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divendres, 30 de setembre del 2011

Carteles




Andaba buscando algún vídeo interesante para insertar en la categoría de Escenas Sin Diálogos cuando hallé un cortometraje que casi se podría decir está rodado cumpliendo con los parámetros, porque se compone de varias secuencias, con varias escenas, todas ellas sin más diálogo inteligible que la lectura de unos cartelitos, los fondos sonoros y la comprensión del espectador que -por lo menos los que por aquí se pasaron el mes pasado- creerá que lo del bucle va a acabar siendo una maldición...

Del joven director Patrick Hughes que se estrenó el año pasado con un largometraje, Red Hill, que habrá que buscar en formato digitalizado porque dudo que se estrene en España (acaba de salir en Blue Ray), podemos ver, si os place, un cortometraje que muestra la cotidianeidad aburrida vencida por el anhelo y las vicisitudes que a veces ocurren cuando la decisión se demora demasiado:

SIGNS

¿Adivina alguien el nombre de la empresa patrocinadora de ese cortometraje?

La solución se puede ver en esta página de la productora Radical Media, dedicada a promover novedosos productos audiovisuales -y publicidad, también- que muestra los Comerciales dirigidos por Hughes y producidos por la misma compañía.





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dilluns, 26 de setembre del 2011

Ellas



Resultará una obviedad para todas las amables personas que frecuentan este bloc de notas pero no estará de más, por si aparece algún espontáneo, reafirmar que el cine es una fuente de satisfacciones y de sorpresas que se van conformando al compás del tiempo acumulado en las sienes del espectador: en no pocas ocasiones una película vista hace años despierta nuevas sensaciones, buenas o malas, porque el paladar del cinéfago se ha ido construyendo con la experiencia y las muchas sesiones vividas.

Si a ello añadimos que la información relativa a cada película se incrementa con los datos que sobre ella se van desvelando y que la perspectiva social es un añadido forzosamente cambiante, es lógico que la revisión de viejas conocidas comporte como mínimo un buen rato.

Uno siempre afronta esas revisiones con el ánimo un poco encogido sobre todo cuando se trata de películas que pertenecen a la infancia, esas sesiones de cine de tarde "apta para todos los públicos" repletas de gloriosas representaciones de lo que luego supe se denomina "Serie B", alguna mejores que otras, muchas de ellas inolvidables por el impacto que conseguían en el ánimo cándido de la chiquillería enmudecida por la magia de la pantalla.

Después, mucho después, uno va y se entera que, en año tal como 1954 y con esta cosecha de películas en competencia, una de las que más taquilla hizo no obtuvo premio alguno de la academia y consiguió, además del taquillazo, permanecer en la memoria colectiva de todos cuantos la vieron, aquel año o bastantes más tarde, en afortunadísimo reestreno (buena costumbre perdida gracias a la pantalla doméstica): me refiero a Them! (titulada en España al modo explicativo fruto de la habitual estupidez como La humanidad en peligro) dirigida por el veterano Gordon Douglas sobre un guión de Ted Sherdeman escrito basándose en una idea de George Worthing Yates, todos ellos muy atentos a las órdenes del productor David Weisbart de la Warner Bros cuya primera intención fue ¡atenta la parroquia! realizar el rodaje en 3D y en color, y acabó con recorte de presupuesto organizando un rodaje en blanco y negro escatimando gastos, para acabar consiguiendo la fortuna del año.

Queda como recuerdo de la primigenia intención un extraño título en color y la filmación de "ellas" en ocasiones muy cercanas, hecho el guión técnico pensando en el 3D.

En el desierto la policía descubre una autocaravana destrozada y halla deambulando solitaria una niña pequeña en estado de shock; un restaurante de la zona aparecerá destrozado del mismo modo y su dueño muerto, pero no falta el dinero: sólo parece que se han llevado un barril de azúcar. Se oyen unos ruidos extraños en la noche y un policía queda guardando el lugar. A la mañana siguiente, el hombre ha desaparecido sin dejar rastro.

La película se inicia como un misterio a resolver por la policía y hasta bien entrado el metraje se mantiene la tensión que se convertirá en pánico al saber que los daños y desapariciones de humanos se deben a hormigas gigantescas, fruto, según elucubraciones de un sabio entomólogo, a mutaciones experimentadas a causa de pruebas nucleares subterráneas en el desierto unos pocos años antes.

Vista la película desde este siglo XXI que vivimos tiene un defecto: las hormigas son de cartón, madera y lana.

Por lo demás, sin disponer de grandes medios, Gordon Douglas sabe mantener el ritmo apropiado y estrujar al máximo todo cuanto tiene a su alcance: los intérpretes cumplen sin alharacas ni excesos y la historia se mantiene viva porque el que manda sabe mantener el pulso ágil y contar justo lo necesario sin avanzarse ni precipitarse: hay una mezcla de géneros formal que nos llevará de la intriga policial hasta la ciencia ficción que deriva en catástrofe valiéndose de lo que luego, años más tarde, podríamos definir como señales identitarias, como la intervención de las fuerzas armadas y el cierre de las calles mediante toque de queda para intentar prevenir los males del pánico urbano, así como la presentación de enormes animales en situaciones en las que su actividad no está ni mucho menos prevista con el añadido de una posible expansión al orbe entero.

Pasados más de cincuenta años resulta evidente que la inesperada recaudación obtenida provino en buena parte por la inquietud que el pueblo estadounidense sentía a mediados de la década de los cincuenta por las repercusiones de la bomba atómica, esa arma terrible que su ejército había usado y que seguía experimentando: tengo para mí que en ésa década el estadounidense medio sentía algo más que un temor a una invasión por parte de un enemigo focalizado en los soviéticos: también debió expresar de forma inconsciente a través de manifestaciones artísticas como esta película el sentimiento de culpa por la atrocidad de soltar la bomba atómica aniquilando, devastando, dos ciudades enteras del Japón, por mucho que fuera su enemigo en la última contienda mundializada: resulta evidente el remordimiento popular expresado mediante el temor de ver contra sí la infame tecnología armamentística: así, esas hormigas gigantescas, descendientes de habitantes milenarios del globo terráqueo, reconvertidas por la imprudente mano del hombre, amenazan con eliminar su existencia.

Del mismo modo que, como vimos hace tiempo Jack Finney negaba una y otra vez que su novela tuviera motivaciones políticas, parece claro, pasado tanto tiempo y vista la historia en perspectiva, que la aventura ideada por George Worthing Yates expresaba con claridad una cuestión que procuraba insomnio a algunos: ésa sí sería una buena explicación para el inesperado éxito comercial, porque pese a las buenas virtudes de esta película, que las tiene, sus elementos individualizados no se pueden comparar, ciertamente, con la pléyade del mismo año.

Lo que no obsta para que sigamos disfrutando de una película que sigue manteniendo el interés entre otras cosas porque el mensaje subyacente permanece inalterable y la forma en que el mismo nos llega sigue siendo redonda, mal que a esas hormigas no les sentaría nada mal una revisión infográfica: lo malo es que el acompañamiento sería de pena y seguramente el mensaje quedaría debilitado y deslavazado.

Algunos dirán que es una película "de culto" sobre todo para cinéfilos amantes de la ciencia ficción y otros, simplemente, podrán asegurar, como quien suscribe, que es un imperdible que ha superado holgadamente el paso del tiempo.

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divendres, 23 de setembre del 2011

Examen de Cinefilia (parte XLVIII)



Vale, vale, vale: ya sé que hoy no es el último viernes del mes y que esto es una ruptura de la costumbre, pero también sé que las costumbres están ahí, como las reglas, para romperlas, ni que sea de vez en cuando.

Además, estamos ¿o no? en un cambio de estación, casi un cambio de luna, el tiempo está revuelto, y, por añadidura, por cuestiones logísticas, el examen es hoy: ¿vale?

Así que calmémonos, abramos los ojos de la mente y de la cara y dispongámonos a demostrar que tenemos una vista cinéfila únicamente comparable con nuestra memoria, porque en esta ocasión hay algo muy especial.



El interrogante oculta el título de una película que no puede ser desconocida para ningún alma cinéfila que se precie de serlo.

Una película que este examinador vió de estreno y eso ya puede ser una pista, débil, porque no diré el año, pero pista al fin y al cabo, pues dudo que ningún examinando tuviera ocasión y mucho que le pesará.

Las respuestas, en la zona de comentarios, dada la formulación.

¡Ay, sí! Me olvidaba de la pista:

Hoy se va a tratar de una fotografía. De una sola, pero con una particularidad:

Irá creciendo paulatinamente hasta alcanzar su tamaño completo.

Pretendía hacerlo cronométricamente, pautado, pero el experimento no ha cuajado del todo y voy a tener que hacerlo a mano: como sea, permitirá que los más avispados de los examinandos puedan ofrecer su respuesta y quedará constancia de quien acierta primero, porque espero que haya acertantes y remarco lo del plural.

Ahí va la imagen:

PART 5 DE 5

Para llegar a ella, éste ha sido el recorrido [+/-]



Sólo me queda desearos ¡suerte!

p.d.: me parece que es demasiado fácil....





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dilluns, 19 de setembre del 2011

El moscardón verde



No me digan que nunca, jamás de los jamases, han sentido la imperiosa necesidad de renombrar algo para adecuarlo a la sensación íntima que ha causado, un apelativo que coincida con el recuerdo que deja, sea una persona, sea un libro, sea una película.

Los adjetivos se inventaron para eso y la malicia popular hace siglos que inició un camino sin retorno en el que el doble sentido reside para goce de propios porque los extraños se pierden en los vericuetos que la rica lengua proporciona al momento de caricaturizar jocosamente al prójimo.

Basar el humor en las palabras, jugando con ellas, tiene dos graves adversarios: el primero es que el verbo, esquivo, pertenece a sus usuarios cotidianos y por tanto no es generalizable; el segundo es que la broma debe ser inteligible e inteligente porque, siendo zafia, acaba por cansar su evidencia: nos gusta que nos sorprendan desde que nacemos hasta que morimos y por ello pagamos en ocasiones incluso un precio alto.

Siempre ha habido y me temo que siempre habrá personajes de la farándula que, recolectado un cierto éxito, se creen capaces de concitar todas las gracias del universo en su figura, poseedores de la fórmula aúrea que apenas alcanzan a divertir a sus más fervorosos seguidores siempre y cuando no haya un buen partido de lo que sea, vaya. Uno de ésos parece ser Seth Roger que a pesar de su juventud cae en el viejo vicio de pensar que cualquier personaje se puede desarrollar con un poco de jeta, dos muecas y tres chistes facilones marca de la casa.

Tampoco es que la empresa intentada por Seth revistiera una dificultad especial ni mucho menos: en la senda de traslaciones a la pantalla de las aventuras que sedujeron al público de mediados del siglo pasado, le tocó el turno a un serial que nació en la radio y se aposentó luego en el tebeo y en la televisión: las aventuras del llamado The Green Hornet (El avispón verde) tuvieron su momento en 1966 coetánea de Batman y con no pocas similitudes pero una distinción honorífica: el protagonista, Britt Reid, es sobrino nieto de John Reid y será por mantener la tradición familiar por lo que la última traslación cinematográfica de sus aventuras, titulada también, cómo no, The Green Hornet (El avispón verde) no alcanza a ser mucho más allá que un buen intento: "nice try, Seth" debe haber oído el amigo Rogen que aparece en los créditos como guionista y productor ejecutivo: demasiadas ocupaciones para tan poco talento, chico.

Porque sin conocer más que muy de pasada las aventuras de ese ricachón enmascarado que se hace acompañar de su mayordomo hábil en la lucha -personaje que cimentó la fama de Bruce Lee- la caracterización de Rogen es un lastre pesadísimo que entorpece el sentido de la acción que la serie televisiva pretendía tener.

Siendo malvado y recordando que esos antihéroes empataron con Batman y Robin hace medio siglo, el intento de resucitar ese avispón ha resultado infructuoso porque así como el hombre murciélago ha encontrado la hucha repleta a base de ofrecer su lado más siniestro, ese avispón que atemorizaba a los criminales con sus aguijones mortíferos se ha visto convertido, por obra y gracia de su protagonista y guionista principal en un moscardón que da la lata y poca cosa más.

Los cinéfilos malévolos y sobre avisados seguramente me dirán que ya había un anticipo de mala suerte en la función al comprobar en el cartel quién es la estrella femenina, una Cameron Diaz que lleva camino de convertirse en gafe para las taquillas, pero la estimulante presencia de secundarios como Tom Wilkinson y Christoph Waltz convence y soporta por momentos la película, aunque no llegan a salvarla, como es natural: el malvado es un estrafalario hijo de puta asesino y traidor pero el héroe está hecho de pastilina sobada mil veces y uno, en más de una ocasión, siente el deseo que le peguen dos tiros ya y se acabe la función, porque el tío resulta de lo más cargante.

Es una pena que Michel Gondry se muestre incapaz de superar el escollo de las gracias de Seth porque es de reconocer que la producción es cuidada, los efectos son útiles sin pesar y el malvado corresponde al supuesto tono paródico de la película que no se toma en serio: pero así como Christoph Waltz demuestra conocer su oficio y sabe que hacer reír es cosa muy seria, las payasadas, muletillas y frases de mameluco del protagonista acaban por malmeter todo el invento y lo mandan al carajo, quedándose uno con la sensación que han malgastado tiempo y mucho dinero para conseguir una intentona fallida, un quiero y no puedo que se archivará en la misma carpeta que The Lone Ranger, su tío abuelo.

Una buena muestra de lo importante que resulta confiar más en los directores de reparto que en los representantes artísticos.


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divendres, 16 de setembre del 2011

Hilo Rojo




El bordelés Luc Plissoneau es un cinéfilo de armas tomar y ha demostrado su pasión dirigiendo dos cortometrajes, el segundo de los cuales está, según asegura su autor, compitiendo en diversos certámenes.

El primero, que ya ha recorrido físicamente su itinerario, ha sido puesto a disposición por su autor en internet y ha tenido la gentileza de comunicarlo agradeciendo de antemano la difusión que se le pueda dar a su obra:

Se trata de una narración en la que el vino, esa sustancia mágica que nosotros, españoles, podemos entender tan bien como el bordelés, se erige en medio transmisor de recuerdos íntimos, despertados a su anciano padre por su hija, heredera de su sabiduría y amor por las vides.

Una cata a ciegas dirigida por la hija de Aquiles Lambert, cuatro botellas de diferentes épocas que contienen el fruto de vendimias añejas, olorosos y palpativos néctares que provocarán el resurgimiento de vivencias como navíos cargados de sentimientos que navegan por un río ámbar, el hilo rojo que da título. Lambert, en un último gesto, certificará con su olfato y paladar las bondades y memorias de cada añada.

El corto, como es natural, está rodado en francés y el vídeo se acompaña de unos subtítulos en inglés, pero lo cierto es que las imágenes son suficientes para entender la historia perfectamente, más por el guión técnico y el montaje que por la parquedad de los intérpretes.

Véanlo, si les place:

Fil Rouge


Sentir la pasión por el cine y demostrarlo con un rodaje: cinefilia pura.




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dilluns, 12 de setembre del 2011

La niña manda



Sentemos una definición antes que nada: en mi opinión lo que los anglosajones llaman remake y que nosotros podríamos llamar refrito se circunscribe únicamente a filmar de nuevo un guión rodado con anterioridad. Si a una nueva versión de Hamlet lo llamamos nueva versión, por redundante que la expresión resulte, no veo porqué a una nueva versión de una novela le tengamos que llamar refrito. El lenguaje sirve para entendernos y el concepto, como decía aquel, es lo que importa.

Los hermanos Coen, Ethan y Joel, como buenos y honrados cineastas estadounidenses, tarde o temprano debían afrontar su género más genuino y propio, aquel que la nación lleva en su interior desde su más tierna infancia fruto de las historias que conciernen al nacimiento del país: el western; y para ello, sorprendentemente acuden no a una historia original y desconocida sino a una novela publicada en 1968 por Charles Portis y que ya fue llevada a la pantalla en 1969 y, claro, para no desentonar, mantienen también el mismo título: True Grit (2010) traducida nuevamente al castellano como Valor de Ley, es pues una historia conocida por el veterano cinéfilo que ya peina canas y por el joven cinéfago que ha devorado lo más conocido en cada género. Porque la versión de 1969 significó un oscar para John Wayne; un premio con aroma honorífico que marca la película, poca cosa más en mi opinión, constituyendo pues doble sorpresa la elección de los hermanos Coen que, como suelen, se hacen cargo de la confección del guión y también de la dirección mancomunada del rodaje.

Sin haber leído la novela de Portis uno supone que el guión no se aleja mucho y que quizás la mayor diferencia resida en los diálogos y algún pequeño retoque cuyo resultado es, como mínimo, subjetivamente discutible en función del gusto de cada cual. Sin caer en la falta de calidad que asola gran parte de los guiones de cine actuales, el que han pergeñado los hermanos Coen se manifiesta bueno en el detalle pero falto de fuerza en el conjunto, cediendo demasiado al esquema de la novela, es decir, modificándolo poco, mostrando una especie de temor reverencial a un texto que debe ser muy conocido en los U.S.A. pero que muy legítimamente cualquier cineasta podría adecuar a sus fines particulares: los personajes están tratados de forma muy superficial aunque detallada: sabemos como son y podemos intuir sus reacciones, pero no alcanzamos a sentir empatía por ellos en el grado que cabría esperar de tres personas que emprenden un arriesgado y duro viaje para obtener, cada una, el cumplimiento de un anhelo provisto de la fuerza necesaria para que nada les detenga.

Uno tiene la sensación que los Coen están perdiendo gas como guionistas al tiempo que su oficio como cineastas se mantiene e incluso crece en tareas importantísimas como la producción, la confección del guión técnico, el montaje y el rodaje y la dirección de intérpretes. Porque nada más ver el inicio de la película uno ya sabe que en esta ocasión la cosa va en serio: hay mucha información en los tres primeros minutos de metraje y está presentada con claridad, economía y fuerza visual, como avisando los Coen que se hallan dispuestos a demostrar que se las saben todas y no van a dejar ni un punto ni una coma de lenguaje cinematográfico sin usar: este comentarista no puede menos que reconocer que, en cuanto a cinematografía, ha quedado plenamente satisfecho con la exhibición, porque aun siendo muy cierto que no hay ningún aporte novedoso, maldita la falta que hace innovar cuando el discurso queda diáfano y terso, completamente inteligible e invisible, únicamente presumible en el recuerdo pausado de lo visto, huyendo de efectismos y trucos baratos, sirviendo a la narración básica.

Los dos hermanitos se sirven para ello de la estupenda colaboración de Roger Deakins que, una vez más, realiza una fotografía espléndida, vívida y pletórica de fuerza cuando conviene, dirigiendo la luz perfectamente tanto en las escenas de interiores como en exteriores nocturnos y diurnos, encuadrando de maravilla personajes y paisaje pero sin deleitarse en los aspectos formales, huyendo, al unísono de los jefes, de la postalita maravillosa. La música de Carter Burwell refuerza muchas de las escenas sin molestar en absoluto, ofrecida a niveles sonoros adecuadísimos, como el resto de efectos: hay que resaltar ése aspecto, porque el equipo de sonido realiza un trabajo magnífico respetando los tímpanos del espectador, lo que es de agradecer.

La baza fuerte de la película reside en el elenco sin dudarlo un instante y para constatarlo es obligado visionarla en versión original: sabiendo que el personaje de Rooster Cogburn valió un oscar para John Wayne, seguro que Jeff Bridges recibió el encargo como un regalo caído del cielo porque el papelito es un bombón para cualquier actor maduro: personajes con algún defecto físico, algún vicio, y algo por lo que admirarlo, sea lo que sea, son objeto de deseo. Incorporar al Ranger de Texas LaBoeuf, visto el precedente, debió ser un desafío para Matt Damon, y seguro que Josh Brolin encaró personificar al traidor Tom Chaney como una oportunidad de mostrar versatilidad.

Segurísimo que cuando Hailee Steinfeld se reunió con los Coen, probablemente asustadísima, estos le susurraron: tranquila, nena, tú mandas.

Del primer al último minuto esa nena desconocida toma las riendas y no las suelta para nada: no cederá ni un ápice en su indisimulada sed de venganza frente a un enorme y bronco ebrio tuerto por mucho que éste se lleve a los mil demonios protestando que no la quiere a su lado, y mantendrá a la distancia oportuna al chulesco tejano que se mueve en pos de una considerable recompensa y además sabrá manejarlos a ambos para que se mantengan juntos pero no revueltos, y cuando tenga que pegarle un tiro al taimado Chaney no lo dudará mal que su poca experiencia le juegue una mala pasada: los Coen demuestran un ojo maestro con la elección de la sorprendente Hailee, un diamante que refulge incluso por encima de sus avezadísimos compañeros de rodaje a los que roba limpiamente sus escenas.

Increíble.

Porque es de justicia reconocer que Bridges vuelve al buen camino de actor serio y se deja de tonterías y efectismos fáciles, quizás porque se da cuenta que Matt Damon, que está trabajando en todo lo que puede, agarra ese tejano y se presenta con unos aires y un porte clásicos en los western de alcurnia, al punto que, saliendo del cine, oigo una voz: "a ese Damon habría que darle más westerns" porque ciertamente aprovecha hasta la última gota el escaso jugo que puede sacar de un personaje que el guión no acaba de cuidar como se merecen las manos en que descansa. Incluso Brolin, con pocas páginas a su cargo, sabe desfigurarse de rostro y voz para componer al malo de la función, al macguffin de todo el tinglado, y lo hace muy bien.

Pero la nena está magnífica, superlativa: tiene una fotogenia que se come la pantalla, una mirada expresiva y un gesto tranquilo, señorial, pausado y dominante, mostrando una fuerza interior que es la que corresponde al personaje: la nena Hailee está interpretando muy bien a esa Mattie Ross seguramente porque los Coen la dirigen perfectamente, cuidadosamente, con cariño, sabedores que en ella reside la fuerza de su puesta en escena: no en vano toda la película es un largo flashback, la narración de una madura Mattie que, voz en off, inicia la película. A la jovencísima Hailee apenas la dejan descollar en los carteles publicitarios y luego tan sólo los británicos del BAFTA la nominan como actriz principal, pero lo cierto es que, sin ella, la película no se aguantaría: ella es la determinación de conseguir vengar la muerte del padre, ella es quien mueve las fichas adelante, ella es el único personaje con historia y motivación inteligible y, en definitiva, ella es quien, por todo ello, manda.

Parece, pues, que el western está todavía lejos de fenecer, porque mientras de vez en cuando aparezcan películas como ésta, las aventuras a campo libre, las noches al raso y las cabalgadas bajo la atenta mirada de los nativos americanos, escenarios prototípicos y deseos y ambiciones universales, conglomerados imperdibles para el cinéfilo soñador, queda esperanza; y diversión. Y, como ya se ha apuntado, mejor en v.o. y pantalla bien grande...





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divendres, 9 de setembre del 2011

MM 52 The Little Prince




El pequeño Príncipe, obra que Stanley Donen filmó en 1974 basándose libremente en la famosísima narración de Saint-Exupéry, contiene una pequeña maravilla para los aficionados a la danza moderna: la aparición de la serpiente y el paseo que da con el protagonista de la fábula no puede dejar indiferente a nadie y seguramente provocará más de una mirada atónita relativa a la todavía moderna forma de moverse de uno de los genios indiscutibles de la danza del pasado siglo XX.

Que lo disfruten:

Snake in the grass





El gran bailarín, coreógrafo y cineasta Bob Fosse, mientras estaba ocupado con Lenny se entretuvo ofreciendo a Donen una de sus escasas intervenciones en pantalla y deja, para el recuerdo, unos aires danzarines que luego otros imitaron hasta la saciedad consiguiendo convencer a sus fanáticos de una originalidad de la que carecían: cosas que pasan...

p.d.: he preferido insertar vídeo doblado al castellano porque, francamente, el doblaje me parece espléndido, tanto la voz como el guión.

p.d.2: seguro que los amables lectores sabrán perdonarme que inserte esta maldad.




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dilluns, 5 de setembre del 2011

Una perspectiva errónea



Dicen que el hombre es el único animal que tropieza tres veces en la misma piedra y yo modestamente añadiría que en mi contribución al aserto, los tropezones se cuentan por decenas y lo dejaremos así para no dar lástima, porque está comprobado que es mucho mejor dar risa que pena, penita, pena.

El viernes asistí -voluntariamente, lo confieso- al mega-multi-estreno del último producto confeccionado siguiendo los consejos de Don Dinero que, en mi opinión, cada vez acierta menos.

Siguiendo con la tónica imperante en nuestros días de llevar a las pantallas de cine traslaciones de tebeos a la búsqueda incesante de pingües beneficios por el probable interés de aquellos que conocen bien la obra gráfica sobre la que se basan, acaba de estrenarse en España Cowboys & Aliens inspirada en unos tebeos de los que no tenía ni idea y que deben revestir una complejidad enorme porque han sido necesarios nada menos que ¡siete! guionistas para acabar pergeñando una monumental cagada que no hay por donde cogerla, porque no es que haya agujeros negros en el guión de esa cosa: es que no tiene ni pies ni cabeza y mira que la base puede llegar a resultar atractiva; eso sí: en manos de gentes con dos dedos de frente.

Aunque puede que yo lo esté mirando desde una perspectiva errónea, excesivamente elitista o quizá snob, posiblemente más a causa de los años que llevo viviendo en esta tierra que a mis propios conocimientos cinéfilos derivados de simples visionados de películas digamos más clásicas, construidas respetando básicamente la mínima lógica de un relato y la inteligencia elemental de cualquier humano.

Porque puede ser que el inefable Jon Favreau -que no me resulta desconocido, como sabrán los amables lectores, pues me detuve en sus dos Iron Man (1) y (2)- haya querido filmar una especie de aventura paródica aunque siendo así le falta muchísimo sentido del humor; claro que quizás es que no he sabido conectar con el espíritu aventurero y novedoso que supuestamente impregna la trama.

Un hombre despierta en medio de ningún sitio en paños menores y con una pulsera enorme en su muñeca izquierda (*)
(los brazaletes se llevan en los brazos, de ahí el nombre; lo de las muñecas se denomina pulsera porque ahí es donde usualmente se toma el pulso;de nada)
y de la nada aparecen tres cazadores de recompensas que intentarán apresarlo y acabarán muertos por su feroz respuesta, rápida y mortífera como si fuera el mismísimo James Bond.

Cuando llega a un poblacho llamado Absolution (lo de los nombres de los poblachos de los western es campo abonado para una tesis) donde el dueño de todo es un viejo que se parece muchísimo a Indiana Jones, resulta que el pavo, con esa muñequera, es capaz de abatir una nave extraterrestre que, con otras, se ocupaba de atrapar con un lazo a los habitantes, sin distinción de sexo ni edad: la forma más cutre que he visto de abducir, aunque, bien mirado, dado el destino final de los abducidos, hay una cierta lógica.

Debe ser casi la única, porque los despropósitos rigen la función y el conjunto da la sensación de imprevisión e improvisación como método, con hallazgos increíbles que pueden resultar admisibles para un joven espectador adolescente falto de la experiencia de visualizar clásicos de la ciencia ficción, películas de la llorada Serie B falta de medios pero sobrada de talentos: cuando el tipo es requerido a soltar la muñequera por la bella "rara", admite que no tiene idea de cómo hacerlo, y ella le dice: no pienses en nada y se te caerá sola: entonces ella le morrea, y la muñequera se le cae. ¡Fantástico!(*)
¿Porqué no se le habrá caído mientras dormía?¿Un morreo, inhibe el pensamiento? En fin... por no hablar del final, rezumando ilógica en cantidades industriales: se supone que la explosión de una nave intergaláctica es la repera... ¿no vieron Star Wars? uffffff


Uno tiene la sensación que ese excesivo grupo de guionistas que intervinieron en confeccionar el desastre final partieron de una premisa absolutamente errónea: se dijeron: un tebeo que mezcla extraterrestres con el lejano oeste: ahí cabe de todo, un cachondeo. Y no. Claro que quizás no habían leído ni siquiera los tebeos, ni, por descontado, ninguna obra literaria de ciencia ficción en la que los viajes a través del tiempo y las invasiones a civilizaciones distintas se tratan con más cuidado. Se puede admitir perfectamente -yo lo hago, sin despeinarme- que los extraterrestres han visitado este planeta, y, lógicamente, lo pueden haber hecho en distintas épocas. ¿Acaso no admitimos que un tío pueda volar con los calzoncillos encima del pijama? Pero a partir de la premisa, el resto debe tener la misma lógica. En todo. O sea, en este caso, los malos, no pueden perder. Ni de coña. Claro que, entonces, la película ya no sería apta para menores.

Lo peor, no obstante, no es la debilidad del guión ni el pésimo trabajo interpretativo del elenco, todos con cara de palo las dos horas largas que dura la función: lo peor es que todo va como a trompicones, a saltos, con unas escenas rodadas con el habitual brío de Favreau pero, de nuevo, dejando una sensación de síncope ya que falta la unidad de ritmo que aglutine los pedazos y los convierta en una historia interesante.

Se me hace difícil entender que se paguen sueldos millonarios a esos que aparecen en el cartel y en los títulos de créditos con letras bien grandes, porque el producto final debería darles vergüenza. Una tomadura de pelo.








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divendres, 2 de setembre del 2011

TC (19) Casino Royale



Todo cambia, nada permanece, incluso las cabeceras míticas y reconocibles adoptan aires vistos en otras partes para introducirnos en un nuevo capítulo de una saga que en opinión mía, es decir subjetiva sin paliativos, ha caído en manos de un representante que podía desde luego ser más guapo y más alto, pero no menos bastorro, vulgar y zafio, aunque hay que reconocer que resulta muy expeditivo y eficaz a la hora de liquidar problemas.

Hoy, aprovechando que se estrena como vaquero galáctico (ufff) recordemos la cabecera de su presentación en sociedad: puede que sea lo mejor de la película, ya ves... :








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