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dilluns, 30 de novembre del 2015

Espías 2015





La cosa va de espías

No sé si será cosa mía, pero finiquitando el undécimo mes de este año de 2015 y dando vista atrás tengo la sensación que he visto más películas de espías de lo acostumbrado y eso que todavía queda pendiente alguna por falta de ocasión así como por esperar su aparición en nuestras pantallas.

Seguramente saldrá alguien y me dirá que ando perdiendo el tiempo pues las muestras del conocido género, como en otros, han perdido la fuerza y el interés de lo que podríamos llamar “clásicos” y lo entrecomillo adrede porque, evidentemente, cada quien tiene su propia lista de favoritos.

Por si algún amable lector padece del mismo gusto por las aventuras de agentes secretos, me ha parecido que podía simplemente ofrecer unos apuntes de algunas películas, relatados siguiendo el orden con que fueron vistas:




Kingsman: Servicio secreto

Estrenada a primeros de año, con un poco de retraso en España, la película de Matthew Vaughn, basada en guión del propio director y de Jane Goldman, inspirado en un tebeo de Mark Millar y Dave Gibbons, representó, para el que como yo no tenía ni idea del origen ni por tanto siquiera información relativa a la trama, una verdadera sorpresa.

Valga decir que el principal aliciente era comprobar cómo se iba a desenvolver el estirado Colin Firth como agente secreto o espía en una película de acción, vistos los trailers y anuncios.

Lo que no suponía es que precisamente el guión es lo más cercano al surrealismo que uno pueda imaginar, prácticamente al servicio de un humor más que negro macabro, en un ejercicio de parodia llevado a los límites de paroxismo, con toda suerte de inusuales acciones criminales imaginativas en su crueldad sin perder un punto de flema británica como queriendo restar importancia a las masacres.

En este caso, el aficionado a la adrenalina queda satisfecho porque, además, el amigo Matthew demuestra poseer el pulso necesario para mantener con brío la sucesión de dislates que, con toda elegancia y pulcritud, eso sí, irá desgranando, como si quisiera mantener en el respetable la sensación que la cosa va en serio.

Si nos la tomáramos seriamente como ejemplo del género, evidentemente significaría recomponer absolutamente todos los promedios habidos y por haber. Juega en otra liga, pero lo hace taimadamente, porque, además del elegante Colin, se sirve de veteranos como Mark Strong y Michael Caine, conocidos por los amantes del género: la participación de Samuel L. Jackson por momentos tentó la memoria esperpéntica de su delirante Octopus de hace unos años, pero por suerte quien manda supo dosificar y no acaba de destrozar la parte final, pero casi.

Ciertamente, sin llegar a ser una imperdible, sí cabe destacarla por su honradez y construcción sólida: no engaña (por lo menos cuando ya eres consciente de su tono hiperbólico) y mantiene muy alto el nivel artístico cuidando los detalles sin escatimar: un juguete inglés bien acabado, que, según últimas noticias, va a tener por lo menos una secuela protagonizada, claro, por el emergente Taron Egerton.





Spy

Los antecedentes de Paul Feig me impulsaban muy lejos de su última película, escaldado como estaba por experiencias anteriores. En ocasiones -que levante la mano quien disienta- uno se encuentra en la imposibilidad de evadirse y se produce el trágala: así estaban mis ánimos al sentarme a ver la dichosa Spy, con el añadido de saber que estaba protagonizada por una histriónica comedianta estadounidense, Melissa McCarthy, de la que ya había quedado hasta la coronilla en las dos experiencias anteriores, a saber, La boda de mi mejor amiga y Cuerpos especiales. ¡Uff!

La prueba del nueve se rompió casi de inmediato y hete aquí un cinéfilo veterano que, pasmado, debe reconocer que los prejuicios no sirven como prevención para elegir película.

Spy, por mucho que lo diga el título, no es, desde luego, una película de espías: en todo caso, lo es como puede serlo la del Superagente 86 o la de Anacleto -que aún no he podido ver- desde una vertiente absolutamente humorística, aunque al principio, por unos minutos, uno llega a pensar que igual irá en serio y que, desde luego, Jude Law daría el pego como 007.

Es una locura y te partes de la risa, porque Melissa está desatada y una vez has entrado en su juego no hay freno y la montaña rusa está servida. Y para adornarlo, como guinda aparece Jason Statham en un personaje alejadísimo de lo que cabría esperar, con unas locuras y tonterías que aún ahora, tantos meses después de haberle visto, me arranca una carcajada.

Resulta curioso, pero, vista, uno llega a pensar que, de haberla tomado en serio y sin tanta astracanada, una versión de la trama más trágica y seria podría interpretarse como una reclamación al papel protagonista de la mujer en el mundo de los secretos, porque todos los personajes fuertes de la película son femeninos y no deja de haber, en algún momento, cierta vindicación.

Es de esas películas que si no entras, la maldices; pero si entras, te partes el pecho muy a gusto; tuve la suerte de hallarme en medio de la locura hilarante y estoy seguro que si vuelvo a verla de nuevo las risas aflorarán.

Paul Feig, a la sazón guionista y director, ofrece un buen trabajo en ambos aspectos aunque sin duda en el primero habrá chascarrillos, réplicas, morcillas y ocurrencias de los intérpretes, un poco llevados del histrionismo, acompañando las escenas de acción que en ocasiones recuerdan las correrías humorísticas del cine de siempre. El conjunto hubiera ganado con unas tijeras, pero eso ya está siendo un tema recurrente desde hace unos años.

Si no la has visto: ¿a qué esperas? Lo único malo que puede suceder es que no te guste, pero si te gusta, seguro que pasas un buen rato riendo. Que no es poco, a estas alturas del guión.

Acabemos con lo que pretendía ser un homenaje sin sentido:



The Man from UNCLE cuyo título original, idéntico al de la serie que pretendía emular, en España se conoció como El hombre de CIPOL y que el tonto de turno dejó como Operación UNCLE lo que deja diáfana su capacidad. La del tonto, digo.

Una emulación u homenaje que a priori carece de oportunidad y sentido, porque la serie data nada menos que de mediados de los sesenta del siglo pasado lo que claramente señala que la población cinéfila con alguna referencia es más bien escasa y menguante. Quizás por eso -y no por no haberse documentado, como suele- el amigo Guy Ritchie acomete el intento buscando semejanzas con la serie de Bond en lo que se refiere a la trama y planteamiento de la acción.

Por las experiencias habidas con las “traslaciones/traiciones” sherloquianas, saber que Ritchie estaba tanto en el guión como al mando de todo me producía escalofríos, porque me apetecía mucho una revisión moderna de la serie.

(También ví el intento de The Equalizer y andaba escamado. Denzel Washington se está pareciendo cada día más a Nicolas Cage.)

Total, que me pudo la nostalgia seriéfila. Curiosamente, lo peor de esta película, aparte de intentar remedar las pautas bondianas, es que Ritichie, el gran Guy, no domina las escenas de acción, su especialidad, acabando por resultar cansinas por inacabables, agotadoras, más increíbles que inverosímiles, aunque puede que Guy, de tan poco leído, no perciba la diferencia.

Lo mejor, desde luego, el vestuario: esta película está aquí, digámoslo ahora, por el vestuario. Si de esta no le dan el Oscar a Joanna Johnston, ya no se lo dan nunca. Una recreación modélica y fastuosa de las modas pop, apoyada en cuatro modelos que visten la ropa de sus abuelitos como si fuera la propia, porque aparte de las perchas el reparto formado por Henry Cavill como Napoleón Solo y Armie Hammer como un desconocido y reforzado Illya Kuryakin junto con Alicia Vikander y Elizabeth Debicki cumplen sobradamente con los papeles otorgados, mucho más atléticos ellos en una aparente pugna por llevar el mando de la cuestión que, una vez más se refiere a una siniestra voluntad que acabará con la paz mundial y otras lindezas.

O sea, una película de acción que agota en la que lo más interesante es el aspecto visual sin que la trama despierte interés alguno, falta de intriga, emoción y sentido.

La falta de originalidad en el género de espías que ha acabado por ser únicamente de aventuras remite una y otra vez al mismo esqueleto y ya cansa: únicamente las “especialidades” consiguen atrapar el interés y por lo visto en la industria piensan haber hallado otro filón, porque las secuelas parecen promesas y dudo mucho que la repetición de la “especialidad” pueda despertar las mismas ganas. Ya se verá, en todo caso.

¿Ustedes piensan que las que me faltan por ver de este género este año, van a subir el listón?






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