski un encuentro para volar en el avión bombardero que el joven pilota.

(Aquí el propio Lubitsch se autocensuró, modificando en la post producción parte de la escena, para quitar una frase de la Lombard, que moriría trágicamente, en plena juventud, apenas dos meses después, en accidente de aviación)

Lubitsch incorpora en su historia diferentes líneas de interés, no dejando títere con cabeza, sin reducirse a la mera crítica política; carcajeándose del mundillo teatral que él tan bien conocía, con sus dimes y diretes, sus envidias, sus egos desproporcionados, sus ansias de alcanzar la fama, introduce también una trama de infidelidad en la pareja, siendo el cornudo ¿o no? Joseph Tura, celoso de su bellísima esposa, a la que en un momento dado de la trama, le dirá:"Si no vuelvo, te perdono lo de Sobinski; pero si vuelvo, tendrás que aclararme esa historia".

La compañía teatral recibe un disgusto cuando un representante gubernamental les comunica la prohibición de estrenar su comedia acerca de los nazis, justo el día del ensayo general. Polonia no quiere afrentar a Alemania con una obrilla insultante. Seguirán interpretando Hamlet y, justo cuando Sobinski se ha ido por segunda vez de la platea en el momento pactado, mientras Joseph Tura se entrega a lamentarse trágicamente, todos se enteran por la radio que Alemania caba de invadir Polonia, sin previo aviso ni declaración de guerra alguna. Es el día 1 de septiembre de 1939. Sobinski, como piloto, marchará a la aliada Gran Bretaña para luchar contra Alemania, formando parte del batallón polaco con sede en Londres.

Allí, en Londres, Sobinski conocerá al Profesor Siletsky (Stanley Ridges), en realidad un espía al servicio de la Gestapo, quien, arteramente, obtendrá la lista de parientes de todos los soldados polacos en el exilio. Descubierto el engaño, Sobinski se dejará caer en paracaidas en Varsovia para intentar detener al traidor.

Se produce en ese momento lo que algún amable lector puede atreverse a señalar como fallo de guión, ya que, tratando Sobinski de entrar en una librería, centro de la resistencia polaca, y no pudiendo por la presencia de la Gestapo, quien vuelve con la fotografía del traidor Siletsky es María Tura; el fallo sería que Sobinski nunca podría dar con ella, pues por causa de la guerra, como ella dirá poco después, ha tenido que cambiar de domicilio, abandonando su confortable villa por un pequeño apartamento, y Sobinski, al estar en Londres, nunca hubiera podido hallarla tan rápido.

Ese lapsus no explicado obedece sin duda al ritmo impuesto por Lubitsch en todo el metraje, donde elimina cualquier escena que no sirva al perfecto desarrollo de la acción: aclarar o basar con lógica la forma en que Sobinski es ayudado por María, tan sólo restaría agilidad a las escenas que se sucederán de forma milimétricamente estudiadas por el perfecionista Lubitsch.

La compañía entera sabrá por María de la traición de Siletsky, causando conmoción entre esas gentes, patriotas alejados de las armas, que de forma unísona y heroica decidirán actuar en defensa de Polonia con todos los medios a su alcance, valiéndose de su arte del fingimiento en una trama que se irá complicando cada vez más, como una escalera de caracol sin barandilla en la que cada peldaño nos aleja más de la realidad del suelo y nos acerca al peligro de caernos y partirnos la crisma.

La bellísima y elegante María se convertirá en seductora espía que podrá circular en medio de los invasores nazis y su ególatra marido se erigirá en forzado héroe que no vacilará en arriesgar su vida para cumplir con una misión autoimpuesta, desarrollándose toda la acción con un clarísimo componente de vodevil ya que el heroico actor no hará más que improvisar personajes para salvar el pellejo, siendo su público una caterva de oficiales alemanes a cual más tonto, crédulos, crueles y atemorizados por un líder del que se mofan de forma inconsciente, siguiendo el chiste de Lubitsch: "A un brandy le pusieron el nombre de Napoleón, a un arenque le llaman Bismark, y a un queso acabarán llamándole Hitler", con el subsiguiente temor por las inoportunas carcajadas.

La conversión de los temidos ejércitos alemanes, incluida la tenebrosa Gestapo, en motivo de burla, mofa y befa, escarnecidos de forma brillante por Lubitsch, se contempla, pasados ya más de sesenta años, como un ataque contra los malvados intolerantes que provocan guerras y causan dolor en la población, que los enfrenta en la forma que mejor sabe.

Lubitsch huyó del panfleto, pero no quiso olvidar las afrentas recibidas por las personas de raza judía y, sin mencionarlos directamente, de forma muy inteligente, por medio del personaje de Greenberg (Felix Bressart), actor de reparto de la compañía, que siempre ha querido interpretar al shakesperiano Shylock, por medio de un clásico, cierra con broche de oro su discurso sobre ese momento ya histórico, sin abandonar, ni por un momento, su inteligente sentido del humor, en el que las puertas nunca son obstáculo para obtener la complicidad del felicísimo espectador.

Una película que ha soportado perfectamente el paso del tiempo; una obra maestra de la comedia, fruto de la colaboración de Lubitsch con unos especialistas magníficos, como el reputadísimo camarógrafo Rudolph Maté y la excelente montadora Dorothy Spencer, logrando unas actuaciones soberbias de todos los actores a su servicio, una obra irrepetible, por mucho que se hiciera una zafia réplica hace unos años con el resultado de encumbrar aún más esta película que ningún cinéfilo debería dejar de revisar una y otra vez en su versión original, por supuesto, aunque el texto de los subtítulos en castellano no sea todo lo afortunado que uno desearía.


p.d.: Cuando quien me incitó a decidirme a publicar algún que otro comentario en un blog, que yo inmediatamente reduje a bloc de notas, me dijo que me lo tomara con calma, pues el camino es de largo aliento, no podía imaginar donde me metía; hoy, ciento cuarenta y dos comentarios después, no deja de sorprenderme que haya quien se lea parrafadas como la que precede; y me maravilla que, después, algunos aún tengan fuerzas para disponerse a dejar huella -siempre bienvenida- de su estancia en este lugar que me ha permitido conocer a lunáticos como yo mismo. A todos, muchas gracias. Besos para ellas y abrazos para ellos.





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divendres, 4 de juliol del 2008

Examen de Cinefilia (Parte VIII)

El examen de hoy es tan fácil, tan fácil, que por mucho que me he descabezado no estoy seguro de poder complicarlo para que resulte de interés, por circunstancias totalmente ajenas a mi voluntad y no digo más porque ya sería dar demasiadas pistas.

La persona cuya labor cinematográfica se pretende destacar es, como quienes precedieron, de importancia cabal en la historia del cine; al extremo que muchas de las películas en las que su trabajo está presente carecerían del interés suscitado o por lo menos su aceptación popular hubiera sido sin duda alguna menor.

Así que, tomemos lápiz y papel, y vayamos apuntando, cada uno en su pupitre -y sin mirar ni comentar nada al compañero-,las ideas que vayan surgiendo conforme se desgranan las pistas que seguidamente se ofrecen:

¡Se me olvidaba! Como siempre, totalmente prohibido acudir a la enciclopedia imdb; ni tan siquiera a la wiki... ¡Que os vigilo! ¡Nada de trampas!




¿Preparados? Vamos allá:

Pistas para matrícula de honor:


Heartbeeps




Pearl Harbor




Pistas para notable:

Terminator Salvation



Jurassic Park



¿Qué, como va eso? ¿Nada, todavía? Por cierto: que nadie mire los comentarios de los videos, so pena de expulsión inmediata, que ya sé que algunos son muy espabilados...


Pistas para un aprobado justito, que no exime del pago de unas birras con bravas:

Iron Man



Jurassic Park 2


Terminator 3

No me digais nada, no me digais nada: vergüenza debería daros: a copiar cien veces (y sin hacer copiar y pegar, que os veo) con tinta roja y letra clara:

¡Miraré los títulos de crédito!

¿Repesca? Nada de repesca: pistas para que los suspensos se den cuenta de lo que no han percibido:

Aliens


Hoy excepcionalmente, voy a descifrar la identidad: mientras me documentaba para el comentario de Iron Man, me encontré con este video y automáticamente empecé a recoger datos para formular el presente examen.

La puñetera Parca se me adelantó, así que el de hoy es un examen y un homenaje en memoria de otro de los grandes que se han ido este año:




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dimarts, 1 de juliol del 2008

De oyente a escuchante



Harry es un reconocido especialista en hurgar la vida de los demás; nada puede escapar a su técnica artesanal y sus originales ideas que le permiten saber lo que nadie puede conocer; su empeño en su trabajo provoca la envidia y los elogios de sus colegas.

Harry es un detective. Uno de los mejores, sino el mejor, de su país, Estados Unidos de Norteamérica. Todos le envidian por su tecnología única, fruto de su perseverancia y constancia en resolver mil y un problema hasta conseguir lo que nadie puede: grabar cualquier palabra pronunciada por gentes ajenas, ignorantes de la persecución minuciosa, perfeccionista y obsesiva de Harry.

Harry se autodefine como un oyente: su profesión reside en oir y grabar lo que oye. Pero no será así. No lo será, para desgracia del propio Harry.

Francis Ford Coppola acababa de triunfar de forma estrepitosa con una película de encargo y gran presupuesto cuya resonancia de inmediato propició la decisión de rodar una segunda parte, cuando decidió tomarse un respiro, un lapsus personal y rodar una historia que él mismo había escrito, un proyecto muy querido y deseado.

A tal fin y con la ayuda monetaria en la producción de sus amigos Peter Bogdanovich y William Friedkin, con quienes había fundado la compañía productora The Directors Company, así como exponiendo sus propios caudales colocados en la American Zoetrope, Coppola procedió a aprovechar unas cortas vacaciones para desarrollar como director, guionista y productor una historia que sin duda se puede calificar como totalmente propia, una película que todavía permanece en el recuerdo de quienes en ella intervinieron como única.

La película s
e tituló en España La Conversación (The Conversation, 1974) y es sabido también que sigue teniendo para su protagonista un lugar preferente en su larguísima lista de actuaciones, lo que, visto y revisado el film en varias ocasiones, no extraña en absoluto, ya que ese atormentado Harry Caul, interpretado por Gene Hackman, sigue apresando nuestro interés después de tantos años.

A Harry le han encargado que grabe una conversación de dos jóvenes, un hombre y una mujer, completamente desconocidos para él, sujetos anónimos que mientras pasean por un parque público de San Francisco serán espiados por Harry y sus colaboradores.

Debemos situarnos en la época y lo haremos de inmediato, nada más empezar, pues veremos, en un estupendo plano cenital que irá descendiendo hasta aterrizar entre la gente, como desde una azotea, una ventana y mediante un fingido paseante, tres colaboradores de Harry interceptarán la conversación de la peripatética pareja. Harry deambulará por el parque, vigilante, y oiremos extraños sonidos entrecortados por zumbidos, chirridos y ruidos electrónicos de interferencias, pues en 1974 los medios electrónicos eran, en comparación con los actuales, bastante rudimentarios.

Enseguida observamos que Harry es un tipo peculiar, pues en un soleado día de otoño, quizás invierno, viste una especie de ligero chubasquero traslúcido que le da la imagen del hombre propicio a excederse en las precauciones, temeroso de una lluvia poco apropiada en California; uno piensa que, bajo el terno de color indefinido, además de cinturón, llevará tirantes.

Cuando Harry llega a casa comprobamos su manía por la seguridad ya que la puerta tiene tres llaves distintas y al abrirse salta un estruendoso timbre de alarma. Precauciones inútiles las de Harry, ya que, apenas traspasado el umbral de su fortaleza, halla, despositada en el suelo, una botella de vino con una nota: su casera, que vive en el piso inferior, le felicita por su 44 cumpleaños y le obsequia con el vino. El espeluznado Harry comprueba con estupor que su casera tiene cada una de las tres llaves del piso y que además ha sabido su edad y natalicio gracias a una carta indiscreta. La fortaleza de Harry ha sido violada por primera vez. Harry vive solo en compañía de su saxofón, que toca al alimón con la orquesta de Duke Ellington (Sophisticated Lady).

Harry tiene una amante, Amy (Teri Garr), a quien visita llevándole el vino: al saber Amy del cumpleaños de Harry, se lamenta de la falta de confianza de éste, preguntándole cosas triviales, normales en una pareja de amantes, con el resultado sorprendente de la huída del esquivo Harry, pleno de sospechas porque Amy ha canturreado la misma canción que la chica cuya conversación ha grabado por la mañana.

Coppola nos introduce en los primeros minutos del largometraje en el mundo de Harry: una vida dedicada a satisfacer la obsesión del trabajo perfecto, pero con el temor, pánico en realidad, de que cualquiera pueda saber lo más mínimo acerca de él y su vida particular. Una forma paranoica de vida ya que, frente a la profesión de hurgar en los quehaceres de los demás, se erige, cual eremita, un tipo que pretende aislarse y pasar desapercibido.

Dentro de una jaula cerrada con llave que está asimismo dentro de otra jaula más grande, también con cerradura de seguridad, que se halla instalada en una gran nave de un edificio de varias plantas semi abandonadas en un apartado complejo industrial es donde el esquivo Harry tiene su preciado tesoro, su laboratorio de magnetófonos y aparatos electrónicos de su invención que opera continua y obsesivamente para componer con limpieza la grabación de la conversación robada.

El empeño de Harry, que pronto descubrimos en otra faceta, la de intolerante religioso, choca momentáneamente con su colaborador Stan (John Cazale), a quien achaca la falta de claridad de la grabación, lo que le produce intenso malestar.

Stan le echa en cara que sólo se trata de un trabajo; una aburrida grabación de una aburrida pareja, con unas aburridas palabras. Pero Harry, que admite que para él lo que diga la pareja carece de interés, se expresa apasionada y compulsivamente enfadado porque hay trozos de la conversación que no se perciben, acabando por provocar que Stan le deje solo.



El obsesionado Harry no ceja en su empeño de oir todos los fragmentos de la conversación; mientras manipula sus tres magnetófonos sincronizados y aplica filtros sónicos de su invención, una vez tras otra, Coppola se cuida mucho de ofrecernos no tan sólo el sonido sino también las imágenes que les corresponden, en una reiteración de lo ya visto tan bien planificada que, lejos de aburrir al espectador (como en muchísimas ocasiones padecemos), cada visión, con un trozo añadido de nuevas palabras, va incrementando nuestro deseo de oir lo que estaban diciendo, deseo que en Harry se torna en frenesí hasta que, una frase, le hiela el corazón y le llena de amargos recuerdos:

"He'd kill us if he got the chance."
"He'd kill us if he got the chance."
"He'd kill us if he got the chance."



Harry ha escuchado. Ha pasado de mero oyente de una frase bien grabada a escuchante. Sin pretenderlo, ha entrado a formar parte de una historia en la que puede que llegue a haber una muerte. Ya no es un simple oyente. Sabe. Conoce, o cree conocer.

Su pasado aflora en un instante, atormentándolo; por eso corre a un confesionario donde volcará su aprensión, donde buscará el perdón, donde clamará que no es su responsabilidad lo que vaya a ocurrir, como no lo fue en el pasado. Hace años, después de entregar una grabación imposible de realizar él, el gran experto, leyó en los periódicos que una familia había sido asesinada brutalmente: la familia de uno de los investigados por Harry. Su remordimiento, su imaginada responsabilidad en las muertes como resultado de levantar el velo de un secreto, sigue torturando el alma de Harry.

Ese hombre atormentado, temeroso, cuya vida particular se sucede de jaula en jaula, tratando de separarse del resto de la humanidad, buscando consuelo en una absolución de confesionario y placidez en el sonido grave y profundo de su saxo tenor que toca en compañía de música enlatada, cree haber descubierto un complot para asesinar a la joven pareja. Pero debe entregar la grabación y cobrar 15.000 dólares, una fortuna de la época, por su trabajo. Debatiéndose entre la obligación de terminar el trabajo (entregar la grabación) y cobrarlo y el temor de que el resultado vaya a ser idéntico al de hace años, Harry se enzarza en una discusión con el secretario del Director de la compañía que le hizo el encargo; el secretario, Martin Stett (Harrison Ford), recibirá la negativa de Harry de entregar las cintas, obstinado en hacer la entrega personalmente a manos del Director, cuya obstinación sólo cabe entender como el trámite intransferible de traspasar a un único destinatario la responsabilidad de lo que vaya a suceder, como liberación de la angustia que la conversión de oyente a escuchante ha producido en Harry.

Coppola cuenta la historia con una eficacia demoledora, con su propia caligrafía cinematográfica, ajustadísima como siempre a lo que nos relata, ayudado por unos sonidos marca de la casa de Walter Murch y Art Rochester, ambos nominados al Oscar, al igual que Coppola en su doble faceta de escritor y productor, como se puede constatar aquí, muestra de las muchas nominaciones y varios premios recibidos, con la mala fortuna en la carrera de los Oscar de coincidir en un año realmente prodigioso, ya que Coppola como productor se venció a sí mismo como productor. Paradojas de la historia del Cine con mayúsculas.

La negativa de Harry de no entregar la grabación si no es a manos del Director producirá una serie de acontecimientos que acabarán con la ruina moral de Harry, al comprobar que sus inexpugnables fortalezas, jaulas y llaves de seguridad, no serán suficientes para salvaguardar su intimidad, debiendo aceptar la derrota de mal grado; insistiendo en su paranoica sensación de responsabilidad producida por su maldita conversión de simple oyente a escuchante, tomando conocimiento de unos hechos que premonitoriamente le atormentarán, Harry, totalmente desquiciado, en un inesperado giro de los acontecimientos que no ha podido preveer, él, que siempre sale con su ridículo chubasquero, acabará sintiéndose presa de las miradas ajenas, puesto en el ojo del huracán de una trama que acabará con su estabilidad emocional y que catárticamente, después de una locura física destructiva, intentará apaciguar acudiendo a sus solos de saxofón.

Una muy estimulante historia original de Coppola que la presenta de forma excelente, dando lugar, a través de los más de treinta años desde su rodaje, a multitud de lecturas, algunas con claro sentido político, no en vano el famoso escándalo Watergate pertenece a la época y las escuchas ilegales eran objeto de controversia, pero que, a entender de este cinéfago comentarista, ultrapasa la mera reducción de crítica político-temporal para adentrarse en los recovecos del alma del protagonista, un atormentado Harry interpretado de forma magistral y muy contenida por el siempre magnánimo Hackman, dueño absoluto de la función, un Harry Caul que sucumbe bajo el peso de una responsabilidad ni querida ni buscada, un sentimiento que nace de su errónea intromisión en una conversación que tan sólo debía oir bien pero nunca escuchar.

Una película apasionante, compleja, que no alcanza la categoría de maestra quizás a causa del menor nivel interpretativo de los característicos (salvando al bueno de Cazale) pero que sin duda no puede en modo alguno ser obviada por el cinéfilo, siendo su visión y revisión de obligado cumplimiento.


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